La derecha mexicana ha emprendido una nueva campaña mediática contra el gobierno del Presidente López Obrador.
Ahora se trata de influir en la ciudadanía para tratar de convencerla de que es necesario cambiar la estrategia de combate a la delincuencia.
Al conservadurismo no le gusta que se ponga el acento en el combate a las causas del fenómeno que son la pobreza, el desempleo, la carencia de oportunidades de ascenso y mejoría social.
A los conservadores les parecen mejor los palos, las cárceles, es decir, la pura represión policiaca, judicial y militar, represión que, como está bien comprobado, no sólo no soluciona ni reduce el problema, sino que incluso lo agrava.
Es claro que este enfoque represivo cuenta con muchos adeptos en la sociedad. Algo así como una tercera parte del cuerpo social: sectores de clase media y otros grupos de pensamiento conservador y ultra conservador.
Pero es igualmente claro que esa tesis de la derecha no ha logrado penetrar en las clases populares. Y esto es así por varias razones. La primera es que al pueblo no le gusta la violencia en vivo y a todo color. La violencia asusta.
Una segunda razón es que las clases populares confían en López Obrador. Saben que trabaja mucho y que trabaja bien. Lo saben honesto. Y son testigos presenciales y beneficiarios del arduo trabajo del Presidente.
Además, es casi imposible que la gente del pueblo se deje convencer de lo que sea por los desprestigiados voceros del conservadurismo, ya sea en los medios de información tradicionales (radio, televisión y prensa escrita) como en las redes sociales.
Se trata de la antigua lucha entre propaganda y realidad. El pueblo mira la realidad en su casa y en su entorno, y desestima los alaridos de la propaganda. Y más todavía si se trata de propaganda negra.
Ya hay mucha experiencia acumulada sobre este tema. La derecha lleva al menos tres décadas mintiendo, calumniando e intentando confundir al pueblo. Y el resultado siempre es el mismo: entre la voz de López Obrador y la de sus críticos, el pueblo escucha y se inclina por la del Presidente.
Realidad sólida y palpable contra palabrería interesada y desprestigiada, cuando no simplemente corrupta y venal. Es por ello previsible el desenlace de esta nueva lucha entre realidad y propaganda.
El desenlace se dará, como tantas otras veces, en el campo electoral, en las próximas batallas electorales, en las que volverá a imponerse la realidad obradorista sobre la propaganda negra del conservadurismo.
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