La pérdida de Eva Forest y los días precedentes mi pillaron en Caracas y en Cochabamba, en unas jornadas internacionales sobre comunicación organizadas por Telesur y un un encuentro de la Red en Defensa de la Humanidad. Allí, tan lejos de su Hondarribia, pude comprobar el cariño que despertaba Eva. Sabedores de que estábamos en […]
La pérdida de Eva Forest y los días precedentes mi pillaron en Caracas y en Cochabamba, en unas jornadas internacionales sobre comunicación organizadas por Telesur y un un encuentro de la Red en Defensa de la Humanidad. Allí, tan lejos de su Hondarribia, pude comprobar el cariño que despertaba Eva. Sabedores de que estábamos en contacto con la familia para conocer el desarrollo de su enfermedad, no dejaban de preguntarnos por ella. Lo hacían desde ministros hasta secretarias, desde ejecutivos de televisión a redactores. Eran gentes procedente de países diversos, me preguntaba un escritor europeo, un profesor argentino, un cineasta boliviano o un activista social venezolano. De modo que comprobé que la admiración y afecto por Eva no conocía fronteras, ni geográficas ni de clase social ni status.
Eva, que tanto había luchado por la igualdad de los pueblos y contra las diferencias de clase, había conseguido la victoria, mediante el cariño que despertaba desaparecían las fronteras y las clases. Todos se sentían cerca de ella, todos la admiraban y la querían. Claro, que para poder comprobar ese cariño hace falta estar entre las personas que siguen creyendo en la justicia y la igualdad. Entonces aprendí que cuando nos veamos rodeados de gente que quiere a Eva, es que estamos en el lugar adecuado.
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