Mirar el mundo desde las páginas de un libro implica una actitud abierta a las revelaciones que sus páginas pueden ofrecernos, una disposición al crecimiento como ser humano por los fecundos senderos del placer y del conocimiento. Leer un libro en contacto directo con el mundo que reverbera alrededor puede provocar descubrimientos que sin esa […]
Mirar el mundo desde las páginas de un libro implica una actitud abierta a las revelaciones que sus páginas pueden ofrecernos, una disposición al crecimiento como ser humano por los fecundos senderos del placer y del conocimiento. Leer un libro en contacto directo con el mundo que reverbera alrededor puede provocar descubrimientos que sin esa carga de realidad nos ocultarían la comprensión cabal de sus significados.
Algo como eso pensaba al regresar a mi casa luego de la presentación, en la noche del primero de abril, del libro Evocación, de Aleida March, en la residencia de profesores generales integrales Los Laureles, del Cotorro, una experiencia que vivíamos paralelamente, cada uno a su manera, catorce escritores y editores cubanos en otras tantas residencias de la ciudad de La Habana, junto a libreras y libreros, representantes del Ministerio de Educación y sus institutos pedagógicos, de organizaciones políticas y de masas de cada territorio, y lo que es más trascendente, cerca de los alumnos-profesores de todo el país que en ellas se alojan en estos tiempos.
No es una experiencia nueva, forma parte de una larga tradición de vínculo con la comunidad en los lugares donde esta realiza su vida cotidiana, que la cultura cubana y en el caso particular los autores y trabajadores del libro han fecundado a lo largo de los años, una manera de hacer que en los últimos tiempos constituye un sello de muchas de las actividades del Instituto Cubano del Libro, en coordinación con la Unión de Jóvenes Comunistas y otras organizaciones juveniles.
Para mí, que había visitado en una acción similar el pasado noviembre la residencia de Los Almendros, en el municipio Playa (muchachas y muchachos de Camagüey y Pinar, muchos de ellos con familiares afectados por los más recientes huracanes que, sin embargo, se mantenían frente a sus aulas en la ciudad), fue revelador encontrar ahora en Los Laureles a estos santiagueros y santiagueras vivaces y atentos, algunos asentados ya durante años en este lugar provisional, que también se sienten crecer como parte de la vida diaria del Cotorro: aportan como profesores a la capital en un momento difícil del magisterio cubano y al mismo tiempo se forman y aprenden desde una práctica que los hace distintos, una dignidad y una diferencia más cercana al ser humano mejor, tal como le escuche decir a su Rectora del pedagógico santiaguero, de visita en Los Laureles para la ocasión, recordándoles quienes eran ellos en los días de sus primeros encuentros en Versalles y quienes son ahora, después del paso por una experiencia como esta.
El libro de Aleida March facilita ese descubrimiento, esas revelaciones de que hablaba al principio, y hace fácil la comunicación con un lector que en mucho se le parece: origen mayormente humilde, dedicación al magisterio, entrega a las demandas de la época, alejamiento coyuntural de la familia, renuncia a los hábitos del hogar por motivos mayores, aprendizaje sobre la marcha, participación y esfuerzo público sin esperar demasiadas recompensas individuales, y todo eso lo consigue Aleida en este libro (publicado por primera vez en Casa de la Américas en el 2007 y ya reeditado en el 2008 debido a su alta demanda), mientras nos narra una de las historias de amor más estremecedoras de la época contemporánea: su relación personal con el Che Guevara de todos los días, el combatiente, el constructor de una sociedad nueva, el internacionalista, el ser solidario y desprendido de sí en función de los Otros, el mito universal, todo contado desde la intimidad más cercana, como se conversa en la sala de una casa familiar, o como ella misma dice al principio desde «…mis recuerdos más queridos… mis cartas, mis poesías…», haciendo dejación de sí misma para entregarnos la dimensión personal de un Che íntegro, con sus amores y fobias, una vez más desde el renunciamiento y el sacrificio de los elegidos por llevar una estrella martiana en la frente.