El 14 de septiembre de 1813, a través de su secretario Juan Nepomuceno Rosáinz, que les dio lectura, José María Morelos y Pavón presentó ante el Congreso Nacional Gubernativo, convocado por él y reunido en el poblado de Chilpancingo que para el efecto fue declarado Ciudad, los Sentimientos de la Nación. Documento central no sólo […]
El 14 de septiembre de 1813, a través de su secretario Juan Nepomuceno Rosáinz, que les dio lectura, José María Morelos y Pavón presentó ante el Congreso Nacional Gubernativo, convocado por él y reunido en el poblado de Chilpancingo que para el efecto fue declarado Ciudad, los Sentimientos de la Nación. Documento central no sólo en la gesta de la Independencia sino en la conformación de la nación mexicana, perfila un proyecto en el que se establece con meridiana claridad la idea de la emancipación nacional con respecto de la metrópoli española, se introducen los derechos humanos y del ciudadano, se concibe la soberanía nacional como soberanía popular y se establecen las bases para un gobierno representativo sustentado en la división de poderes.
El célebre texto, con el que Morelos buscó orientar y encauzar la redacción de un decreto constitucional para la América, se complementa con otros de importancia no menor: el reglamento que el propio Generalísimo redactó para los trabajos del Congreso, el discurso de apertura (redactado inicialmente por Carlos María de Bustamante y corregido y pronunciado por el mismo Morelos), el decreto de abolición de la esclavitud del 5 de octubre -que ratificaba el expedido en Valladolid por Hidalgo el 19 de octubre de 1810- y la Declaración de Independencia, aprobada por el Congreso el 6 de noviembre de 1813. Este conjunto de proclamas y documentos fueron dibujando un México independiente e igualitario, un gobierno popular y representativo y una nación respetuosa de cada uno de sus hijos. Por todo ello, escribe Ernesto Lemoine, «En Chilpancingo se opera, de una vez para siempre, la ruptura con el pasado, la desaparición como ente jurídico o figura moral de Nueva España, y, por consecuencia, el alumbramiento del Estado Mexicano».
¿Pero qué hace especial a los Sentimientos de la Nación? Sobre todo el que en ese documento Morelos traduce, de manera directa y muy sintética, las aspiraciones cuya consecución harían de México una entidad totalmente diferente de la española y rompería con un presente y pasado inmediato de injusticia y sojuzgamiento. Su título es lo que el texto aspira ser y lo que es: la expresión del sentir popular traducido en programa político, en bandera, en proclama, en proyecto de nación. No transige con las clases dominantes en aras de la conformación de una nueva nación, ahora independiente pero en la que se conserven las estructuras de la dominación misma. No: rompen los Sentimientos al mismo tiempo con el colonialismo y con la estructura de explotación regentada lo mismo por autoridades virreinales que por peninsulares y criollos. Por eso condena la esclavitud, el sistema de castas, la explotación, los privilegios y las leyes que los soportan. Morelos, hijo del pueblo y su caudillo, expresa efectivamente el sentir no de de los criollos que aspiran a ser el nuevo grupo dominante sobre un México independiente, sino el de los grupos, indios, esclavos y castas que resienten de manera directa la explotación.
La reflexión obligada nos trae, doscientos años después, a la encrucijada actual de la nación. ¿Cuáles son sus sentimientos? ¿Cómo expresarlos?
Ciertamente, nos encontramos una nación profundamente dividida por la desigualdad social, con 53 millones de pobres pero con un puñado de magnates que destacan en las listas internacionales de la opulencia, entre ellos el hombre reputado como más rico del mundo. Contrariamente a lo ofrecido en la campaña electoral de 2012, una nación dividida por reformas que no sólo han polarizado irremediablemente a la sociedad, sino gravemente regresivas y que afectan derechos de la nación, colectivos e individuales ya consagrados. Vivimos un momento en el que, como otros de nuestra historia, se imprime un viraje drástico a la trayectoria del país, sólo que esta vez revirtiendo el proyecto trazado hace un siglo pero con raíces en las luchas de la Independencia ya la Reforma.
