Están pasando demasiadas cosas en este país a un ritmo impresionante. Tanta indignación, tanta furia, tanto dolor ha llevado a muchísimas protestas por doquier. A marchas multitidinarias, bloqueos carreteros, quema de sedes del poder estatal en Guerrero, paros de labores de 24, 48 y 72 horas en las universidades de todo el país. A la […]
Están pasando demasiadas cosas en este país a un ritmo impresionante. Tanta indignación, tanta furia, tanto dolor ha llevado a muchísimas protestas por doquier. A marchas multitidinarias, bloqueos carreteros, quema de sedes del poder estatal en Guerrero, paros de labores de 24, 48 y 72 horas en las universidades de todo el país. A la formación de un potente movimiento estudiantil y social que no se había visto desde hace muchas décadas [1].
La protesta social se está extendiendo por todo México y está aumentando su nivel de intensidad, en un contexto en el cual el gobierno ya no puede reprimir tan fácilmente porque si lo hace sólo va a contribuír a que la bola de nieve siga creciendo. El manejo mediático de esta situación no hace posible la manipulación y neutralización de los movimientos sociales, tal y como hicieron antes, con los maestros de la CNTE en 2013 a quienes llamaban «vándalos», «revoltosos», huevones» para justificar la represión.
Ahora los monopolios están imposibilitados para ocultar la indignación y rabia generada por los hechos de Ayotzinapa. Ahora los monopolios están obligados a hablar de Ayotzinapa.
El gobierno no tiene ni idea de cómo afrontar esta crísis política y social, que puede devenir en crísis económica, dado que los mercados estarán en un proceso de creciente inestabilidad dado el aumento del riesgo y la incertidumbre.
El gobierno ha pretendido decir que ha «resuelto» el caso de Ayotzinapa, cuando en realidad no han resuelto nada. Son incapaces de brindar justicia y seguridad al pueblo. Y en estos contextos de creciente indignación de la gente, su respuesta tradicional, la represión (ya sea de masas, o selectiva), sólo contribuirá a echarle más leña al fuego.
El gobierno pretendió comprar la consciencia de los padres de familia, diciendo «te doy cien mil pesos y ahí muere», los cuales fueron rechazados por los padres y madres de los desaparecidos, que ni con un millón de pesos podrían comprar la cura para ese gran dolor y angustia que representa haber perdido a un hijo, un familiar, un ser querido. De los normalistas no sabemos aún si están muertos, si están vivos, si sus cuerpos están quemados, enterrados, o dónde y qué pasó. Siempre pasará por nuestras mentes ¿qué pasó aquella trágica noche?
Sólo la memoria queda de aquellos jóvenes que con humildad nos dieron lecciones de dignidad. Es triste ver morir a la gente que no lo merece. Es triste ver morir a quienes viven para luchar por la justicia, mientras los políticos siguen robando, saqueando y humillando a nuestro pueblo. Pero de esa tristeza también viene el coraje, la rabia, la indignación que se requieren para transformar esta realidad.
La memoria de aquellos jóvenes rurales, luchadores inalcanzables, es la que ahora ha encendido la llama de la indignación, del coraje que se ha irradiado y ha hecho despertar a miles y miles de mexicanos. ¿Hasta dónde va a llegar esta indignación?
El gobierno ha aplicado la táctica del desgaste y del ninguneo. Después, la introducción de infiltrados en los movimientos para dividir y después reprimir. Ahora, tal y como están las cosas, el tan ansiado desgaste está lejos de llegar. Los desgastes de los movimientos sociales suelen ocurrir después de varios meses, incluso varios años de iniciar una huelga, un campamento, un plantón, de protestar en las calles. Aún estamos muy lejos de que eso ocurra.
Ahora los gobernantes no pueden «ningunear» a los padres de familia, a los normalistas, a los estudiantes, a los maestros, porque las protestas han alcanzado tal extensión e intensidad, que los centros de reunión del gobierno ahora están ardiendo en llamas. Sus carreteras se bloquean, sus negocios se paralizan, y además, la presión internacional es demasiado fuerte. Tal presión ya no sólo viene de mexicanos radicados en el exterior, sino también de movimientos sociales locales, de gobiernos de países como el de Chile, Estados Unidos que «llaman a que el gobierno mexicano solucione estos problemas». Hoy tenemos campañas mediáticas internacionales como la Telesur, que exigen justicia, así como las protestas de eurodiputados de varios países europeos que exigen el respeto a los derechos humanos que día a día el gobierno mexicano pisotea impunemente.
