En enero de 1848, Carlos Marx (1818/1883) señalaba que el problema no era el debate entre el proteccionismo sustentado por Friedrich List (1789/1843) desde Alemania o David Ricardo (1772/1823) desde Inglaterra, sino el régimen del capital que sustentaba ambas posiciones según el desarrollo fabril en cada territorio. En ese marco y ante la crisis capitalista global, la confluencia política de la ultraderecha mundial puede sustentar una política proteccionista desde Washington y librecambista desde Buenos Aires.
Trump y Milei promueven una política de ultraderecha para favorecer el objetivo de la ganancia y de la acumulación capitalista. Lo hacen con el consenso de los desencantados con la situación económica, y claro, con el soporte del gran poder económico. Estos capitales concentrados buscan liberar la lógica del capital de regulaciones que favorecen derechos sociales, laborales, colectivos o individuales. Por eso sustentan reaccionarias reformas laborales y previsionales.
El descontento social deriva de la inflación acelerada en la pos pandemia en EEUU y en una tendencia creciente de suba de precios desde el 2006 en Argentina. La economía estadounidense crece lentamente luego de la crisis del 2007/09, sin caer en un proceso recesivo declarado, y en Argentina existe una tendencia al estancamiento, con subas y bajas en más de una década. En rigor, hay problemas globales del orden capitalista que afectan a todos los países y en cada uno existen especificidades propias, que pueden explicar las perspectivas proteccionistas que instala el “America first” trumpista o el aperturismo del libertarismo mileista.
El crecimiento estadounidense o el serrucho de subas y bajas en la Argentina logran el mismo resultado, una mayor concentración del ingreso y de la riqueza y por ende, creciente desigualdad con una pirámide de amplia base en los perjudicados del orden existente. Esa es la base material para confiar en soluciones mágicas proferidas desde un discurso simplista que apuesta al mercado, Propuesta sustentada en premisas ideológicas en defensa de la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad para el capital y la lógica de la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de los bienes comunes.
Sostenemos que el problema es la alternativa, que de ningún modo supone el retorno a lo conocido, de un liberalismo regulado, de tipo desarrollista o reformista bajo cualquier denominación vigente en el orden capitalista en el último siglo. La propuesta más emblemática en ese sentido fue la propiciada por John Maynard Keynes (1883/1946), cuyas ideas, especialmente en lo relativo a la intervención estatal en la producción y circulación de bienes y servicios, hegemonizó la política económica mundial desde fin de la segunda guerra mundial. Una orientación vigente hasta la crisis de rentabilidad de los 60/70, reemplazada por la nueva oleada “neoliberal”.
La izquierda fue impugnada en ese proceso, especialmente con la subordinación de la socialdemocracia europea a la lógica neoliberal en los 80 del siglo pasado y del derrumbe del “socialismo real” entre los 80/90, de Polonia a la URSS. No hay alternativa sostuvo Margaret Thatcher desde Londres y repitió Carlos Menem desde Argentina. Los seguidores de la ultraderecha sostienen “chau al socialismo” con el triunfo de Trump en EEUU, convalidando una prédica de Milei y otros similares en gobiernos de la derecha global.
El desafío de la hora es la recreación de un proyecto de confrontación al régimen del capital, que está en los programas que hoy promueven las luchas y organizaciones sociales, en protestas sindicales, sociales, territoriales, de jubilados/as, de mujeres y diversidades, estudiantiles, en defensa del medio ambiente, por los derechos humanos y variadas causas a favor de la vida social y natural. Un problema de la coyuntura es la desarticulación de estos espacios que pueblan la protesta de manera fragmentada. La sociedad está en movimiento, aun cuando no sintetiza en un proyecto político compartido de emancipación, sin explotación ni saqueo.
La necesidad es la articulación de la diversidad, desde abajo y a la izquierda del espectro político. No alcanza con la izquierda institucionalizada, ni en ciertos agrupamientos en desarrollo, ya que se requiere mayor densidad social organizada y movilizada articuladamente. La propuesta es sumar los programas como parte unificada de un reclamo por otro rumbo a contramano de la lógica del capital. No hay que ir detrás del mal menor ni promover propuestas idealistas que alimenten sectarismos infructuosos.
Resulta imprescindible la unidad para enfrentar la ofensiva del capital y de las derechas, que están envalentonadas para desalojar cualquier posibilidad de crítica o mitigación de los efectos de sus reaccionarias políticas, por eso el mundo asiste a un tiempo de “sanciones unilaterales” empujadas desde Washington que desarticula cualquier perspectiva de cooperación global, incluso en contra de la propia lógica de internacionalización de la producción capitalista.
La unidad de lo diverso en la búsqueda de reinstalar una perspectiva de revolución contra el capital es lo que anima la reflexión en momentos de consensos electorales de la derecha. Todos los esfuerzos en ese sentido son parte de un desafío histórico para rescatar un futuro de emancipación, tal como imaginaba el incipiente movimiento revolucionario de 1848 que anticipaba Marx en su discurso a los trabajadores ante mencionado.
El triunfo de Trump es celebrado por el gobierno argentino encabezado por Milei y sus asociados, al tiempo que anima a la internacional del poder, a la ofensiva del capital y a las derechas de distinta calaña. La organización y la lucha social en todos los territorios está desafiada a hacer realidad la demanda de la unidad de trabajadores y pueblos para encarar un proyecto en contra y más allá del régimen del capital.
Julio C. Gambina. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.
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