Porlan, Alberto, País, Libros de la Herida (http://www.librosdelaherida.blogspot.com), Colección Poesía en Resistencia, Sevilla, 2009 Desde Andalucía La Baja llega la cuarta entrega de la Colección ‘Poesía en Resistencia’, tan bien cuidada como las precedentes por sus editores, para seguir tramando una red de complicidades y sentidos alrededor de unos autores que trabajan hoy sobre ese […]
Porlan, Alberto, País, Libros de la Herida (http://www.librosdelaherida.
Desde Andalucía La Baja llega la cuarta entrega de la Colección ‘Poesía en Resistencia’, tan bien cuidada como las precedentes por sus editores, para seguir tramando una red de complicidades y sentidos alrededor de unos autores que trabajan hoy sobre ese verbo tan atrevido y necesario: resistir.
En este caso, se trata de una obra de Alberto Porlan, cineasta (Las cajas españolas), narrador (Quasar azul, Hiperión; Luz del Oriente, Mondadori; Donde el sol no llega, Alianza), ensayista (La sinrazón de Rosa Chacel, Anjana; Los nombres de Europa, Alianza) y autor de una singularísima secuencia poética formada por cinco libros cuyo título consiste en una única palabra que se inicia por la letra «P». Pájaro, Perro, Peña, Pecados, poemarios anteriores, y este País que sale ahora en Libros de la Herida.
El término «poemario», más o menos útil para definir cualquier otra colección de versos, resulta sin embargo precario para describir este libro. País es un poemario, es verdad, pero es también, entre otras muchas cosas, un libro de viajes, un ensayo político, un informe etnográfico y un manual de historia escrito en primera persona y de tú a tú (como debería estar escrita cualquier crónica histórica que pudiéramos llegar a considerar fiable).
En País, conviene no demorar ya más este apunte, se habla de Europa. Una clave pertinente, aunque creo que no imprescindible, para acercarnos a País es considerarlo, como el propio autor advierte en las páginas finales del libro, como la consecuencia o la digestión de un viaje oficial que se organizó en el año 2000, bajo la rúbrica de «Literaturexpress», y que reunió a un centenar de autores de todas las naciones y lenguas europeas en una travesía en tren que arrancó en Portugal y terminó en Rusia, atravesando así todo el continente de oeste a este.
El libro puede verse de esta forma como el diario de un viaje, pero su estructura escapa al registro del trayecto físico para proponer así un curso, un discurso moral, un discurrir moral, estructurado en tres momentos, «La mañana», «La tarde» y «La noche». Por debajo de ese discurrir moral, comprometido y bravo, resistente, quedan las disecciones paisajísticas y el fascinante anecdotario, los recuentos etnográficos y la memoria mítica, la Geografía y la Historia.
Todos y cada uno de los versos de País apuntan, desde cepas distintas, hacia la idea de la identidad diversa, de la unidad de Europa en su pluralidad, entrelazada de manera muy estrecha con las tesis de su anterior ensayo Los nombres de Europa. Y en este sentido, aplicable asimismo a lo formal, el libro puede leerse también como un canto único, como un largo poema en tres tiempos.
Este País, la Europa que venera y que defiende este europeísta del barrio madrileño de ‘La Prospe’ que se llama Alberto Porlan, no es, desde luego, la Europa exclusiva y excluyente de los especuladores, ni la Europa engarrotada y huraña de los nacionalistas, ni la Europa censada y enrejada de los burócratas. No es la Europa del miedo ni la de los rencores.
Es la Europa del sano asombro ante los contrastes y de la curiosidad benigna por las «rarezas» del vecino. Pero sobre todo es la Europa de las alegrías, los sufrimientos y los anhelos compartidos muy por encima de las declinaciones y los dioses y los rasgos.
Cómo precioso regalo, País viene acompañado de una separata que recoge «Senaia», poema largo que encaja a la perfección en la continuidad semántica y formal del libro. En él, Alberto Porlan constata el estremecimiento de llegar a la Senaia, la Plaza del Heno de San Petersburgo, y descubrir allí cómo las abuelas rusas se ven obligadas a saldar su memoria, sus fotos de familia y sus antigüedades más íntimas, para poder sobrevivir en la jungla ultraliberal.
A menudo se ha reconocido que las revoluciones modernas han relegado la aspiración a la fraternidad frente a la reivindicación de los otros dos principios revolucionarios «esenciales», la igualdad y la libertad.
Asumiendo unas palabras del propio Alberto Porlan, en las respuestas de una entrevista en la que le preguntaban por el eterno tema de la utilidad de la poesía, no es fácil recordar casos en los que una obra literaria «detuviera un fusilamiento, evitase una violación o levantase a un cabronazo de su trono». País, desgraciadamente, tampoco podrá conseguir nada de esto. Pero con toda seguridad sí va a desencadenar en cada uno de los lectores que se acerquen a sus versos una pequeña gran conmoción individual, una llamada certera a esa pendiente revolución de la fraternidad.