¿Somos conscientes de la magnitud del crimen? Es evidente que no. Las redes tejidas por el poder neutralizan cualquier sensibilidad o razonamiento. Sus infinitos recursos desactivan las verdades incómodas. Los derechos humanos más elementales son violados salvajemente cada día en este mundo nuestro, pero todas las iglesias rebosan doctores que tratan de convencernos de que […]
¿Somos conscientes de la magnitud del crimen? Es evidente que no. Las redes tejidas por el poder neutralizan cualquier sensibilidad o razonamiento. Sus infinitos recursos desactivan las verdades incómodas. Los derechos humanos más elementales son violados salvajemente cada día en este mundo nuestro, pero todas las iglesias rebosan doctores que tratan de convencernos de que el hecho de que no hagamos casi nada de lo que podríamos hacer por remediarlo es perfectamente justificable.
La labor de construir un mundo habitable sería sin duda posible si nos atenemos a condiciones objetivas como producción de alimentos o capacidad tecnológica. Sin embargo, las más simples leyes económicas que el poder ha tejido y que todos los días validamos, impiden cualquier solución. Pensemos sólo que gravar las mayores fortunas es imposible mientras existan paraísos fiscales. Estamos atrapados en la jaula más sórdida y ni siquiera somos conscientes de ello.
Sobrevive sólo en este caos un proyecto quimérico: gritar la más dura verdad a los sordos que no quieren oír, poner la infamia en su justa realidad ante los ojos de los ciegos que no quieren ver, reivindicar en el océano de la mentira y el dolor la utopía del autogobierno. Porque si la gente despertara de su sopor habría una salida. Si de alguna forma se pudiera alcanzar una masa crítica de indignación, todo sería posible. Pero cómo conseguir eso.
La poesía son palabras capaces de conmover. Algunos poetas han pensado que la poesía puede ayudar en la misión imposible. Son una cofradía invisible que desafía a todos los poderes establecidos. Contra la miopía y el culto a la estupidez de la poesía encumbrada en estos tristes tiempos, contra su falta de sensibilidad humana, su egocentrismo y su ruindad, han elevado la idea de una poesía consciente de la realidad del mundo, una poesía sufriente con el dolor del mundo, una poesía de ojos y corazón abiertos.
Antonio Orihuela (Moguer, 1965), doctor en Historia y poeta, ha enriquecido el legado de esta cofradía invisible con libros como «Piedra, corazón del mundo. Antología personal (1995-2001)» o «Todo el mundo está en otro lugar» (2011), entre muchos otros. Sus reflexiones sobre el hecho poético, que se encuentran en textos como «La voz común: una poética para reocupar la vida» (2004), han sido además imprescindibles para perfilar la andadura de esos poetas que luchan por construir una nueva conciencia. Hace unos meses, la asociación cultural mallorquina Insomnus ha incluido en su colección de poesía su última obra: «Autogobierno».
El libro está estructurado en varias partes y cada una de ellas es introducida por una panoplia de citas que sintetizan el espíritu de lo que vamos a encontrar en las páginas que siguen. Los primeros fragmentos muestran lúcidamente el espanto de este mundo nuestro, un lugar donde el enriquecimiento indecente se hermana con la miseria y explotación más salvajes en «el silencio// solo roto por el grito de gol». Son necesarias las palabras del poeta para que veamos y sintamos lo insoportable que desfila cada día ante nuestros ojos. Desgrana después el poemario temas recurrentes en la poesía de Orihuela: sombrías reflexiones sobre «esa guerra que vamos perdiendo», solidaridad a flor de piel con todas las víctimas del desastre, gritos de rebeldía, y también un acercamiento a la forma y el alma del cante flamenco más comprometido: «Olivaritos del campo,/ ¿quién los varea?:/ veinticinco chiquillos/ y una correa.» Es el retrato de un mundo desquiciado en el que hay también un lugar para el humor: «JUSTICIA HISTÓRICA/ Cuando era niño/ vivía las clases acojonado por el maestro./ Ahora que soy maestro/ vivo las clases acojonado por los alumnos.»
Como en otros libros de Orihuela, tras la sobredosis de realidad de las primeras secciones hay sitio después para una visión más lírica. Es el momento de regocijarse en la dicha de amar y ser amado: «El mismo amor/ tuve una y otra vez/ hasta que estuvo el amor/ completo.» Es tiempo también para una aproximación a Oriente en busca de otra perspectiva sobre el hombre, una mirada capaz de iluminar una existencia sin miedo: «De la picadura del ego/ llevo milenios intentando curarme.// Espero que un día/ una hormiga se lo lleve todo/ en la boca.» No desentonan estos poemas en la lucha emprendida, porque sólo siendo profundamente humanos podremos intentar arreglar algo en un mundo que agoniza. Sólo encontrando la raíz de todos los males en el corazón del hombre seremos capaces de fundamentar la empatía con el sufrimiento que podrá arrasar las fortalezas del poder.
«Autogobierno» con su denuncia y su sueño solidario es un hito más de una andadura que muestra cómo la poesía es un arma para construir otra sensibilidad, un manojo de versos valientes que nos ayudan a mirar el horror cara a cara y no soportar lo insoportable; poesía poderosa, escuela de indignación, semilla de futuro.
CEMENTERIO CIVIL
Los que ahora sois un nombre en la piedra,
fuisteis ayer carne de libertad
que aún espera ser ganada
por quienes os sienten
más allá de un nombre en la piedra
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