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Murió Videla, pero la represión y la impunidad del Estado capitalista continúan

Fuentes: Rebelión

El personaje-símbolo de la última y feroz dictadura militar, Jorge Rafael Videla, murió. Falleció de muerte natural, como otros torturadores genocidas (Massera). Indultado por Menem a mediados de los ’90, y condenado hace unos años a cadena perpetua, en su última aparición pública, en la causa por el Plan Cóndor (el plan de «articulación represiva-desaparecedora» […]

El personaje-símbolo de la última y feroz dictadura militar, Jorge Rafael Videla, murió. Falleció de muerte natural, como otros torturadores genocidas (Massera).

Indultado por Menem a mediados de los ’90, y condenado hace unos años a cadena perpetua, en su última aparición pública, en la causa por el Plan Cóndor (el plan de «articulación represiva-desaparecedora» de las dictaduras del cono sur), lanzó una vez más su reaccionario «relato» de que habría sido un luchador «contra la subversión» (en realidad, se dedicó a masacrar a una generación de luchadores obreros, juveniles y populares que, con diferentes estrategias, combatieron contra dictaduras previas, contra la explotación y el imperialismo), y se negó a declarar.

Ahora que falleció (aunque con tantos años de impunidad es raro que nadie hubiera «actuado» para acelerar este «proceso natural» -una película, de mal final, planteó la idea-) hay festejos, e incluso muchos kirchneristas se vanaglorian por las condenas a los represores -a cuentagotas- que hubo los últimos años, y que son… ¡apenas 407!

Me explico: hubo más de 500 campos de concentración y exterminio entre 1976 y 1982, donde cientos y miles de milicos, curas, policías, jueces, burócratas sindicales y funcionarios (en su mayoría del PJ y la UCR), además de industriales (que pusieron a disposición partes de sus centros de explotación como instalaciones para detención y torturas), protagonizaron un verdadero genocidio de clase. Y son todos ellos, la mayoría, quienes se mantienen hoy impunes, gracias a los mecanismos de esta democracia de clase, para ricos, y a todos los gobiernos capitalistas, de Alfonsín a Cristina Fernández de Kirchner. ¿Se puede hablar entonces, como pretenden los «relatos K», de «justicia»?

Y si a esto sumamos las represiones que «terceriza» el gobierno y el Estado (las patotas de la burocracia sindical -como la que asesinó a Mariano Ferreyra-, las bandas parapoliciales y paramilitares -como las que reprimen y asesinan a los Qom en Formosa-), y a sus mecanismos de espionaje funcionando a pleno (los «proyectos X» de Gendarmería y las policías; y la actuación permanente de la ex SIDE, hoy Secretaría de Inteligencia -por más que José Pablo Feinmann nos hable una y mil veces maravillas del «chango» Icazuriaga, su titular-), podemos -y desde ya lo hacemos- alegrarnos por la muerte, tardía pero justa, de este represor asesino, que usó todo ese aparato de dominación y represión durante la dictadura, al mismo tiempo que señalamos cómo el actual gobierno nacional permite la impunidad ante las desapariciones (sí: leyó bien: de-sa-pa-ri-cio-nes), en «democracia», de Luciano Arruga y Jorge Julio López.

Por todo ello, la lucha -en la calles, como fue históricamente: la izquierda y las organizaciones sociales, estudiantiles y combativas acompañando a los organismos de Derechos Humanos- contra la represión del Estado capitalista y sus aliados continúa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.