Si tuviéramos que periodizar la elección presidencial, la dividiríamos en dos momentos: antes y después del 6 de mayo cuando se va a verificar el llamado «debate» entre los candidatos previamente formateado y acordado por los partidos políticos – aprobado por el IFE-en relación con los temas y tópicos a discutir, y coincidiendo con la […]
Si tuviéramos que periodizar la elección presidencial, la dividiríamos en dos momentos: antes y después del 6 de mayo cuando se va a verificar el llamado «debate» entre los candidatos previamente formateado y acordado por los partidos políticos – aprobado por el IFE-en relación con los temas y tópicos a discutir, y coincidiendo con la celebración de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Por lo tanto, después de esa fecha, se estará en mejores condiciones para realizar un primer balance y análisis sobre perspectivas y tendencias del proceso electoral en México.
Por lo pronto, hasta ahora, en promedio, las encuestas siguen colocando como puntero al candidato del PRI a la presidencia de la República, seguido de muy lejos (alrededor de 23 puntos) por la candidata del Partido Acción Nacional (PAN) y, en tercer lugar, por debajo de ésta, figura el candidato de las autodenominadas «izquierdas» con 5 o 6 puntos de diferencia a pesar de las concesiones que éste ha hecho a los empresarios y a las iglesias para que lo beneficien con su voto, incluso, ofreciendo incorporar a alguno de aquéllos en su futuro gabinete en el caso de resultar electo.
Evidentemente que el proceso electoral sigue enfrascado en el show mediático, completamente alejado de los graves y grandes problemas cotidianos, económicos, sociales, políticos, estratégicos y de seguridad del país. Mientras cada uno de los candidatos y sus partidos impulsa su «guerra sucia» y todo tipo de subterfugios y recursos para intentar liquidar políticamente a sus adversarios para, de esta forma, ganar la adhesión de una mayoría de ciudadanos que, en el mejor de los escenarios, se mantiene al margen, indiferente o francamente en contra del proceso, dado que dichos partidos se enmarcan en lo que el dicho popular expresa como: «más de lo mismo», en otras palabras, la convicción popular de que las promesas de campaña, después de los comicios, quedan en el cajón del olvido.
Es decir, ningún partido presenta un proyecto alternativo que verdaderamente -por lo menos- se encamine a intentar resolver alguno de los gravísimos problemas que tienen los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y, en general, la gran mayoría de la población sujeta a la inseguridad, el narcotráfico, la violencia, el desempleo, la precarización del trabajo, los bajos salarios y a la necesidad de tener que abandonar el país en busca de trabajo -preferentemente a Estados Unidos- dada la contracción interna de las tasas de crecimiento del país que se viene verificando en los últimos años.
Los medios de comunicación (controlados por los grandes oligopolios televisivos) e instituciones como el Instituto Federal Electoral (IFE) se esmeran fehacientemente por crear la expectativa de que todo se va a «resolver» en el debate que se va a verificar en la Ciudad de México el 6 de mayo, cuando habrán de comparecer los candidatos de los partidos políticos en contienda, supuestamente para presentar su ideario de campaña, defender sus puntos de vista, y exponer sus presuntos proyectos que impulsan para desarrollarlos posteriormente una vez en el gobierno.
Pero como todo mundo sabe, esto no es otra cosa que un show encaminado a introyectar en la conciencia ciudadana la idea de que en México se debate de manera abierta y democráticamente, por lo que quien resulte «triunfador» será legitimado, premiado y promovido como el futuro presidente electo de la República.
A pesar de que en el mes de junio se celebrará un segundo debate, cuyos temas están por fijarse -por supuesto con la evidente influencia de los medios de comunicación- desde la primera ronda se estará marcando quién comandará el proceso electoral y lógicamente se comenzará a sembrar e indicar quien será el futuro presidente electo, mientras que se fraguan todo tipo de alianzas por debajo de la mesa, tanto entre miembros de la partidocracia, como entre éstos y otras fuerzas políticas e institucionales.
Obviamente que el resultado, enmarcado en el contexto de la crisis del capitalismo mundial y de la situación de inserción dependiente y subordinada de México a la economía norteamericana, será el de la manutención de las condiciones que han imperado hasta ahora bajo la conducción de las políticas neoliberales que han sumido al país en la miseria, la pobreza y en un escenario de inserción internacional poco promisorio para el país y para millones de trabajadores.
Ante esta situación no existen alternativas viables para salir de la crisis por parte de los partidos políticos y sus candidatos reconocidos por el Estado, sencillamente porque su lógica y acciones en las que se desenvuelven, es la que marca y orienta el orden existente; es decir, las políticas capitalistas de signo conservador o liberal (neoliberales o neo-desarrollistas), pero finalmente incrustadas dentro de los patrones de acumulación y reproducción del capital que se han impulsado sistemáticamente durante los últimos 60 años.
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