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Necesitamos tanto a Eva

Fuentes: Rebelión

 Eva se apresuró a publicar nuestro libro Comprender Venezuela, pensar la Democracia y se empeñó en que lo publicaran en Venezuela, aprovechando para entregárselo a Farruco, el ministro de cultura, en cuanto tuvo la menor ocasión. Al día siguiente visitamos las barriadas de Caracas. Había mucha fuerza en su mirada y mucha esperanza por esa […]

 Eva se apresuró a publicar nuestro libro Comprender Venezuela, pensar la Democracia y se empeñó en que lo publicaran en Venezuela, aprovechando para entregárselo a Farruco, el ministro de cultura, en cuanto tuvo la menor ocasión. Al día siguiente visitamos las barriadas de Caracas. Había mucha fuerza en su mirada y mucha esperanza por esa revolución que en el 2006 estaba todavía en su apogeo. A veces, Eva nos miraba también con una sonrisa pícara, como si se hubiese salido con la suya: el libro estaba ya en manos de Farruco: eso la hacía muy feliz. Seguramente hay que ser editora para sentir tanto entusiasmo por sacar un libro adelante. Pero Eva estaba, ante todo, trabajando por una revolución. Jamás podremos sentirnos tan orgullosos como ese día en que Eva nos decía con la mirada que nuestro libro iba a ser partícipe de un proceso revolucionario.

La fe de Eva abría un mundo de posibilidades. Mientras ella estuviera allí creyendo en una revolución, era imposible el desánimo.

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Desde que murió Eva hace ahora 3 años, las cosas han ido de mal en peor. El sistema financiero quebró y le «inyectaron» miles de millones de nuestro bolsillo. Dijeron que lo «inyectaban» para no decir que lo «pagaban», porque en ese caso quizás nos habría parecido lógico quedarnos con los bancos (apelando a ese básico principio liberal de que «quien lo paga se lo queda»). Pero en vez de quedarnos con la banca que habíamos comprado, se nos obligó a prestarle dinero a un interés ridículo. Inmediatamente, ese mismo dinero se lo pedimos prestado, pero esta vez a un interés desorbitado. Esta operación encaja mal en cualquier código mercantil (y perfectamente en cualquier código penal), pero se llevó a cabo sin resistencia. Cuando la caja se quedó vacía, dijeron que había que apretarse el cinturón, y se lo apretaron a los funcionarios, a los ancianos, a los dependientes y, para redondear, a los receptores de los fondos de cooperación. Es como si se hubieran enterado de que Eva ya no estaba y ahora se atreviesen a hacer cosas a las que en ningún caso se atrevieron durante las décadas en las que Eva estuvo pendiente.

Quizá no parezca una hipótesis muy realista. Ya sabemos que para entender lo que está pasando hacen falta explicaciones más serias y más estructurales. Sin embargo, cuando uno recuerda la fuerza de Eva, no puede evitar preguntarse ¿se habrían atrevido a hacerlo si Eva estuviese aquí? Sabemos que es una pregunta muy ingenua, pero nos acordamos de Eva y nos parece verosímil, ¿de verdad se habrían atrevido? ¿Y se atreverían si nosotros tuviésemos la fuerza de Eva? ¿Se atreverían si cientos de nosotros tuviésemos una centésima de su fuerza? ¿Y si hubiese miles con una milésima? ¿Cuántos millones con una millonésima de la fuerza de Eva harían falta para que ya no se atrevieran? En todo caso, la cosa pinta mal: necesitamos a Eva más que nunca y no la podemos recuperar ni la podemos sustituir. Como mucho, nos podemos organizar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.