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La elección se cierra

Fuentes: Rebelión

Después del segundo debate organizado por el IFE entre los candidatos presidenciales las campañas entran de lleno a su última etapa, que aparece como la de mayor incertidumbre y la más riesgosa. Diversos signos explícitos e implícitos apuntan en el mismo sentido: han despuntado claramente dos de los postulados y la competencia se ha cerrado […]

Después del segundo debate organizado por el IFE entre los candidatos presidenciales las campañas entran de lleno a su última etapa, que aparece como la de mayor incertidumbre y la más riesgosa. Diversos signos explícitos e implícitos apuntan en el mismo sentido: han despuntado claramente dos de los postulados y la competencia se ha cerrado de manera que ninguno de ellos cuenta con una ventaja segura para obtener la presidencia de la República.

Si el debate del 10 de junio, para muchos decepcionante, logró o no modificar las tendencias de intención de voto, se habrá de ver antes del cierre de las campañas mismas en algunas encuestas; pero sí tuvo evidentes efectos inmediatos entre los miembros de la sociedad política. Durante el debate mismo, Felipe Calderón se sintió obligado a enviar un twit en el que intentó contradecir el aserto de Andrés Manuel López Obrador de que reduciendo los sueldos y prerrogativas de los altos funcionarios de la Federación se podría obtener un ahorro de 300 mil millones de pesos para ser empleados en impulsar proyectos productivos y desarrollo social. Y el lunes 11, el secretario de Hacienda José Antonio Meade se lanzó también a la palestra para denunciar a los programas económicos «ficción» y aportar más cifras que supuestamente desmienten lo dicho por el abanderado de las izquierdas. Pero más allá de las cifras, el hecho político relevante es que ambos funcionarios del más alto nivel se hayan involucrado en un debate que correspondería a los propios candidatos y sus partidos.

Por su parte, en esta última etapa de la contienda el PRI lanza al aire spots de radio y televisión con temas como la campaña de las izquierdas en Iztapalapa en 2009, acusando a López Obrador de «manipular la democracia», o el plantón de la Reforma de 2006 en respuesta al fraude electoral de ese año. ¿Por qué habrían el gobierno y el PRI de asumir esas posturas si no vieran que López Obrador se encuentra en posibilidades reales de triunfar en la elección?

Comentaristas diversos han centrado sus esfuerzos en otro sentido: denunciar al movimiento juvenil representado por #Yosoy132 como manipulado por el perredismo o, en un sentido inverso, señalar que fue «traicionado» por AMLO porque éste no lo mencionó por su nombre durante el debate y porque, peor aún, no aprovechó las evidencias recientemente reveladas de la colusión entre el candidato del PRI y Televisa, o de esta empresa con el presidente Fox en 2006 para impedir el triunfo electoral del izquierdista. Por su parte, el priismo pone en escena el sainete de una supuesta agresión a su candidato y su comitiva en Tepeaca, Puebla, por parte de integrantes de Yosoy132. Nuevamente, demasiados esfuerzos para desvirtuar a un movimiento al que dicen no verle posibilidades de incidir en el proceso electoral, o para impedir que la movilización de los universitarios siga denunciando la manipulación de las televisoras a favor del candidato priista.

Para complementar la escena, el martes 12 aparece una encuesta contratada por el Observatorio Universitario Electoral a Berumen y Asociados que, al igual que la del diario Reforma conocida unos días atrás, dibuja una disputa cerrada por pocos puntos entre Enrique Peña Nieto y López Obrador. La tendencia de aquél es descendente en la fase final de la competencia, en tanto que la del tabasqueño se mantiene en ascenso. Y conforme a estas tendencias, sostenidas casi desde el inicio de las campañas, esa estimación resulta más creíble que las que siguen otorgando a Peña holgadas ventajas de entre diez y 18 puntos porcentuales.

Pero mayor competitividad política no sólo significa incertidumbre en los resultados, sino también mayores riesgos sobre el proceso mismo. ¿Hay ya condiciones o se están creando para un fraude electoral?

