Por si no lo saben o no lo han leído (difícil esto último ya que los medios han optado otra vez por invisibilizarlo): Roberto Martino sigue cumpliendo con la huelga de hambre que se impuso para reclamar por su libertad. Martino, se sabe, no mató a nadie. No es un asesino como esos policías que […]
Por si no lo saben o no lo han leído (difícil esto último ya que los medios han optado otra vez por invisibilizarlo): Roberto Martino sigue cumpliendo con la huelga de hambre que se impuso para reclamar por su libertad.
Martino, se sabe, no mató a nadie. No es un asesino como esos policías que cada dos por tres aplican la política del gatillo fácil en el Gran Buenos Aires, a la luz del día, con absoluta impunidad, porque, claro, para ellos no existen esas gigantescas y manipuladoras coberturas periodísticas a las que nos tienen acostumbrados. Y asqueados.
Roberto Martino no es un criminal, repito, para que les quede bien grabado a los señores jueces y a la Cámara de Casación que tienen en sus manos la vida y la libertad de quien no cede en sus principios libertarios, a pesar de estar sufriendo encierro en el penal de Marcos Paz. Asesinos son los que fusilaron al joven estudiante Mariano Ferreyra, o los policías y sicarios que balearon a mansalva a los indígenas tobas de Formosa que reclamaban sus tierras robadas por el gobernador Gildo Insfrán. Y la gran mayoría de ellos, gozan de provocadora libertad de acción.
Martino no es un delincuente, ni un corrupto, ni un ladrón de guante blanco, como tantísimos personajes que pasan por la política con «paso firme, trajes de marca, casi siempre oscuros como sus intenciones, y corbatas de seda» (un uniforme que casi es como un logo). Esos tipos que viajan siempre en autos con vidrios que ocultan a sus pasajeros, o que cuentan con aviones, helicópteros, yates, y todo aquello que necesiten para moverse cómodos por todo el mundo. ¿Les suena Ricardo Jaime? ¿Y el señor Pedraza? Martino, en cambio, siempre fue un militante de 24 horas diarias, un hombre que desde joven le puso el pecho a las dificultades, que se embanderó con los más humildes y en ese recorrido no cejó nunca de pelear por la justicia, no por esta que nos imponen sino por aquella, popular y revolucionaria, que no admite desigualdades.
Martino no tuvo jamás más dinero que el suficiente para viajar en colectivo o alimentarse. Nunca se dedicó a «hacer caja», como tantos punteros políticos o como algunos ministros, que se jactan de ello y lo muestran soezmente como una forma de acumular poder. Como todo luchador social, Martino se acostumbró a socializar con sus compañeros, los pocos recursos de los que suelen disponer las organizaciones sociales. Y de esa manera, en todos estos años que van desde los heroicos 70 hasta el presente, construyó poder popular, armó comedores para aquellos que no cuentan con lo elemental, ayudó a concientizar en los núcleos más pauperizados para que los de arriba no sigan pisoteando sus derechos.
Martino no contaminó jamás la tierra, que tanto defienden nuestros perseguidos pueblos originarios. Él está en las antípodas de Gustavo Grobocopatel (tan amigo de los que mandan) que acumula millones de dólares anuales a través de operaciones financieras derivadas de las miles de hectáreas sembradas de soja.
Martino está preso, se sabe, porque el gobierno recibe y acepta las inocultables presiones del lobby sionista argentino, que quiere que este hombre se pudra en la cárcel por haber tenido la osadía (la valentía) de alzarse contra su poder omnímodo y gritar su desprecio a quienes diariamente asesinan, encarcelan, torturan y bloquean al pueblo palestino. Basta ver cómo se comportaron los abogados de la trilateral sionista (DAIA, Amia y OSA) en la última audiencia judicial, prepoteando a la defensa de Martino, al público y hasta al propio juez, mostrando sus dientes como mastines, y dando una muestra clara de lo que significa un poder detrás de otro poder. Frente a esta avalancha, el Gobierno indudablemente cede. Así como con la masacre de Formosa, calla y otorga, en aras de la alianza política que mantiene con ese odiado personaje (ya son muchos los partidarios kirchneristas que abogan por romper amarras con Gildo Insfran), cuando se trata de las exigencias sionistas, directamente se capitula. Y el resultado de ese comportamiento es prolongar el encarcelamiento de alguien que podría esperar -como pasa con numerosos genocidas- el juicio oral disfrutando de la concesión de la libertad provisional.
Sin embargo, Roberto Martino, militante del Movimiento Teresa Rodríguez, que compone el Frente de Acción Revolucionaria, está preso desde hace seis meses y ahora, ya lleva 24 días de huelga de hambre. Se dice fácil, con más de 60 años de edad, dejar de comer durante 24 días. Indudablemente, el esfuerzo -si sobrevive- le pasará factura, pero Martino es una persona con convicciones y si ha tomado este camino es porque siente que de alguna manera hay que hacer cimbronear la estantería de los indiferentes.
Veinticuatro días de ayuno (al que hay que sumar a los solidarios con Martino que acompañan la huelga en el exterior) son muchos para un cuerpo baqueteado por la vida, y si no se toman medidas urgentes que apunten a concederle la salida de prisión, podría suceder una tragedia. ¿Alguien está deseando que haya más muertes? ¿No hubo suficiente dolor en estos últimos meses? ¿Es posible que nadie en el Gobierno tome en cuenta que no se puede seguir mirando a un costado cuando en un lúgubre calabozo bonaerense, un compañero rebelde y honesto se está jugando el pellejo? ¿Es posible que partiendo del hecho de que hay tantos compañeros que ayer sufrieron torturas, cárcel o destierro, y que hoy militan en el oficialismo u ocupan cargos, no se conmuevan por lo que le está ocurriendo a este luchador que puede pensar distinto pero de ninguna manera puede ser considerado por ellos un enemigo? ¿Qué más tiene que pasar para que se decidan a actuar? ¿Y nuestros intelectuales progresistas tampoco se conmueven con esta situación? Oir sus voces, leer sus escritos de solidaridad -como en tantas ocasiones lo han hecho-, ayudaría para contrarrestar este maldito silencio que hoy nos ahoga.
Que lo sepa el mundo entero: Martino está peleando contra la muerte en la cárcel. Afuera, en tanto, se libra una batalla contra reloj. La presión y la movilización constante de sus compañeros de militancia, marchando, acampando, cortando calles, gritando, puteando, sumado a la solidaridad de organizaciones sociales y políticas, más todos aquellos que como la incansable Nora Cortiñas (Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora) no se han olvidado de resistir, y acompañan la exigencia de libertad para Martino, conforman un escenario necesario para tirar abajo el muro de la indiferencia. Algo de ello se va consiguiendo. Por fin, después de tanta presión, la Secretaría de Derechos Humanos y la Cámara de Diputados se expidan solicitando rapidez a la Cámara de Casación para que determine si concede la libertad al detenido. Ahora no hay que aflojar, y convertir este reclamo en un grito de urgencia. Si Martino no recupera su libertad, si la Galle Karina Germano sigue entre rejas, y si a los demás luchadores presos les sucede lo mismo, y además no se castiga a los asesinos de los indígenas Qom de Formosa, la tan propagandizada política de Derechos Humanos queda inevitablemente entre paréntesis. Nadie quiere semejante cosa, pero menos queremos que los compañeros se pudran en las cárceles. Ese destino que sea para los culpables del dolor de nuestra gente.
Carlos Aznárez es director de Resumen Latinoamericano
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