¿No es acaso el sentimiento actual de la nación el encauzarse por la senda del crecimiento económico con la hoy olvidada justicia social? Esta nación demanda un desarrollo que tome en cuenta a los desfavorecidos, a los explotados: que incorpore al campo como conjunto, incluyendo a la población campesina y no sólo a los agricultores capitalistas; que impulse el empleo y el crecimiento de los salarios al nivel que los constituyentes de 1917 lo establecieron; que respete los derechos laborales e incorpore a todos los trabajadores a la seguridad social; que dé mayores oportunidades a las pequeñas y medianas empresas, las que generan el mayor volumen de empleo pero las más expuestas a las adversas condiciones del mercado. Una mayoría de mexicanos asume también el fortalecer a la nación conservando ésta el control de sus recursos estratégicos, impidiendo el saqueo de sus riquezas energéticas o mineras, vigorizando la rectoría del Estado y no las anárquicas fuerzas del mercado que conducen a la constitución y robustecimiento de los monopolios.
La nación demanda también de su Estado seguridad y justicia cierta; hacer realidad el postulado de una nación pluriétnica y multicultural con la integración de sus etnias al desarrollo, pero con respeto a sus culturas y espacios de autonomía. Aspira a que la educación, mucho más amenazada por la pobreza y por el abandono de sus responsables que por la falta de preparación de los maestros, sea verdaderamente universal y una palanca real para el avance del país. Éste reclama también un servicio público que no dé origen a una casta de privilegiados y en el que los representantes y gobernantes no escapen al control de sus electores; una democracia efectiva y partidos volcados a los intereses mayoritarios, no a los de las oligarquías.
El proyecto nacional mayoritario no difiere mucho, entonces, del que hace casi un siglo se plasmó en la Constitución de Querétaro, muchos de cuyos aspectos quedaron incumplidos, han sido revertidos o en riesgo de serlo.
¿Pero quién expresa hoy los sentimientos de la nación? Ciertamente no los partidos políticos, volcados hacia intereses particulares y plutocráticos que no atienden a las mayorías. Los sectores más conscientes y activos de éstas sienten la necesidad de la unidad de las tendencias y dirigentes progresistas, que hoy está ausente. El 31 de agosto, Cuauhtémoc Cárdenas protagonizó una marcha en defensa del petróleo con sectores del PRD y de otras organizaciones, pero que no logró unificar la acción con el otro dirigente emblemático de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, ni con sus seguidores. El 8 de septiembre éste condujo un importante mitin con el mismo fin, al que Cárdenas declinó asistir.
Pero hay en las bases de los movimientos sociales y de las organizaciones políticas una conciencia unitaria a la que no parecen estar respondiendo los líderes. La movilización social, hoy necesaria, no puede ser sólo la protagonizada por estas figuras sino construida desde las bases y las regiones. Cárdenas no ha dado continuidad a su convocatoria a defender la industria petrolera de la reforma que hoy la amenaza. López Obrador, en la culminación de la concentración a la que con meses de anticipación había convocado, sólo llamó a sus seguidores a realizar «asambleas informativas» el domingo 15 de septiembre, en plenos festejos patrios, y a congregarse nuevamente bajo su conducción en la ciudad de México una semana después.
Hago mía, en cambio, la reflexión de Víctor M. Toledo («Hacia un frente nacional contra la venta de México», La Jornada, 7 de septiembre, http://www.jornada.unam.mx/2013/09/07/opinion/014a1pol): la movilización social requiere hoy la formación de frentes amplios desde las bases y desde las regiones, más que su sola centralización en la capital del país. AMLO omite, al respecto, dos datos de la realidad reciente que podrían fortalecerlo de cara a la necesaria conformación de esos frentes: el desmoronamiento en curso del SNTE desde sus cimientos y el debilitamiento de sus dirigentes charriles, como reacción frente a la reforma peñanietista que modifica las condiciones de trabajo del magisterio; y el inminente desgajamiento, también, del PRD por el alineamiento de sus dirigentes y muchos de sus legisladores con el gobierno peñista y el PAN. Pero la posibilidad de captar la inconformidad social y construir frentes está más en las regiones que en la movilización centralizada.
Como en toda crisis -entendida ésta como ruptura y viraje- se requieren liderazgos con capacidad de entender, como sentenciaba Lenin, el momento político, el cual cambia día a día. Traducir en programas concretos y en acción los sentimientos nacionales: la gran lección de Morelos, que ahora hay que actualizar.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH