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Reseña de "El compromiso del método..." y "Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad" de Félix Ovejero Lucas

A favor de la fertilidad cruzada y de la libertad como no dominación

Fuentes: El Viejo Topo

          Es simplemente una falacia lógica pasar de la observación de que la ciencia es un proceso social a la conclusión de que el producto final, nuestras teorías científicas, es como es debido a las fuerzas sociales e históricas que actúan en el proceso. Un equipo de escaladores puede discutir sobre […]

 

 

 

 

 

Es simplemente una falacia lógica pasar de la observación de que la ciencia es un proceso social a la conclusión de que el producto final, nuestras teorías científicas, es como es debido a las fuerzas sociales e históricas que actúan en el proceso. Un equipo de escaladores puede discutir sobre el mejor camino para llegar a la cima de la montaña, y estos argumentos pueden estar condicionados por la historia y la estructura social de la expedición; pero al final, o encuentran un buen camino hasta la cima o no lo encuentran, y cuando llegan allí saben que han llegado (Nadie titularía un libro sobre montañismo Construyendo el Everest ).

 

 

Steven Weinberg, El sueño de una teoría final, cap. VII.

 

 

 

La identificación de recorte de libertades con izquierda es una falsedad histórica en el movimiento comunista.

 

Manuel Sacristán Luzón (1978)

 


El compromiso del método (CdM) y Nuevas ideas republicanas (NiR), las dos últimas publicaciones de Félix Ovejero Lucas, son muestra significativa de los dos ámbitos de investigación en los que, prioritariamente, se ha centrado la producción intelectual última del autor de Libertad inhóspita: la metodología de las ciencias sociales, próxima sin papanatismo al quehacer real de los científicos sociales (sin desatender la labor de científicos naturales con ámbitos próximos y relacionados) y la filosofía política atenta a los desarrollos académicos más rigurosos de esta disciplina sin menosprecio alguno por problemas y desarrollos de la práctica política ciudadana. Recuérdese a este respecto, su edición, junto con Roberto Gargarella, de Razones para el socialismo (Barcelona, Paidós 2001). Su prólogo sigue siendo de lectura obligada.

El primero de los ensayos, que, como el mismo Ovejero Lucas señala, había sido escrito tiempo atrás para un asunto de ubicación académica, ha sido revisado para esta edición, y lleva incorporado un documentado apéndice: «Un panorama de la reciente filosofía de las ciencias sociales» (pp.223-277). Frente a un indiferencia convenida entre científicos sociales y filósofos de la ciencia social en la que cada uno iría por su propio y disjunto camino, se defiende en CdM la necesidad de una fertilidad cruzada en la que la filosofía de la ciencia no tema adoptar, si es necesario, procedimientos normativos y las ciencias sociales no se encierren autistamente en sus propios problemas, evitando exhibiciones públicas de las inevitables dificultades que acechan a toda empresa gnoseológica mientras simulan un bienestar inexistente. Es este pacto convenido de silencio entre científicos sociales, que aparentaban respetar, sin real interés, a metodólogos autocomplacidos, y acomodados epistemólogos que evitaban inmiscuirse, para evitar críticas de normatividad prepotente e indocumentada, en asuntos que afectaban al desarrollo y fundamentación de las ciencias sociales, el que, en argumentada opinión de Ovejero, subyace a la actual situación de insufrible monopolio postmoderno en la gestión de la consciencia crítica que debe acompañar a la ciencia y sus aplicaciones.

CdM, por otra parte, como el propio Ovejero Lucas señala en su Advertencia y en su excelente Introducción, explora las raíces de la indiferencia entre las ciencias sociales y la filosofía de la ciencia, al mismo tiempo que «es un alegato a favor de la crítica metodológica, de su servicio para la propia ciencia social» (p.21). Pero no es propiamente un texto de metodología, sino que, de hecho, CdM va contra su propio mensaje central: de la misma forma que alguna crítica de arte no hablan propiamente de arte sino (aburrida y abusivamente) de otras tendencias críticas, mucha filosofía de la ciencia, la que tal vez tenga menos interés y más intereses, no ha discutido propiamente sobre problemáticas científicas sino sobre otros desarrollos epistémicos. Los metacientíficos han dialogado, cuando lo han hecho, con metacolegas, no con los pobladores del primer mundo investigador. Ovejero Lucas es consciente de esta situación: CdM no es, pues, un texto de filosofía de la ciencia sino sobre filosofía de la ciencia. La propia posición epistémica del autor le obliga a este desarrollo: como el Tractatus, y la comparación con el clásico de Wittgenstein no es simple adorno.CdM es también mensaje de una sola ocasión.

