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La guerra cognitiva como degradación de la condición humana

Fuentes: Rebelión

La inhibición y el control de la capacidad de pensar es una constante en la historia de la humanidad. La mentira, el engaño y la manipulación estuvieron presentes en las guerras, en el tratamiento de adversarios políticos y en el encubrimiento de flagelos sociales como la corrupción, la impunidad y las decisiones discrecionales. La dominación sobre territorios, instituciones, individuos, cuerpos, mentes y conciencias no se comprende sin esa gravitación y control sobre las emociones y sentimientos, exaltando principalmente el miedo y el odio, y condicionando el comportamiento y hasta los deseos y cosmovisiones. Es un ejercicio de la no letalidad y de la no violencia abierta –aunque nunca se prescinde de ella–, pero que apuesta a ningunear o a regular el razonamiento, la historicidad y la voluntad del sujeto. Lo subliminal se combina con lo macroliminal y se incentivan –a través de ambos– ciertas respuestas esperadas a parir de determinados estímulos que colocan en una tensión permanente a los individuos y en un estado incluso de paranoia y delirios. La desinformación o la información manipulada y tergiversada conducen a una parálisis mental que opaca todo ejercicio de comprensión respecto a lo que ocurre y respecto al consentimiento de la subordinación y el sometimiento.

Desde la primera mitad del siglo XX esta combinación de guerra convencional (militar), guerra emocional y propaganda se hizo presente con intensidad en el marco más amplio de un siglo de la muerte el totalitarismo como lo fue el anterior. Los medios masivos de difusión, especialmente la radio y la prensa escrita, las magnificaron en esas décadas. En el marco del Tercer Reich, Joseph Goebbels fue un maestro en el perfeccionamiento de esas técnicas de comunicación vinculadas a la guerra convencional. Aunque la llegada y masificación de la televisión a partir de 1950 amplificó los alcances de esa guerra psicológica. Sin embargo, son la comunicación satelital, las tecnologías de la información y la comunicación, y la red de redes (la Internet), las que le brindan un carácter más incisivo, simultaneo e instantáneo a escala realmente planetaria y global, combinando incluso la cibernética, el Big Data, la inteligencia artificial, las neurociencias, las ciencias cognitivas, la sociobiología, la mercadotecnia y la psicopolítica; potenciadas todas ellas por el capitalismo digital. El control de las redes sociodigitales por parte de grandes corporaciones tecnológicas hoy día es crucial en esta labor de paralización y estandarización del razonamiento y la comprensión. Se anula el juicio crítico y se anteponen emociones y sentimientos como el odio, la ira, el desprecio, en una lógica maniqueísta de “buenos y malos” y que condicionan toda decisión y acción.

El neocórtex o la corteza cerebral es la estructura del sistema nervioso más evolucionada y que nos acerca a la condición de homo sapiens-sapiens. En el marco de complejos procesos neurológicos, desde ella se despliegan capacidades como el razonamiento, el análisis, la abstracción, el discernimiento, la imaginación, la memoria, y el lenguaje. Incluso la capacidad de socialización con otros seres humanos, la toma de decisiones, la identificación y resolución de problemas y conflictos, y el sentido de la compasión se moldean en ese sistema neocortical.

A través de las llamadas guerras híbridas, el neocórtex es expuesto al intenso bombardeo desinformativo y sometida toda capacidad de comprensión. Se alteran con ello los procesos cognitivos de los individuos; pertenezcan éstos a las poblaciones enemigas que se pretenden sitiar, invadir y destruir, o bien, a las poblaciones nativas desde donde surgen esos bombardeos. A las primeras se les pretende mermar en su estado de ánimo, debilitarlas y que acepten la derrota; mientras que a las segundas –los habitantes del Estado invasor– se les infunde un sentimiento de unión y cohesión social, de tal manera que entre ellos se genere un sentimiento de legitimación e, incluso, fanatismo respecto a la guerra. Los alcances de ello son planetarios y rebasa con mucho a los Estados involucrados en una conflagración militar.

