Las corrientes del oficialismo más cercanas a la vicepresidente de la nación están cada vez más abocadas a efectuar fuertes críticas a la gestión de gobierno. Sin embargo no hay señales de que vengan de allí las posibilidades de llevar adelante una alternativa transformadora.
En los últimos días han hecho impugnaciones reiteradas al ministro de Economía Martín Guzmán, al que achacan el estar embanderado con las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Y le endilgan que asiste pasivamente al deterioro del poder adquisitivo por la vía de la elevada inflación, que en marzo llegó a una cota superior a las peores previsiones.
Los medios reprodujeron hasta el hartazgo las objeciones formuladas, entre otros, por el ministro de la provincia de Buenos Aires Andrés Larroque, el gobernador bonaerense Axel Kiciloff y el diputado nacional y dirigente docente Hugo Yasky.
Nada de lo que se alega en esas visiones deja de ser verdad. Tampoco la proyección de que en las condiciones actuales de la sociedad argentina, el pensar en una victoria electoral del Frente de Todos (FdT) en las elecciones presidenciales de 2023 es, como poco, muy difícil.
Un reparo importante que se les puede hacer es que no queda clara la estrategia de quienes hacen las objeciones. Repudian al gobierno al que pertenecen. Al mismo tiempo que continúan en todos los puestos que ocupan, desde ministerios tan importantes como el de Interior hasta grandes administradoras de fondos públicos como ANSES o PAMI.
No parece haber verdadera disposición por trazar una propuesta alternativa. Incluso la conducta de “preservar espacios” en un gobierno con el que no se acuerda, trasmite la sensación de que lo que prima es el impulso de los políticos profesionales a anteponer el mantenimiento de su cuota de poder a cualquier otra consideración.
En esa línea, la construcción de un discurso impugnador podría depender más del deseo de “salvar la ropa” ante una oleada de desprestigio y sus consecuencias electorales. No al propósito de responder a las necesidades concretas, y acuciantes, de las mayorías sociales.
Siguen además practicando una política de “puertas cerradas” en la que las decisiones no llegan al debate público ni se dirimen con la movilización y la lucha. Ni siquiera se menciona el empobrecimiento de la democracia, que restringe en la práctica la participación popular al voto periódico. Y no se lo hace porque se usufructúa la pasividad, a favor de un liderazgo vertical, sin deliberación ni debate.
Queda lugar para las especulaciones a propósito de si lo que busca el “cristinismo” es mantenerse en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, dando por perdido al espacio nacional. Conservar el control del estado bonaerense le permitiría sustentar con recursos y capacidad de acción un futuro regreso a las “ligas mayores” de la política.
Si eso fuera verdadero indicaría despreocupación por la suerte de las trabajadoras y trabajadores y de los sectores medios ante la reforzada ofensiva del gran capital frente al trabajo que entrañaría un triunfo de las derechas en 2023.
A menudo se siembra la alarma acerca de las destructivas consecuencias de un regreso del neoliberalismo al poder. Lo que no aparece acompañado de la disposición a hacer algo para evitar ese retorno. La identificación con el pueblo que tanto se predica no parecería compatible con esa indiferencia.
Las organizaciones sociales afines al gobierno, con el Movimiento Evita a la cabeza, preparan una gran demostración de fuerza para el primero de mayo. Quieren sacar a sus bases a la calle no para protestar contra el empeoramiento de la calidad de los alimentos en los comedores ni para reclamar por el “congelamiento” del número de planes.
Al contrario, el propósito es exteriorizar apoyo a una gestión que, en medio del deterioro, no acierta a otra cosa que a otorgar “bonos” temporarios que no modifican la situación de fondo de jubilados, asalariados informales y cuentapropistas. Y a adelantar la discusión en las paritarias como modo de que los sueldos de los trabajadores bajo convenio corran detrás de la inflación mientras se consolida un deterioro del poder adquisitivo que ya lleva años.
Las organizaciones sociales afines al oficialismo también ocupan cargos en el elenco gubernamental, si no de primero sí de segundo nivel. Y tal vez se hallan cómodos en su situación de “administradores de la pobreza”, ajenos a la postulación de transformaciones sociales profundas.
¿Dónde está la alternativa?
Es muy probable que las ciudadanas y ciudadanos “de a pie” vean estas confrontaciones en las alturas no ya con indiferencia, sino con manifiesto enojo.
No en vano crecen las expresiones de los “libertarios”, que en nombre del repudio a la “casta política” quieren cargarse a cualquier mecanismo de regulación económica, a las políticas sociales y hasta a la moneda nacional. Y en otro plano, a toda la política de memoria y de derechos humanos. Una tenebrosa perspectiva para la inmensa mayoría de la sociedad, si alcanzaran posiciones de poder.
Se diluye la noción de la política como herramienta de transformación social. Aquella desde la que se puede y se debe plantar cara a los poderes de hecho a los que nadie vota, con el gran empresariado a la cabeza. Se impone en cambio un “posibilismo” menguante, cada vez más acomodado a la idea de que cualquier cambio importante es inasequible. De que sólo se puede administrar lo existente.
Esto mientras se enarbola la amenaza “neoliberal como exhortación a votar “nacional y popular” porque de lo contrario estaremos aún peor.
Las propuestas alternativas formuladas desde la izquierda tienen mucho para remar a la hora de afianzar su conocimiento y credibilidad entre sectores situados bien más allá de la militancia y los ámbitos más politizados. Tienen y tendrán en contra a los medios de comunicación predominantes. Y las corrientes políticas hasta ahora mayoritarias correrán a combatirlas no bien asomen la cabeza con una representación importante.
Les queda el desafío de trasponer esos escollos. Es condición para que el hartazgo de las mayorías populares encuentre una voz crítica radicalmente distinta a la de la “antipolítica” vulgar. La que enarbola la protesta sólo para situarse a la derecha de la derecha.
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