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Postdata al Tomo 10 de la «Historia Criminal del Cristianismo»

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Mikel Arizaleta.

En las postrimerías del siglo XIX y en el XX el Vaticano cobró fuerza. Su influjo se puso de manifiesto sobre todo en ambas Guerras Mundiales y en la colaboración con los fascistas de Italia, Alemania, España y Croacia, mostrado también por mí en «Abermals krähte der Hahn» (Y de nuevo cantó el gallo), editado en 1962, en «Mit Gott und den Faschisten» (Con Dios y los fascistas), editado en 1965 y con mayor detalle y precisión en «Ein Jahrhundert Heilsgeschichte» (Un siglo de historia salvífica) editado en 1982-83 en la editorial Kiepenheuer & Witsch.

Estos dos tomos (Un siglo de historia salvífica) editó Rowohlt en 1991 en un volumen con el título «Die Politik der Päpste im 20. Jahrhundert» (La política de los papas en el siglo XXI). En el que entre las 1400 páginas del libro se incluye también al siglo XIX y temáticamente comienza donde termina la Kriminalgeschichte des Christentums, por lo que «La política de los papas» viene a ser como la continuación de la Historia criminal del cristianismo, es decir como su tomo 11 (en castellano está publicado en dos tomos en la editorial Yalde: 1 y 2). Así las cosas (rebus sic stantibus) repetir en otro libro lo ya publicado antes (mismos hechos, mismos sucesos, personas, fuentes y pruebas) y ofrecerlo al lector resultaría inadmisible tanto para el lector como para el autor, quien de paso aprovecha para dar las gracias encarecidamente a quienes le han ayudado a llegar hasta aquí, punto inimaginable para él.

Las reflexiones centrales de mi discurso de cumpleaños del 2004 esclarecen el vasto sentido de este agradecimiento. En Deschner.info se puede consultar «Por qué en la vida uno no puede exasperarse» (véase allí «Clarificación es escándalo…»), confesión de la determinabilidad muy pocas veces reconocida en todo lo que sentimos, pensamos y hacemos, de los bueno y lo malo. Hace tiempo que soy consciente del contundente aviso de Georg Cristoph Lichtenberg (1742-1799) en uno de sus aforismos: «Si tú lees la historia de un gran criminal da siempre gracias al cielo misericordioso, antes de condenarle, de no haberte colocado con tu pose de honrado al inicio de una serie de circunstancias«. Y como autor de la Kriminalgeschichte des Christentums comparto también la confesión autónoma de Goethe: «No me imagino ningún crimen que no hubiera cometido también yo en esas mismas circunstancias«. Los criminales y hasta los soberanos más desvergonzados y monstruosos, sean civiles o religiosos, son también en cierta manera incapaces de culpa por todo el entramado determinante sumamente complejo que les envuelve, sin que ello suponga consentimiento y aprobación de sus crímenes, mostrados en masa en mi Kriminalgeschichte, y mucho menos deferencia y protección de sus culpables por la sociedad.

Pero lo que la sociedad tiene que hacer es protegerse mucho más de manera preventiva de ellos, posibilitando a todos una existencia digna, librándoles de la explotación y embrutecimiento y desarmando y desposeyendo a tiempo y con rigor a sus saboteadores y arruinadores