La información (tergiversada) es el principal insumo de esta guerra cognitiva, pero no se limita a ello. Se trata de inhibir y colapsar toda posibilidad de construir la realidad por parte de los individuos y colectividades; además de apropiarse de todo margen en el proceso de construcción de significaciones y encasillar a estas en el discurso de uno u otro bando. A su vez, las corporaciones tecnológicas del capitalismo digital utilizan el Big Data y sus mecanismos de tecno-vigilancia para procesar las cantidades de información generadas por los usuarios de las redes sociodigitales en cada incursión en el ciberespacio. A partir de los algoritmos se genera una radiografía sobre la forma de pensar de los individuos y se diseccionan los mecanismos de control sobre las emociones. A ello contribuyen lo mismo el Pentágono, la OTAN, el ejército ruso, y cuanta entidad militar interesada en reducir la capacidad de la condición humana para saber y conocer. El individuo queda atrapado así en un maremágnum de rumores, creencias, prejuicios y moralismos que lo imposibilidad en el ejercicio del pensamiento crítico.

Es de destacar que la guerra cognitiva o neocortical no solo se despliega como parte de un conflicto bélico, sino que es recurrente en la cotidianidad de las sociedades contemporáneas y tiene un carácter infinito en cuanto a su temporalidad. Se extiende a través de la acendrada adicción de los individuos y poblaciones a las redes sociodigitales, aprovechando sus vacíos cognitivos y sus sesgos en la percepción de los hechos. Aunque es global esta guerra cognitiva, es a la vez individualizada por las ventajas que ofrecen los algoritmos y la automatización que reúnen información respecto a comportamientos, deseos y preferencias en la Internet. La desestructuración del sentido de comunidad es fundamental en este proceso de privatización de las conciencias y de atomización de los individuos suspendidos en el ciberespacio. Con ello, la exposición a la sobreinformación, a los rumores y a la tergiversación semántica amplifican los sesgos maniqueos y las vulnerabilidades cognitivas. El meollo de ello estriba en la exacerbación de las emociones y en el rapto del cerebro, en aras de condicionar la atención, las percepciones de la realidad, las decisiones y los comportamientos.

En suma, la guerra neocortical atenta contra el cultivo y ejercicio del pensamiento crítico; al tiempo que enaltece la postración mental, el engaño, el prejuicio y el exterminio del sentido común. A ello contribuyen las llamadas fake news, los “hechos alternativos” y la conspiranoia. Todo ello se observó en el tratamiento mediático de la pandemia del Covid-19 –un discurso bélico donde el virus se asumía como un enemigo–, en la guerra ruso-ucraniano –donde Vladimir Putin o Volodímir Zelenski son los demonios y los enemigos a vencer, según quien emita el mensaje–, en el conflicto palestino-israelí desde el 7 de octubre de 2023; así como en otras guerras convencionales como la de Vietnam, la Guerra del Golfo, la Guerra de Kosovo, la invasión a Afganistán y a Irak a principios de siglo, y las llamadas guerras proxi y guerras de baja intensidad que se multiplican a lo largo de las últimas cuatro décadas. La geopolítica camina por los mismos senderos en que se intensifica el ataque permanente al neocórtex. Las mismas prácticas de guerra neocortical se reproducen en los procesos electorales, siendo los Estados Unidos de los últimos diez años un ejemplo paradigmático –aunque no el único– por el grado de virulencia y ataque verbal entre los contendientes y representantes de las poderosas élites plutocráticas que se disputan el poder; al extremo de que puede hablarse de la emergencia y expansión de una guerra civil desde el año 2015 que amenaza con una ruptura irreversible del tejido social en el contexto de su crisis hegemónica y de la desarticulación del orden económico y político internacional tal como se conoció desde 1945.

Comprender los alcances de la guerra cognitiva o neocortical es un imperativo para el periodismo de investigación y para las ciencias sociales y las humanidades. El punto nodal de ello estriba en que esas manifestaciones del control y la dominación no solo atentan contra el razonamiento y el pensamiento crítico, sino contra la convivencia pacífica y la misma condición humana, diezmando toda ética de la compasión e incentivando la desestructuración de las instituciones y de los mecanismos de socialización y reproducción de lo social humano.

Isaac Enríquez Pérez. Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.