Todo esto se conjuga con la gran extensión que han alcanzado las redes sociales y las consencuencias que esto implica: la pérdida del monopolio de la palabra por parte de los monopolios mediáticos. Esto lleva a una situación en la cual ya no es posible seguir con más ninguneos y pretensiones de que «en México no pasa nada». El gobierno ya no puede aplicar la fórmula salinista del «ni los veo ni los oigo» que antes les funcionaba, pero que ahora ya no logra los resultados esperados.
Todos los sectores de la sociedad exigen al gobierno respuestas. Desde los movimientos sociales solidarios con Ayotzinapa, los movimientos estudiantiles mexicanos así como las empresas televisivas (como ahora han clamado hipócritamente dos de las principales figuras de Televisa, Carlos Loret de Mola y Eugenio Derbez). Esto último puede ser interpretado como una toma de distancia de este sector empresarial con respecto al gobierno federal, de tal modo que si se hunde este gobierno, no queden naufragantes los Azcarraga y los suyos.
El gobierno federal ha tratado de acayar los reclamos y la indignación por medio de la detención y posterior linchamiento mediático del ex-alcalde de Iguala (Jose Luis Abarca) y su esposa, por medio de la detención de miembros del cártel Guerreros Unidos (donde hubo un caso de suicidio de una persona antes de ser aprehendido) y por medio de sustituir al gobernador del Estado de Guerrero. Todo esto para generar la apariencia de que el gobierno está interesado en solucionar el problema.
Ellos han tratado de quitar banderas de protesta a los movimientos por medio del montaje de «resultados» que presentó el titular de la Procuraduría General de la República (PGR), Murillo Karam. Se apresuró en dar conclusiones, afirmando que los restos encontrados en un basurero son de los normalistas, cuando no contaban con las pruebas ADN para corroborarlo. Su versión de los hechos fue sumamente cuestionada. Hay quienes dicen que en las circunstancias del basurero descritas, es imposible mantener avivado un fuego con más de 1000 grados celcius requeridos por tantas horas para lograr calcinar los restos humanos. Si esto hubiera sido el caso, se hubiera visto la gran columna de humo a varios kilómetros de distancia. ¿Por qué no llamó la atención de los gobiernos? Otros dicen que incluso ese día estuvo lloviendo y que eso es una razón suficiente para invalidar la versión de la PGR. ¿Cómo mantener vivo un fuego en la intemperie mientras cae agua del cielo? Hay otros que dicen que las «confesiones» de los criminales con que la PGR construyó su versión son producto, en realidad, de torturas. Con su lamentable «ya me cansé» el señor Karam terminó su conferencia de prensa que lo único que hizo fue incrementar la indignación de la gente. Actualmente ya se habla de su salida de la PGR.
Y es que ya estamos a tal punto que el pueblo ya no se va a contentar con las «soluciones» que ofrezca el gobierno federal. Estamos en un punto tal que cualquier cosa que digan y hagan los gobernantes de todos los partidos políticos sólo tendrá como consecuencia una cosa: el aumento de la indignación y de repudio de la gente.
¿Hasta dónde va a llegar la indignación mexicana? Hay varias voces que ya claman, ya clamamos una cosa: La renuncia de Enrique Peña Nieto a la presidencia de la república. Y no sólo queremos que se vaya él. ¡Queremos que se vayan todos los políticos de una vez y que no vuelvan más!
Notas
[1] Incluso, si comparamos los hechos actuales con lo que pasó en 2012, las protestas de yosoy132 se quedan muy cortas con las actuales tanto en extensión de la protesta social, así como en su intensidad.
[2] Esto es más fuerte aún si consideramos dos casos como el del represor Ulises Ruíz, gobernador de Oaxaca en 2006 quien pese a las protestas, ocupaciones y bloques de la APPO donde tomaron la ciudad de Oaxaca por más de seis meses no renunció. Ni tampoco lo hizo el «gober precioso», pese al rechazo popular y posterior linchamiento mediático por su involucramiento en redes pederasta, tampoco renunció como a su cargo como gobernador del Estado de Puebla, igual, en 2006.
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