Son varias las razones que explican el éxito de la gestión económica del gobierno del Presidente López Obrador. Una de ellas y acaso la más importante ha sido la decisión de no acudir al endeudamiento, al crédito.
Esto ha sido posible porque se puso en marcha un programa de acopio de recursos que ha hecho innecesario acudir al endeudamiento. Y esto a su vez ha sido posible por dos vías. Primeramente, una reducción de gastos excesivos, inútiles, irracionales, absurdos, cual eran los ingresos directos e indirectos de la alta burocracia.
Una segunda medida fue obligar a tirios y troyanos a cumplir cabalmente con las leyes fiscales, es decir, con el pago de impuestos, eliminando de paso la injusta y antieconómica práctica de la condonación de impuestos.
No acudir al endeudamiento también ha hecho posible un incremento en los ingresos públicos por la sencilla razón de no tener que pagar intereses, los que, bien se sabe, constituyen una enorme y muchas veces monstruosa merma de la riqueza social.
Pero además: es claro que el crédito no aumenta el consumo, sino que sólo lo anticipa. Pero esa anticipación resulta muy onerosa precisamente porque conlleva el pago de réditos.
Hay, sin embargo, cosas peores. El prestamista suele poner condiciones para otorgar un crédito. Y en el caso de préstamos provenientes del extranjero, el acatamiento de esas condiciones (la tristemente célebre condicionalidad del FMI) permite y hasta hace legal la intromisión del capital foráneo en las políticas económicas del país que se endeuda.
Por otra parte, suele ocurrir que, con el fin de prestar dinero, el prestamista acostumbra ofrecer una muy jugosa comisión monetaria al gobierno solicitante del crédito, lo que incrementa el capital adeudado, lo mismo que los intereses de la deuda.
Suele ocurrir, igualmente, que muchas veces el préstamo es en especie (maquinaria o alimentos) cuyo precio final conlleva incrementos a los que el deudor no puede resistirse, salvo que ponga en riesgo el otorgamiento del crédito.
También suele pasar que el prestamista pone otra condición: una tasa de interés variable, lo que implica la posibilidad, bastante frecuente, de incrementos posteriores y sucesivos del monto del adeudo original, que en ocasiones convierten la deuda externa en deuda eterna, fenómeno en el que México y América Latina tienen mucha y negra experiencia.
Por todo esto no hace falta mucha ciencia para entender que el crédito es un largo y sinuoso camino que debe evitarse porque promete miel y termina casi siempre en amargura.
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