Declaraciones del precandidato presidencial Facundo Manes pegaron por debajo de la línea de flotación no ya del expresidente Mauricio Macri, sino de la alianza Juntos por el Cambio (JXC) en su totalidad.
El neurocientífico osó cuestionar una de las fuentes de legitimación y herramienta propagandística fundamental de la alianza hoy opositora: El “republicanismo”, entendido como defensa del “libre juego de las instituciones” frente a los atropellos atribuidos al kirchnerismo.
Manes no hizo una denuncia novedosa, ni siquiera en el interior de la coalición. La doctora Elisa Carrió ha hecho reiteradas referencias a las andanzas judiciales y en materia de “inteligencia” durante el gobierno de Cambiemos. Sí resulta disruptivo que Manes haya interpelado de modo tan directo al líder de la alianza y lo haya puesto bajo el detestado rótulo de “populismo”, si bien con el adjetivo “institucional”.
Pasó a segundo plano el detonante de sus declaraciones: Cuestionar el calificativo de “populista” que Macri había aplicado a la gestión presidencial de su partido iniciada en 1916.
La crítica del expresidente no hacía otra cosa que repetir un eje de la concepción histórica de la derecha más rancia: Un período áureo del devenir nacional fue el transcurrido bajo la tutela de Julio Argentino Roca. El primer advenimiento del radicalismo al gobierno vino a interrumpir ese período feliz.
Todos contra Manes
La índole del ataque del diputado afecta asimismo a la Unión Cívica Radical (UCR). Se trata de que PRO tiene al tope de su escala de valores la “libertad de mercado”, la asociación profunda con la visión del país y el planeta que sostienen los grandes empresarios y el alineamiento con “el mundo” (la interesada denominación que le asignan a las políticas de EE.UU y sus aliados).
El énfasis en lo “republicano” es una faceta entre otras. A menudo más orientada a la denuncia de maniobras de corrupción en el presunto oficialismo que a una propuesta más general.
En cambio, la bandera del respeto a la Constitución Nacional y a las instituciones en general es una marca de origen de la UCR, desde los tiempos de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen. (Otra cuestión es la de la coherencia del radicalismo respecto a esos blasones, pero no es el tema de hoy).
El propósito de avasallar al Poder Judicial, en detrimento de su independencia es una de las imputaciones constantes de la oposición de derecha al kirchnerismo. Aunque con menor frecuencia y énfasis, también aparecen acusaciones respecto a maniobras de la época de “Jaime” Stiuso en la SIDE. La alusión a conductas similares en su propio campo quita valor a esas objeciones.
Las reacciones del radicalismo fueron claras y explícitas. La incursión de Manes le acarreó el rechazo no sólo de PRO, sino de la conducción del radicalismo.
«No comparto y creo que ha sido un exceso. No le vamos a hacer un juicio, pero no me parece que es una diferencia política, sino una acusación muy grave. Me parece que han sido como líneas acusatorias levantadas del kirchnerismo que no comparto que lo hagamos en la coalición», declaró el presidente del partido, Gerardo Morales.
Fue en la misma dirección una carta oficial de la conducción de la UCR que sin nombrar al diputado observó sus dichos: «Cualquier manifestación que se aparte de ese rumbo (consolidar la coalición), no importa de dónde provenga,lesiona la esperanza que venimos construyendo desde JxC.”
A Manes se le endilgaron propósitos de romper a la coalición, como vimos. Miradas benévolas se refirieron a “ingenuidad” o “actitud irreflexiva”.
Prefirieron no aludir a la cuestión de fondo: Que un partido cuyo nombre completo es “Propuesta republicana” no puede sostener su “republicanismo” en su propio campo, más allá de la vociferante y continua denuncia de los verdaderos o supuestos rasgos antirrepublicanos de sus rivales políticos. Y que sus aliados quedan muy malparados cuando ese sesgo se torna evidente.
¿La ultraderecha es sólo Javier Milei y José Luis Espert?
Macri hizo otro aporte a las internas, esta vez dirigido al interior de PRO. Declaró que no apoyaría a candidatos presidenciales que no garanticen “el cambio.” Es sabido que en lenguaje cambiemita eso equivale a propiciar un ataque contra las clases populares y un empoderamiento del capital casi sin límites.
El mensaje es hacia Horacio Rodríguez Larreta, sospechado de excesos de “sensibilidad” y de buscar acuerdos con otros sectores aún a riesgo de la radicalidad del ajuste planeado. Y de carencias en la integralidad del respaldo a las demandas del gran capital.
El expresidente aparece así dispuesto a vetar cualquier resistencia a la radicalización hacia la derecha que propician tanto él comoa Bullrich.
Desde otro lugar, acciones punitivistas que parten de gobiernos del Frente de Todos (FdT) contribuyen a la creación de un clima de complacencia hacia posiciones reaccionarias.
Esta última semana el gobierno tomó una decisión que avanzó al ritmo marcado por la presidenta de PRO y otras figuras de la derecha. El resultado tangible fue la actuación de un “comando conjunto” con intervención de distintas fuerzas federales que desplazó a una comunidad mapuche de tierras que en parte ocupaba desde 2017.
Fue precedido por una movilización con abundancia de banderas argentinas, consignas acerca de supuestas amenazas a la soberanía argentina en la Patagonia y manifestaciones de desprecio hacia los pueblos originarios. Bullrich brindó su apoyo ostensible y su presencia a esa marcha.
