30 años de oscuridad: Manuel Cortés
Hoy no dormí, como tantos de ustedes.
Nos han cambiado los ciclos del sueño, los despertadores, las obligaciones cotidianas.
En medio del insomnio, escuché a primera hora a Marco Antonio Aguirre en la SER, enfadado: “no estamos en tiempo de guerra, porque, en tiempos bélicos, la gente ni ve Netflix, ni come palomitas [1].
Pues sí, pensé. Tiene toda la razón.
Este país es curioso: hay un bando que reivindica la desmemoria, pero hace política desde el guerracivilismo.
Hay otro bando que nos recuerda la sangre perdida de la gente demócrata. La que luchó por los derechos de los que disfrutamos hoy (aunque sea en riesgo).
Entre juicios perversos, condenas nulas, fusilamientos asesinos, tenemos también la memoria sepultada de “los topos”.
Hablemos hoy de esos hombres que pasaron confinados su vida durante una delas más crueles dictaduras de la historia: el franquismo.
Para ello, partiremos del riguroso y emocionante documental, entre otros materiales, de “30 años de oscuridad”[2].
El documental se basa en la vida de Manuel Cortés, antiguo alcalde de la localidad malagueña de Mijas, que no tuvo ocasión de escapar de España tras el final de la Guerra Civil.
Fue un hombre bueno, de extracción humilde. Quiso mejorar la vida de su gente. Quiso que se pudiera saber decir y comprender las letras. Quiso que la tierra estuviera en manos de los que la siembran. Paró los desmanes de sus compañeros de filas, para que la II República diera lo mejor de sí misma.
Cuando estalló el golpe de estado, Manuel huyó, como tantos otros paisanos, hacia Almería, previendo el desastre genocida. Así fue, así lo conocemos como la Desbandá.
La masacre de la carretera Málaga-Almería, conocida popularmente como la Desbandá, fue un ataque a civiles por parte del bando sublevado ocurrido durante la Guerra Civil Española, el 8 de febrero de 1937, tras la entrada en Málaga de las tropas franquistas. Una multitud de refugiados que abarrotaban la carretera huyendo hacia Almería, ciudad bajo control del Ejército Popular Republicano, fue atacada por mar y aire causando la muerte a entre 3.000 y 5.000 civiles [3].
Manuel consiguió, después de salvarse del ataque, llegar a Valencia, capital de la zona republicana, para seguir trabajando por la democracia.
Pero los golpistas vencieron.
Tras un largo y peligroso camino de regreso a casa, consiguió llegar de noche a su hogar sin ser descubierto.
Su mujer, Juliana, le advirtió de los numerosos fusilamientos que se estaban llevando a cabo en el pueblo. Ambos decidieron abrir un pequeño hueco en la pared donde Manuel podría esconderse, en casa de su padre.
Manuel Cortés nunca pudo imaginar que aquel pequeño espacio tras la pared se convertiría en su cárcel particular durante casi un año. Posteriormente, escaparon en medio de la noche a una casa más grande del pueblo, y luego, a otra.
La reciente producción de La Trinchera Infinita está inspirada en su historia y narra las terribles vivencias que tuvo que vivir como topo para pasar desapercibido por la policía. Por ejemplo, narra cómo se vistió de anciana, para cambiar de topera cuando su mujer compró una casa definitiva donde estuvo recluido otros 18 años.
Encerrado entre visillos, desvanes, sótanos, y sandalias, Manuel pasó encerrado 30 años.
Finalmente, el 11 de abril de 1960, se dictó un decreto de amnistía concedido por el dictador. Aunque la amnistía no fue tal, porque la represión no cesó (las libertades no volvieron), Manuel pudo volver a la calle.
No fue el único.
Los topos
Los libros de historia dicen que la Guerra Civil española concluyó en 1939. Pero, tras el último parte de guerra, muchos combatientes, cargos públicos y simpatizantes del legítimo gobierno republicano, se vieron obligados a huir de la represión franquista y esconderse como topos.
