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El realizador Lluís Galter presenta en la Universitat de València su opera prima, “Caracremada”

El último Sísifo de la guerrilla

Fuentes: Rebelión

Igual que Sísifo levantaba, en el célebre mito, la piedra una y otra vez hasta la cima de la montaña, el guerrillero anarquista Ramón Vila Capdevila («Caracremada») se retira a los bosques del interior de Cataluña para llevar una lucha en solitario (anarcoindividualista), penosa y abnegada contra la dictadura de Franco. Una lucha que confiere […]

Igual que Sísifo levantaba, en el célebre mito, la piedra una y otra vez hasta la cima de la montaña, el guerrillero anarquista Ramón Vila Capdevila («Caracremada») se retira a los bosques del interior de Cataluña para llevar una lucha en solitario (anarcoindividualista), penosa y abnegada contra la dictadura de Franco. Una lucha que confiere sentido a su existencia, como el realizador Lluís Galter pone de manifiesto en la película «Caracremada».

No hay mucho más que contar sobre la trama. Corría el año 1951 cuando la CNT ordenó la retirada de los grupos de resistencia en el interior, los maquis, pero Ramón Vila se opone a la decisión del sindicato y decide reiniciar la batalla a solas. Toma la decisión de «echarse al monte».

Cuatro líneas bastan para la sinopsis. Porque la película de Lluís Galter, producida por Mallerich Films Paco Poch, Cromosoma y la asociación cultural «Passos Llargs», es sobre todo un producto artesanal, cine de autor en estado puro, donde la elaboración y el mimo en planos y fotografía resultan esenciales.

La forma es primordial en la película. La narración se desarrolla a partir de secuencias que se demoran, planos que se recrean en los pormenores (el aleteo de una mariposa, unas manos que toman un objeto, unas botas que caminan), movimientos de cámara parsimoniosos y fotografías de paisaje, que habitualmente se usan como transición, en las que el director se gusta y recrea.

Nos hallamos ante un trabajo cocido a fuego muy lento, en el que Galter ha plasmado, según confiesa, «una opción personal; no hubiera podido hacer la película de otra manera», agrega. Se trata además de una apuesta arriesgada en unos tiempos de pensamiento único cinematográfico, donde pocos matices caben a la hegemonía de los efectos especiales, el vértigo narrativo y la histeria de la acción impuesta por el cine estadounidense.

Por el hecho de caminar a contracorriente, «Caracremada» sólo se ha proyectado de manera continuada, desde su presentación en 2010, en dos salas de Barcelona. El resto de pases se han realizado en lugares muy escogidos, sea en Madrid o en la Universitat de València. Pero ello no obsta para que la valentía del joven director haya logrado reconocimiento internacional, sobre todo en la 67 Muestra Internacional de Venecia, donde fue seleccionada. También se presentó la cinta en el Festival de Cine de San Sebastián y en el de Jeonju (Corea del Sur).

No se trata de una película histórica. Tampco se pretende contar la historia de los maquis. El director y guionista de «Caracremada» no se ha obsesionado con el rigor histórico, de manera que este afán dificultara la puesta en escena de su idea: narrar la aventura existencial de un rebelde, a quien inspira el ideal anarquista. «He pretendido hablar de la condición humana, de aquél que actúa y se enfrenta a los acontecimientos sin la intención de conseguir lo que persigue, sino por el hecho mismo de actuar incluso cuando el objeto es inalcanzable», explica Galter.

El director cincela cada plano. Pero esta apuesta personal por el matiz y el fino pincel en la forma, en contraposición a la brocha gorda del cine comercial, la extiende el realizador al contenido. Porque la película sugiere más de lo que dice. Amaga y hace guiños. Está repleta de elementos metafóricos: unas botas, la pistola de Ramón, una sierra que corroe una infraestructura eléctrica, unas patatas escondidas bajo tierra, una pareja de arenques en la puerta de una casa. Se requiere un esfuerzo del espectador para desentrañar su sentido, al tiempo que actúan como elementos de continuidad en la narración.

La sombra de un gesto, el rictus de la cara, unas manos nervudas, el aullido de los grillos en un paisaje de montaña, el viento que mece muy poco a poco la floresta, el ambiente de masías. Son materiales con los que el director y guionista compone el relato. De tanto en tanto aparece en escena un jabalí (otro de los apodos de Ramón), con el que protagonista se mimetiza. Como también se integra de modo muy coherente en la montaña, su hábitat.

Se trata, por lo demás, de un cine inteligente y bien trabajado, en el que Galter quintaesencia la historia que relata. Es una de sus máximas: el estilizamiento y la síntesis. Con tres hojas mecanografiadas marca tres hitos del anarquismo hispano que recorren la película. 1946: la CNT en el exilio de Tolouse envía armas y salvoconductos a los maquis, para la realización de sabotajes que erosionen la dictadura. Ramón y otros tres compañeros se preparan para la acción directa, pero uno de ellos muere a manos de la guardia civil. 1951: El exilio anarcosindicalista da la consigna de retirada. «Caracremada» se opone y decide refugiarse en el monte. Autogestiona su vida. Resuelve además sabotear líneas de alta tensión. Década de los 60: La CNT recupera las acciones en el interior, pero ahora protagonizadas por las generaciones más jóvenes.

Este aquilatamiento, esta depuración de la idea fuerza se hace patente además en la porción de biografía seleccionada. Galter escoge las dos últimas décadas de la existencia de «Caracremada»: la vida en la montaña. Pero aunque no tan célebre como otros guerrilleros (Marcel.lí Massana o Quico Sabaté), Ramón Vila Capdevila (1908-1963) vivió mucho más que los años del maquis. Cometió sus primeros sabotajes en 1930, en una fábrica textil de Pobla de Lillet (Barcelona), de la que fue despedido y a continuación enviado a prisión. Durante la Guerra Civil, combatió con las columnas anarquistas en Madrid y el Frente de Aragón; tras la victoria franquista, cruzó la frontera y fue detenido e ingresado en un campo de concentración. También se enroló en la resistencia francesa, antes de formar parte del maquis catalán, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial.

Una biografía muy fértil en experiencias, truncada por los disparos de la guardia civil en 1963, que el director no pretende agotar en 98 minutos de película. Prefiere la sutileza, las líneas sinuosas y entreabrir puertas en la primera parte de la película, para cerrarlas con cuidado al final. Una niña ve, en las primeras escenas, cómo su padre muere protegiendo a dos guerrilleros (Ramón y Marcelino). La joven huérfana acaba contactando con «Caracremada» en la montaña, aunque no establezca un vínculo emocional con el protagonista. Pero sí empuña la herramienta y procede a serrar la línea de alta tensión. Se cierra la puerta muy quedamente. La joven prosigue la eterna rebeldía de los maquis.

Aunque de difícil encaje en los gustos mayoritarios, la opera prima de Galter (Figueres, 1983) aporta frescura en el método y representa, sobre todo, un ejercicio de autenticidad. De mantenerse fiel a una mirada propia y permitirse recrear situaciones al margen de corsés. Ni cine social, ni película militante, ni panfleto para la parroquia. No trata de poner en escena a la organización libertaria en el exilio, ni a la guerrilla rural en el interior, ni las delaciones o el acoso de la guardia civil. Se centra el director en la imagen, según afirma, «más poderosa que ninguna otra, de un hombre solo con una sierra de metal, que saboteaba torres eléctricas en medio del bosque». Un Sísifo libertario.