El saldo de “exitoso” desalojo y varias mujeres detenidas, con hijos pequeños y hasta una con un embarazo muy avanzado, envían un mensaje de “firmeza” e intransigencia con el que el gobierno contrarrestaría las acusaciones de “inacción” y “blandura” que lo acosaban desde hace tiempo a propósito de su actitud hacia las tierras de Villa Mascardi.
Es cierto también que el forzado traslado de cuatro de las detenidas de Río Negro a Ezeiza colmó varias paciencias e incidió en la renuncia de la ministra de las mujeres, género y diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta.
La represión en la cancha de Gimnasia y Esgrima de La Plata no respondió a presiones externas sino a la brutalidad histórica de las policías, respaldada en estos últimos años por un “punitivista” que también ostenta una veta de ultraderecha, el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni.
Se multiplican ahora los intentos de detener las respectivas cadenas de responsabilidades en Berni o el titular de Seguridad nacional Aníbal Fernández. Otrxs optan por responsabilizar a los jefes del ejecutivo nacional y provincial de la “inexplicable” continuidad en sus carteras de los ministros mencionados.
Es sabido que considerar algo no susceptible de comprensión es sólo una expresión de la incapacidad para bucear en sus causas. O del malintencionado propósito de no hacerlo.
¡Fuera los tibios!
Entretanto sigue el proceso por el cual las corrientes más a la derecha se radicalizan, y desde sus posiciones rotundas avanzan sobre el conjunto de la coalición, tironeando también hacia la derecha a supuestos “moderados”.
“Moderación” que muestra su fragilidad en circunstancias como las actitudes policíacas frente a la toma de las escuelas secundarias de la ciudad, con hostigamiento a madres y padres incluido.
El expresidente, es celebrado en los medios por su regreso a “la centralidad de la política” y promovido en convivencia con la “indefinición” acerca de si será o no postulante a la presidencia en 2023.
Muchos analistas consideran que el expresidente de Boca Juniors puede ganar una elección interna en JxC pero no un comicio general. Tal vez esas evaluaciones estén un tanto desfasadas. En la proporción en que la agenda general vira en sentido reaccionario, no está claro que “Mauricio” no pueda convertirse en una opción atractiva para un electorado más amplio.
No se trata sólo de la perspectiva de una política económica ultraliberal, sino del propósito de llevarla adelante incluso con balas de plomo cada vez que haya acciones de resistencia importantes.
Eso en particular si el gobierno del FdT profundiza su actual deriva “ortodoxa” y contribuye así a arrastrar aún más hacia la derecha las principales ofertas electorales.
Estamos en medio de una profunda crisis de la legitimidad democrática, que comprende a Argentina y a toda la región. El impulso a una rebeldía ante la crisis perenne, da lugar a manifestaciones por izquierda, pero en gran medida deriva hacia la derecha.
Nos referimos al descontento que ve culpables sobre todo en la dirigencia política. Y los percibe mucho menos o nada en el poder económico e ideológico. Tiende a ubicar “enemigos” con más facilidad hacia abajo que hacia arriba de la escala social.
Es el tipo de lógica en el que unas pocas hectáreas recuperadas por comunidades mapuche parecen un atentado para el turismo, los “emprendimientos productivos” y hasta la soberanía nacional. Mientras que centenares de miles ocupadas por grandes empresas locales y extranjeras, (Ver aquí) parecen compatibles con las actividades y valores que se dice defender.
No estamos a salvo.
El crecimiento de las derechas radicales no es un desvarío pasajero de sociedades insatisfechas y confusas frente a picos de inestabilidad y de carencia de certezas. Pueden consolidarse y perdurar en cuanto a potencial electoral e incluso en capacidad de movilización. Los ejemplos son ya numerosos, el de Brasil es el más contundente por lo cercano y reciente.
Un poco más lejos, en España se escribió mucho acerca de los supuestos rasgos de excepcionalidad que mantenían al país al margen del auge de extremas derechas en otras partes de Europa. La fulgurante trayectoria de Vox convirtió en papel mojado a esas supuestas verdades.
Y nos permite observar una semejanza con Argentina. La derecha tradicional, el Partido Popular, presenta rasgos crecientes de “ultrificación”. Salvando las distancias, un proceso similar parece en curso por aquí.
Como hemos escrito en otro lugar (ver aquí), no hay garantías estructurales de que un proceso similar no se desarrolle en la sociedad argentina. Los dueños del capital tienen claro hacia dónde apuestan. Un botón de muestra: Para el inminente coloquio de IDEA las charlas de políticos cuyo acceso es más demandado son las de Milei y Bullrich, según informa un columnista de La Nación en la edición dominical.
Desde abajo, algunos instrumentos para evitar el auge de los “antizurdos” son la denuncia pública del proceso de “ultraderechización”, la movilización para neutralizarlo, la quita de todo respaldo a quienes son sus cómplices, explícitos o no, por voluntad o por ineptitud. Y la asunción plena de que no será con timideces y “prudencia” que se pueda enfrentar con éxito la amenaza.
Poco puede esperarse de quienes, sordos a las demandas de la sociedad, o incapaces de tomar o sostener decisiones que les den respuesta, terminan trabajando a favor de la “antipolítica” reaccionaria. Más allá de cuáles sean sus intenciones abiertas o solapadas.
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