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El patriarcado, la nueva República y “el hombre nuevo”

Fuentes: Rebelión

Siempre he pensado que debe haber más hombres hablando, trabajando, escribiendo y debatiendo ideas sobre la masculinidad tóxica, sobre el patriarcado, sobre la violencia misógina en que todos hemos sido formados. Justificando la violencia, las violencias.

Ayudamos a divulgar anuncios pidiendo, aconsejando a las mujeres como cuidarse de la cobarde violencia anónima en la calle. Pero hasta hoy, no hay un solo programa de gobierno que esté dirigido a educar a nuevas generaciones de hombres en masculinidades no irracionales, no patriarcales, en las escuelas, como materias obligatorias. Cuando fundamos el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, ya teníamos años trabajando con las mamás de las Asesinadas de Juárez, habíamos formado un Observatorio local, y finalmente logramos que la Unión Europea sancionara a México por la simulación en el combate al feminicidio.

Desde ese 2007 hasta aquí México ha cambiado para mal. Cada vez hay menos hombres vinculados a la lucha por la reeducación. El llamado gobierno democrático se niega a establecer un proceso de rendición de cuentas, sin supervisión ciudadana. Los procesos pactados con Naciones Unidas (después de 60 años de lucha normativa de proteger los derechos humanos) se han ido por la borda. Ahora hay “razones de estado” para desprestigiar, sancionar y desaparecer a las organizaciones de la sociedad civil que eran los vigilantes del cumplimiento de la normativa internacional.

El debate de ideas en México se ha ido. Ha dado paso a un proceso muy conocido en los gobiernos populistas de Latinoamérica, el linchamiento como repuesta de estado. Los regímenes salidos de la llamada propuesta de izquierda, sin excepción, han exaltado las virtudes del leninismo (la construcción de un régimen autoritario), haciendo a un lado los preceptos del marxismo (la construcción de un régimen de iguales, o se traduce en igualar la pobreza para los muchos y la creación de una nueva aristocracia, siempre aliada de los grupos oligárquicos, que siguen siendo los beneficiarios económicos de esos proyectos). Desnaturalizando e incluso despreciando a los sectores que los llevaron al poder, llegando a la colisión con cada uno de ellos. Así, pueblos indígenas, campesinos, movimientos obreros, sindicales, organizaciones sociales y sobre todo, feministas, hoy pagan el costo de haber apostado a construir un régimen diferente bajo estos referentes.

Esos regímenes, se han apoyado teóricamente en una generación de intelectuales marxistas-leninistas, blancos, europeos, y que padecen de la misma incapacidad innata del materialismo dialéctico de entender otra naturaleza que no sea lo material, lo productivo. En sus argumentos, al final lo que se denota, en forma lamentable, es una profunda ignorancia y desprecio no solo por la espiritualidad indígena-y los derechos humanos básicos, así como los derechos sexuales y reproductivos- sino incluso por la historia.

Cuando, después de 70 años de régimen de partido único, ganamos el primer gobierno democrático en 1997 en la Ciudad de México, asumimos la responsabilidad de cambiar las formas, a costa de lo que fuera. Debíamos ser diferentes, dar la cara, atender, responder, resolver, ser creativos, valientes. Y lo fuimos. Recuerdo cuando un supuesto grupo de priístas hizo su primera manifestación “violenta” en la Central de Abastos de la Ciudad de México. Era el grupo de 15 mil carretilleros, cargadores, explotados, despreciados, maltratados y manipulados. Salieron con antorchas, amenazando en quemarlo todo. 

Recuerdo el pánico en los rostros de quienes estaban junto a mí. Yo tomé una decisión sin consultar. Pedí ayuda para sacar una mesa a un estacionamiento afuera de mi oficina-yo era el responsable de atenderlos-, saqué todas las sillas que pude, y puse una de un lado de la mesa, y las demás del otro lado. Cuando llegaron, gritando, vociferando, insultando, vieron la clásica escena de funcionarios atrincherados, con cara de pánico que se asomaban medrosos por los cristales, y policías atrincherados en la reja de la entrada, casi todo era igual.

Excepto que de pronto se dieron cuenta que había un loco, sentado en una mesa, frente a un montón de sillas, llamándolos, invitándolos a sentarse, tendiendo la mano para saludarlos. 

  • ¿Qué hace aquí afuera? Me preguntó uno de ellos. 
  • Esperándolos para hablar con ustedes-les dije-, disculpen que no hay sillas para todos, pero acomódese y hablemos. Yo vengo de ahí de donde están ustedes, yo los entiendo, y no les tengo miedo, vengan, hablemos. 

A partir de ahí, el movimiento de los carretilleros, que había sido priísta recalcitrante y violento, se convirtió en nuestro más fuerte aliado para cambiar lo que pudimos en ese lugar.

El gobierno de México-autodenominado gobierno de los pobres, que gobierna desde el palacio de Hernán Cortés-se ha atrincherado, y pretende mirar por las rendijas de palacio, a las feministas que van a encararlo el 8 de Marzo, a reclamarle su inconsistencia.

Disculpen tanta divagación, pero es necesaria para expresar mi punto. Donaldo Trump en los Estados Unidos abrió la puerta y extendió una permisividad nociva al fascismo que antes tenía vergüenza de mostrar su rostro deforme y contrahecho. En México, AMLO-aliado de Trump-abrió la puerta y potencia la irracionalidad patriarcal asesina como argumento o razón de estado contra el feminismo. Su oferta es el silencio o la tumba. Patrocina un linchamiento cínico en las redes sociales que usa argumentos que creímos extintos: “Putas Feminazis Gordas, Lesbianas feas, Las vamos a violar, Las vamos a matar, Les vamos a dar balas de goma y gas” dichas respuestas habrían provocado sanciones, despidos, multas, expulsiones en otras condiciones. Se anuncia con sorna y gracia, esperando aplausos-y los obtienen- quienes amenazan desde las redes sociales con el uso de “la fuerza legítima del estado” contra sus enemigas: las mujeres que se atreven a alzar la voz, las que no se dejan matar, violar, o vejar sin protestar.

Dos respuestas resuenan en mi cabeza, que reflejan claramente ese pensamiento. La primera, una mujer joven, jefa de policía cuando yo investigaba la trata con fines de explotación sexual, me dijo: “¿¡Que tanto joden con eso!? Sólo son mujeres”. La otra, durante una audiencia en el senado de la república, una priísta con cara de espantada me preguntó: “¿Pero por qué matan, por que violentan a las mujeres así?”, mi respuesta quebró la audiencia, hizo que la incomodidad terminara por obligarla a levantarse, indignada, y salir apresurada, definitivamente no quería saber más. Ni hacer más. Yo le dije, en México se mata, se viola, se violenta a las mujeres, porque se puede.

La oferta de la creación del “hombre nuevo” de la “nueva República”, se parece mucho al pitecantropus erectus, cobarde pero siempre erectus, irracional, violento, e indispuesto a pagar las consecuencias por sus acciones, apostando poder esconderse detrás de la fuerza de la tribu para obtener impunidad vía el linchamiento democrático, porque lo que dia la mayoría es lo que vale. Así sea el linchamiento…