Se piensa que la actual crisis del Coronavirus y sus secuelas marcará un parteaguas en las sociedades humanas. Abrirá un tiempo de cambios, sepultará al neoliberalismo y vendrá una trasformación profunda, señalan algunos analistas jugando al profeta. Visiones optimistas que es difícil compartir.
Las posibilidades de un cambio social vienen de la lucha política y cultural. De un sujeto que en su lucha abra horizontes de trasformación. Más aún se necesita primero horizontes de transformación por los que luchar. Utopías movilizadoras de algo distinto y mejor. Nada de eso existe hoy de forma extendida.
Una posible trasformación radical no podrá ser de modo terso. Algo como una evolución humana hacia un estadio superior. Un cambio de época implica enfrentamiento de intereses opuestos, vencer a las fuerzas dominantes e inventar una nueva organización, con los inconvenientes que esto conlleva.
Las trasformaciones sociales son complejas y difíciles, se hacen con sacrificios a partir de la irrupción de los pueblos. Las estructuras sociales no caen de manera mecánica por grandes crisis, no se debilitan inexorablemente por la realidad. La dominación actual se sustenta en intereses, en estructuras, en grupos y en una cultura-ideología, esto no ha sido tocado por la actual pandemia. Si algo ha demostrado el capitalismo es su capacidad de sortear crisis y a veces salir fortalecido de ellas.
Los que tenían el poder antes de la pandemia lo siguen teniendo, la economía está en crisis pero el poder económico sigue perteneciendo a los mismos y la acumulación continúa. El aparato ideológico-cultural sigue controlado por grandes corporaciones capitalistas. Algunos gobiernos que buscan caminos nuevos dentro del sistema se encuentran presionados por los intereses de las clases dominantes con poca capacidad de maniobra. El capitalismo sigue dominando, su ideología se cuela hasta nuestros sueños y visiones de felicidad.
Las organizaciones progresistas, populares y de las clases trabajadoras, se encuentras dispersas y con poca incidencia. Pero existen y dan la pelea. El movimiento feminista se ha hecho mundial y ha mostrado una capacidad de movilización importante. Las experiencias de otras formas de vida se siguen multiplicando, la consciencia ecológica se expande aún a pesar de cierta ambivalencia. Estas son esperanzas.
La actual pandemia abre la posibilidad de mostrar la debilidad de la sociedad actual, la necesidad de defender sistemas de salud para todos, la urgencia de ganar derechos y la injusticia que acarrea la precariedad. Se abren tiempos para disputar la cultura, hacer una defensa de lo público y la necesidad de pensar otros caminos, aspectos los dos que han sido atacados por la ideología neoliberal. Lo que viene es una batalla cultural que es también política. Es poner en el orden del día la urgencia de una trasformación profunda de la sociedad capitalista que nos está llevando a la destrucción como especie. Inventar nuevos horizontes de vida, que ya están en pequeños proyectos por todos lados, reconocer que no hay capitalismo y consumismo sustentable.
Hay una verdad que la ciencia ha señalado, la vida de la humanidad como la conocemos está en riesgo. La barbarie avanza como el Coloso de Goya contra la humanidad. Esta verdad científica tiene que ser conocida por todos y debemos actuar en consecuencia.
La barbarie que se avecina, puede que suceda mientras vemos una película de zombis como si no pasara nada o puede que la evitemos con nuestra acción. Para lograrlo necesitamos imaginación, dar la batalla cultural, imaginar utopías y nuevas formas de estar en la Tierra. Usar la ciencia, la experiencia y el saber acumulado, para abrir horizontes que nos digan por donde andar. Volver a la razón primera, reconocer que las sociedades humanas, la economía, la ciencia, la cultura y el arte, sólo tienen sentido si son para garantizar y acrecentar la vida de todos. Nada de esto hará el Covid-19, es tarea de hombres y mujeres, organizados, con recursos, con planes y proyectos, o no será. La batalla cultural hoy es por la vida.