Los topos se ocultaron durante la Guerra civil y la dictadura de Franco por miedo a las fuertes represalias del otro bando. Hubo topos, huidos y desaparecidos por toda la geografía española. Algunos estuvieron ocultos durante pocas semanas o meses, otros hasta el final de la guerra, pero también hubo quienes continuaron recluidos en sus toperas hasta casi el final del régimen.
Como hemos dicho, fue el decreto de amnistía de 1969 el que posibilitó que los topos salieran, como hongos después de la lluvia, del agujero donde habían vivido escondidos, todavía con el temor a las represalias.
Los periodistas Torbado y Leguineche[i]se lanzaron en plena Transición Democrática a rescatar esta figura del huido: “Junto a los seiscientos mil muertos y a los quinientos mil que lograron escapar por las fronteras, miles y miles de españoles vivieron algún tiempo huidos por el miedo a lo que estaba ocurriendo en aquella feroz represión”.
En ocho años de investigación, los autores de Los Topos siguieron pistas, recibieron portazos, amenazas de muerte, etc. Todo para conseguir los estremecedores testimonios de quienes fueron perseguidos por un enemigo invisible que los enterró en vida.
Hablando de Manuel Cortés, nos refieren: “Quedó inscrito un recién nacido de 64 años y ojos azul verdosos, los mismos ojos, que veían su pueblo de Mijas, -transformado por una invasión turística, por la irrupción de los coches, los autocares los burro-taxis que desplazaban a todos los extranjeros-. Una vida que Manuel había perdido entre aquellos muros y que tardó tres décadas en desenterrar y sacar de nuevo a la luz”.
Sus testimonios hablan de la experiencia de su cautiverio, pero también hablan de los otros desaparecidos que no pudieron contar su propia historia, y del gran sacrificio colectivo que marcó sus vidas y las de sus familiares.
La vida en las trincheras infinitas
¿Cómo expresar el horror del cautiverio? Probablemente no sea posible.
Pienso en esos hombres mutilados. Pienso en esas mujeres aterradas por las fuerzas policiales. Me da vergüenza mi ansiedad de ciudadana privilegiada, cuando las veo levantarse de madrugada, andar 30 kilómetros a pie desde su pueblo a la capital, para vender huevos por las casas, consiguiendo apenas unos céntimos, con el corazón sobrecogido toda la jornada pensando en si sus parejas habrían sido descubiertas.
No fue un día. Fueron 30 años.
Me estremece pensar en el miedo de su vecindad. En las delaciones que fueron en muchos casos productos de viejas rencillas, pero también en otros muchos, la única forma de proteger a sus familias.
Como no pensar en los amantes de 1984. Como no reivindicar a Orwell, que habita entre nosotras. Me duelen los embarazos de estas familias. En esos viajes de las mujeres a la miseria, fuera del pueblo, para esconderlos, y volver años después contando que sus niños no eran sus hijos, o que se habían hecho putas. O en esos episodios de terror: los abortos en casa.
¿Salieron? Deuda moral
Manuel salió de su encierro impuesto, como tantos otros. También hubo quienes fueron asesinados al ser descubiertos, los que se quedaron ciegos, los que se perdieron en el sufrimiento psíquico, en los que se mataron con un tiro al pecho.
Gracias a los movimientos en defensa de la memoria democrática, en este país hemos conseguido hacer luz de las atrocidades que hemos pasado, hacernos hueco entre el ruido silencioso, homenajear a nuestros muertos.
Queda mucho camino todavía. No hemos conseguido hacer justicia, aún, aquí. Países hermanos nos respaldan.
Que en este camino inconcluso, la memoria de los topos no se borre.
Y que cuando mañana estemos cansadas, pensemos en formas de hacer políticas que impidan que nunca vuelva a ocurrir nada semejante.
[1] https://cadenaser.com/programa/hoy_por_hoy/la_opinion_de_marco_antonio_aguirre/