Al igual que a los siempre sumisos y obedientes vasallos estadunidenses de la OTAN y la Unión Europea en la pasada Conferencia de Seguridad de Múnich, apabullados por las provocaciones heterodoxas del secretario de Defensa de EU, Pete Hegseth, y el vicepresidente J. D. Vance, y lo ocurrido el 28 de febrero en la Oficina Oval a la mascota de Joe Biden, el ucranio Volodymir Zelensky, quien tras sobrestimar sus capacidades terminó siendo gritoneado, humillado y echado ante las cámaras de televisión por el propio inquilino de la Casa Blanca, la administración Trump también parece haber aplicado aspectos del «ciclo OODA», de John Boyd, al gobierno de la Cuarta Transformación (4T), encabezado por Claudia Sheinbaum.
Según explicó el ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines, Scott Ritter, el pensamiento estratégico de Donald Trump parece guiarse por lo que John Boyd, ex piloto de combate de la Fuerza Aérea de EU, llamó «entrar en el ciclo de toma de decisiones» del enemigo. Una secuencia que desglosó en cuatro fases: observar, orientar, decidir, actuar (OODA). El aspecto clave de esa estrategia de combate es el ciclo: no se trata de un ejercicio único, sino de una serie de acciones conectadas, cada una de las cuales se alimenta de la otra. Se toma una acción y se observa la reacción del enemigo. Se orienta en la reacción y se decide qué opción es mejor antes de actuar. El enemigo reacciona y el ciclo se repite. Hasta que el enemigo muere. Dice Ritter: «El objetivo es no aflojar una vez que se ha entrado en combate y se debe mantener al enemigo reaccionando a tus acciones hasta que lo tengas donde quieres».
En Múnich, Hegseth y Vance protagonizaron la adaptación clásica del bucle OODA para destruir a los enemigos en la OTAN y la UE, a los que Trump considera una extensión de las mismas élites del deep state (Estado profundo) que conspiraron, sin éxito, durante más de una década, para purgarlo de la escena política estadunidense. Ergo, no son aliados sino enemigos. Y como remata Ritter, «ahora hay un amo estadunidense diferente que ha decidido que Europa ya no es útil como herramienta». Sobre el abrupto desenlace de la acalorada discusión de Trump y Vance con Zelensky, según los nuevos modos rudos de la presidencia imperial, podría aplicarse la famosa frase atribuida a Franklin Delano Roosevelt para referirse al dictador nicaragüense Anastasio Somoza García: «Tal vez sea un hijo de puta (son-of-a-bitch), pero es nuestro hijo de puta»; aunque, parafraseando a Carlos Quijano, a la caída de Anastasio Somoza Debayle en 1979, ahora podría decirse: Zelensky a los leones, sea porque ya no le sirve a Trump o, peor, porque se ha convertido en un lastre o pasivo para EU, como en su momento Reza Pahlevi, Ferdinand Marcos o Rafael Leónidas Trujillo.
Con obvios matices y diferencias de trato, el ciclo OODA: acción-reacción, ya rindió frutos en la relación bilateral Trump/Sheinbaum. Pero conviene rescatar algunos antecedentes. Desde los años 70, Estados Unidos ha utilizado el narcotráfico y la «guerra de las drogas» como herramientas de desestabilización en los países productores de sustancias ilícitas. Desde entonces, también, a partir de un enfoque prohibicionista represivo, distintos titulares de la Casa Blanca lograron imponer la trasnacionalización de políticas antidroga militarizadas, penetrando y controlando partes de los aparatos de seguridad de los países objetivo −Colombia y México, en particular−, relegitimando el rol doméstico de las fuerzas armadas y cuerpos policiales militarizados como ejércitos de ocupación en sus propios países, bajo los parámetros de la antigua doctrina de Seguridad Nacional, con eje en el «enemigo interno» y la «amenaza subversiva».
El dogal de la deuda externa había llevado a México a una situación de absoluta subordinación política y económica respecto de Estados Unidos, acentuada en 1994 con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Pero faltaba el «tercer vínculo»: el militar, que tras la reunión de ministros de Defensa de las Américas en Williamsburg, Virginia, en julio de 1995, marcó el comienzo de un nuevo papel de las fuerzas armadas en la lucha contra el narcotráfico y la defensa de la unidad territorial de México según los patrones del Pentágono. Durante su visita al Campo Militar No.1 de la Secretaría de la Defensa Nacional, el 23 de octubre siguiente, el jefe del Pentágono, William Perry, ratificó que los intereses de «seguridad nacional compartidos» eran el «tercer vínculo» y a partir de entonces, la colaboración estructural de los ejércitos de ambos países se ha venido cimentando bajo la lógica hegemónica de «América para los americanos», en el marco de una integración vertical y soberanía limitada.
La tipificación, ahora, por la administración Trump, de los cárteles de la economía criminal mexicanos como «organizaciones terroristas internacionales», así como las filtraciones a The New York Times, The Washington Post y CNN de las operaciones encubiertas del Pentágono, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Seguridad Interior en el espacio aéreo mexicano a través de vuelos de drones y aviones espías MQ-9 Reaper (Predator B), Lockheed U-2, RC-135 Rivet Joint, la joya de la corona del espionaje de la Fuerza Aérea de EU y Boeings P-8 Poseidón de reconocimiento y patrulla marítima, fueron parte de un esquema de ablandamiento coercitivo bajo el influjo de la estrategia OODA: acción-reacción, que junto con el chantaje de los aranceles, terminaron arrinconando al gobierno de la 4T, que para tratar de evitar un mal mayor, obsequió a Trump, en nombre de la «seguridad nacional» de México y Estados Unidos (sic), a Rafael Caro Quintero y otros 28 traficantes presos de alto perfil.
En rigor, la estrecha «coordinación y colaboración» entre las fuerzas armadas de ambos países, nociones ratificadas por la presidenta Sheinbaum y el secretario de Defensa, general Ricardo Trevilla, quedó sellada en 2020 durante la cuarta Mesa Redonda de Cooperación Bilateral Militar, que consolidó lo que se conoce como Visión Estratégica Mutua; una «interdependencia» castrense basada en la «compatibilidad operacional» entre la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), la Secretaría de Marina (Semar) y el Comando Norte del Pentágono, que 30 años después de la reunión de Williamsburg, dada la abismal asimetría política-económico-militar, tiene a México donde la administración Trump quería. Parafraseando a Caitlin Johnstone, «Estados Unidos no tiene aliados, sólo rehenes». Y todavía falta que llegue el embajador Ronald Johnson…
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