Esa posibilidad no sólo no está descartada sino que cobra verosimilitud cuando el Instituto Federal Electoral vuelve a utilizar, al igual que en 2006, el software llamado Oracle, proporcionado por la empresa Hildebrando de México, para el cómputo de la votación. Como se sabe, Hildebrando, con sedes en México y España, es propiedad de Diego Hildebrando Zavala Gómez del Campo, hermano de Margarita Zavala, la esposa de Felipe Calderón. En ese año, por denuncia del representante del PRD en el IFE, se hizo público que en la página de Internet del candidato Calderón estaba alojado el padrón electoral en su totalidad, y se tenía acceso a él tecleando como nombre de usuario «Hildebrando117» y la contraseña «captura». Diversos expertos de México, Estados Unidos y otros países mostraron que, además de que esa información se podía comparar con el padrón de beneficiarios de Oportunidades, que había sido entregado al PAN por la secretaria de la Sedeso, Josefina Vázquez Mota, la captura inmediata de las votaciones (PREP) obedecía a un patrón perfectamente regular, una serie de tiempo predecible, que indicaba que el Programa de Resultados Electorales Preliminares fue manipulado a través del programa de cómputo (Jorge Alberto López Gallardo, Fraude electoral 2006, U de G, 2009).

Se ha denunciado, asimismo, la duplicación de folios en boletas electorales de Oaxaca, Jalisco y los distritos de Ciudad Serdán y Ajalpan, en Puebla, que el IFE ha reconocido a través de su consejero presidente Leonardo Valdés como «errores graves de los Talleres Gráficos». Casos como éstos van dejando de ser aislados y podrían haberse multiplicado en otras entidades del país sin que hayan sido percibidos o denunciados hasta ahora. Otro elemento de suspicacia es el uso que brigadas de jóvenes identificadas como priistas están haciendo uso del padrón electoral, más allá de lo que establece el artículo 192 del Cofipe, para levantar encuestas domiciliarias o enviar correspondencia personalizada a los posibles electores inscritos en las listas nominales del Registro Federal de Electores.

Pero lo más grave es la anómala distribución de las secciones y casillas electorales dispuesta por el IFE para el presente proceso, denunciada por los investigadores Luis Mochán y Víctor Manuel Romero y difundida en la columna Astillero del periodista Julio Hernández López en el diario La Jornada del 7 de junio. Para la presente elección, el número de casillas electorales crecerá, en relación con el proceso de 2006, de 131 mil a 143 mil, es decir 12 mil en números redondos. Pero de ellas, 10 mil 500 serán de las clasificadas como no urbanas y sólo mil 500 como urbanas. En este sexenio el padrón de votantes registrados por el IFE ha crecido en ocho millones; pero de ellos, sólo un millón aparece como urbano y siete millones como no urbanos, es decir rurales. Estas cifras parecen indicar que la población rural en edad de votar ha crecido en los últimos años a un ritmo siete veces superior al de la población urbana, contraviniendo cualquier tendencia demográfica real y aun los registros censales del INEGI. La visión que da el IFE del país es la de una nación que se ruraliza en vez de urbanizarse.

Es claro que la mayoría de los partidos tendrán más dificultades para cubrir con representantes las casi 51 mil 500 casillas no urbanas -el 36 por ciento del total, cuando en 2006 eran el 30 por ciento- que las ubicadas en zonas urbanas -el 64 por ciento-. También es sabido que la población rural es más susceptible de orientar su voto en función de los programas sociales manejados por el gobierno federal o por los gobiernos estatales, y que tanto la estructura territorial como la sectorial del PRI están más preparadas para el manejo de las elecciones en las zonas rurales. El reseccionamiento dispuesto por el IFE para la presente elección resulta atípico desde cualquier punto de vista, y sobre todo favorable al priismo.

Frente a ello, el presidente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, emplaza solemnemente a López Obrador a aceptar desde ahora los resultados de la elección, es decir, a asumir el posible triunfo de Peña Nieto en la lógica ya consagrada del «haiga sido como haiga sido». No sé cuál será la respuesta de López Obrador ante ese emplazamiento; el problema no está, sin embargo, en la actitud de un determinado candidato frente al resultado, sino en que, en un escenario de competencia real, el resultado mismo sea creíble y convincente para todos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.