El resumen del ensayo es presentado por el propio autor (pp.21-23): en los tres primeros capítulos se examina «la naturaleza y las raíces de esa complicada relación que hace que la permanente innovación al «método» se vea acompañada de una real ignorancia del «método»». La responsabilidad del alejamiento de la ciencia y sus problemas con respecto a la filosofía de la ciencia es asunto de los siguientes capítulos. La tesis del autor es nítida: la responsabilidad del alejamiento no es de la filosofía de la ciencia en cuanto tal sino de una «cierta manera de entender la reflexión de fundamentos». Es en el capítulo «Fertilidad cruzada» (pp.159-197), donde Ovejero Lucas expone sus tesis acerca de una filosofía de la ciencia amiga y cercana a la ciencia social: 1. La filosofía de la ciencia debe atender a las ciencias sociales reales. 2. La epistemología de la ciencia debe deslizarse por las fronteras de las investigaciones sociales. 3. La filosofía de la ciencia debe ejercitarse y controlarse en la historia. 4. La filosofía de la ciencia debe tener sensibilidad multidisciplinar. Los capítulos finales del ensayo son «un alegato a favor de un tráfico de resultados entre científicos sociales y filósofos de la ciencia al servicio de entender la ciencia en sus diversas dimensiones» (p.23), incluidas aquellas instancias sobre las que, normalmente, la mayor parte de las tendencias dominantes en la filosofía de la ciencia contemporánea apenas han prestado atención.

Como se señaló anteriormente, en el apéndice con el que se cierra el libro, Ovejero ha trazado «un panorama de la reciente filosofía de las ciencias sociales». Quine solía discrepar, algo enfadado, de los artículos o ensayos que obligaban a una lectura bidimensional (primera dimensión: texto central; segunda dimensión: numerosas, densas y pobladas notas a pie de página). Probablemente su creencia (y enfado) hubiera sido falsada en este caso. Las largas y frecuentes notas que acompañan al apéndice final, y a algunos otros capítulos, no sólo aportan una documentada y actualizada bibliografía sustantiva (nota 77, páginas 269-270) o un resumen riguroso de las tesis centrales de una determinada posición (la nota 52, p.259; sobre el instrumentalismo epistémico) sino que, en frecuentes ocasiones, la agudeza del autor corre pareja con los mejores momentos del H. Hawks de Luna llena. Señalo mi nota preferida: al dar cuenta de la influencia de las tesis epistemológicas de Sir Karl, Ovejero anota: «Quizá convenga recordar que Popper sí prestó interés, y mucho y apreciable, a las ciencias sociales. Pero parecía estar situado en un hemisferio cerebral distinto del que empleaba en sus trabajos como filósofo de la ciencia estándar» (p.79, nota 9).

¿Han cambiado mucho las cosas en los años transcurridos desde que el autor escribió la primera versión de este trabajo hasta la actualidad? En su opinión, según señala en este apéndice final, la respuesta no puede ser rotunda. Es cierto, señala Ovejero, que ha pasado cosas importantes en filosofía de la ciencia (crítica de las tesis de la concepción heredada), es cierto que desde algunas ciencias sociales, especialmente la economía, se han producido desarrollos que corrigen vicios denunciados (por ejemplo, el no abrirse a los resultados de otras disciplinas afines) pero «no es menos cierto que esas líneas de trabajo están lejos de ser predominantes en sus respectivas disciplinas» (p.276) y que, entretanto, con nuevos ropajes, «se han ido consolidando corrientes que prolongan algunas de las peores maneras intelectuales criticadas» (p.277). El autor apunta, sin ocultamiento, a deconstruccionistas, constructivismos sociales y posmodernismos. La imprecisión en las que están instaladas esas corrientes, y con la que juegan, les resulta una estrategia exitosa en pro de su desconfianza a la racionalidad y a la ciencia, señalando finalmente Ovejero «que no es injusto achacar una parte de la culpa de esa consolidación a la filosofía de la ciencia examinada […] que al alejarse de la ciencia, declinó sus responsabilidades críticas. Otra parte, seguramente, hay que cargarla en la cuenta de unas ciencias sociales cómplices, poco dispuestas a examinar sus fundamentos» (p.277).

El segundo ensayo,Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad, donde Ovejero Lucas, junto con José Luis Marí y Robert Gargarella, ofician de compiladores y autores de un excelente y larga introducción, pertenece al segundo ámbito de interés del autor de La quimera fértil. Ovejero Lucas, que fue inicialmente profesor-ayudante de Manuel Sacristán en la cátedra de metodología de las ciencias sociales de la facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, es ahora profesor de Economía y ética en el mismo departamento universitario. Como es sabido, la intersección de economía y ética suele ser vacía o poco poblada, por lo que Ovejero Lucas duplica sus tareas y labores en ambas disciplinas. Lógicamente, la filosofía política, con más sensibilidad ético-ciudadana, es uno de los territorios que suele transitar para bien ciudadano.

En una destacable reflexión sobre «Ciencia y anticiencia», Gerald Holton exponía un ejemplo revelador de la decisiva importancia de la participación ciudadana en los asuntos públicos. En un experimento piloto iniciado en 1980 por la Public Agenda Foundation de EE.UU, fueron convocados seis grupos, de entre 9 y 14 personas, representativos del conjunto de la ciudadanía usamericana, con la finalidad de que mediante documentados y adecuados debates tomaran decisiones fundamentadas sobre problemas normativos ético-políticos cuya evaluación parecía en principio requerir sofisticados conocimientos científico-técnicos tan sólo accesibles a una reducidísima minoría de miembros prominentes de determinadas comunidades académicas. Los dos ejemplos citados por Holton como temas propuestos para su discusión fueron la pertinencia o no de fomentar la producción de isótopos de material fisionable y la de primar o no la investigación agresiva del proceso de envejecimiento.

Al inicio de los encuentros, cada uno de los grupos participantes, sin preparación previa, ofrecía una respuesta bastante previsible. Sin embargo, al final de cada sesión, después de que se hubiera señalado la necesidad de estudiar y discutir los aspectos científico-técnicos del tema y, tras haber dialogado unos con otros sin urgencias ni precipitaciones, se volvían a pronunciar sobre el asunto tratado: pudo observarse que el resultado de esta segunda votación era muy diferente del primero ya que se aproximaba, en gran medida, al obtenido por destacados grupos de científicos profesionales que habían abordado las mismas cuestiones. Cabe entonces concluir, apuntaba Holton, que con los recursos necesarios y con condiciones sociales y culturales que posibiliten la intervención informada de los ciudadanos, asuntos de interés público podrían ser dilucidados con racionalidad y mesura, en plazos relativamente breves, con la activa participación de personas sin preparación específica en las materias objeto de discusión.

Como ya probó, junto con Gargarella, en Razones para el socialismo, Ovejero Lucas ha tomado buena nota de la indicación de Holton y se ha propuesto una admirable (e interminable) tarea de educación ciudadana en el (en ocasiones) sofisticado ámbito de la filosofía política.

NiR recoge ocho ensayos de autores como Michael Sandel, Quentin Skinner, Philip Pettit, Cass R Sunstein, Will Kymlicka o J. Habermas (los compiladores dan cumplida cuenta de estos textos y sus autores en las págs.58-62) que constituyen una excelente muestra de textos clásicos del republicanismo político junto con otros más novedosos «ceñidos a problemas o perspectivas específicas» (así el excelente «Feminismo y republicanismo ¿es ésta una alianza posible?» de Anne Phillips, pp.263-285). Pero, como señaló recientemente Salvador Giner (El País. Babelia, 3/4/2004) «el meollo del libro» es el largo ensayo preliminar de los compiladores que lleva por título «La alternativa republicana» (pp.11-74).

No cabe aquí resumir su contenido pero sí señalar algunas de sus ideas principales: 1. La conocida definición de Lincoln de la democracia apenas se corresponde con la experiencia de los ciudadanos en el mundo contemporáneo, incluso si viven en democracias consolidadas. «Poblaciones enteras pueden ver cómo sus condiciones de vida cambian de la noche a la mañana no como resultado de sus decisiones, de sus esfuerzos o de sus errores, sino de flujos financieros o de poderosas voluntades especuladoras» (p.12). 2. Es patente la pérdida de vigor político y de un mínimo aconsejable de salud cívica en nuestras sociedades. 3. Las apelaciones liberales a la democracia suelen resultar estériles, de ahí que la «preocupación por mantener las conquistas políticas y las tradiciones igualitarias heredadas de las primeras revoluciones democráticas conducía, de un modo natural, a volver la mirada hacia la tradición inspiradora de las fuerzas normativas y políticas sobre las que se había cimentado las instituciones en crisis» (p.14). 4. En corrientes de la tradición republicana, se entiende que un Estado libre es aquel que no está sujeto a coacciones y se rige por su propia voluntad, «entendiendo por tal la voluntad general de todos los miembros de la comunidad»(p.19). Es condición necesaria para la vida libre que los ciudadanos sean políticamente activos y que actúen comprometidos con la suerte de su comunidad. La libertad será, entonces, para autores como Q.Skinner, no un sinónimo de ausencia de coerción, como es usual en la tradición liberal, sino «una situación que se caracteriza por la ausencia de dominación» (p.20). 5. El estatuto republicano de ciudadanía es mucho más exigente que el propuesto por el liberalismo: implica asumir compromisos respecto a los intereses fundamentales de la sociedad en su conjunto. Las leyes republicanas exigen virtud ciudadana. 6. La concepción republicana de democracia no la reduce a mera confrontación entre grupos y agregación de preferencias. Una sociedad realmente democrática debe conseguir que se den las circunstancias que permitan a la ciudadanía separar las buenas de las malas preferencias, las formadas de modo incorrecto. 7. Desde el punto del diseño, el republicanismo señala que ningún diagrama institucional es aceptable si se desentiende del tipo de ciudadanos necesarios para que dicho diseño pueda mantenerse. 8. El mercado capitalista, incluso en sus versiones más perfeccionadas, «complica la realización del ideal democrático republicano: sus dispositivos motivacionales socavan el escenario cívico; la desigualdad desde la que funciona atenta inmediatamente contra la igualdad de poder y, no menos, contra el sentimiento de fraternidad; las relaciones de producción que lo definen hacen improbable el autogobierno y propician la arbitrariedad y el despotismo» (p.50),

Sin duda, un sensato realismo obliga a preguntarse por la organización económica que permite hacer viable una ciudadanía republicana. A ello dedican los compiladores la parte sustantiva de su trabajo (pp.50-58). El tema no es marginal: como Cass Sunstein, uno de los autores recogidos en el volumen, ha señalado las fuerzas de los mercados empujan constantemente a desigualdades radicales, a una mayor discriminación, están, si se quiere, más bien ente las causas del problema que entre los senderos de su solución. Al operar la mundialización económica en un espacio en el que no existe Estado, el mercado asume la totalidad de las funciones que permiten el desarrollo del sistema, abonando, de esta forma, la tendencia liberal a sustituir poder ciudadano por mercado de poderosos y reducir, aún más, el ámbito de lo político en aras de una hegemonía totalizadora de la instancia económica. ¿Que líneas políticas de intervención sugiere, entonces, la defensa de una concepción republicana del estado, de la libertad y de la ciudadanía? ¿Puede alimentarse, y alimentar a su vez, la tradición marxista de la nueva tendencia republicana? A este respecto, no me resisto a citar, por sus netos aires republicanos, una carta que hizo cambiar sustantivamente algunas concepciones del Marx tardío: «(…) «Pero, ¿cómo lo deducen ustedes de su Capital? No trata en él la cuestión agraria, ni habla de Rusia», se les objeta. «Lo habría dicho si hablara de nuestro país», replican sus discípulos, quizá con demasiada temeridad. Comprenderá entonces, ciudadano, hasta qué punto nos interesa su opinión al respecto y el gran servicio que nos prestaría exponiendo sus ideas acerca del posible destino de nuestra comuna rural y de la teoría de la necesidad histórica para todos los países del mundo de pasar por todas las fases de la producción capitalista. Me tomo la libertad de rogarle, ciudadano, en nombre de mis amigos, tenga a bien prestarnos este servicio […] Reciba usted, ciudadano, mis respetuosos saludos. Vera Zasúlich» (Carta a K. Marx, 16/2/1881)

Al buen hacer señalado, se junta un magnífico detalle de los ciudadanos compiladores que han situado, en versión original sin subtítulos, «Grândola, vila morena» como obertura del ensayo.

En la comunicación «De Popper a Kuhn. Una mirada desde las ciencias sociales» (AA.VV.Popper/Kuhn. Ecos de un debate. Barcelona, Montesinos 2003, pp.121-165), defendía Ovejero Lucas la necesidad de que la filosofía no permanezca ajena a los debates sustantivos de las ciencias (y teorías y prácticas afines). Los filósofos de la ciencia deben intervenir en los asuntos terrenales pero no de cualquier modo, sino con documentada información de las teorías y prácticas en las que tercian. Ovejero Lucas (y sus republicanos colegas) intervienen con estos dos ensayos en debates filosóficos, cuyo interés no afecta tan sólo a la Academia y a sus pobladores, sino que debería figurar en la agenda de todo ciudadano/a que aspire a intervenir, de forma informada, en debates sustantivos de este «mundo grande y terrible» que nos ha tocado en suerte.

 

Félix Ovejero Lucas. El compromiso del método. En el origen de la teoría social postmoderna. Montesinos, Barcelona 2004, 280 páginas.

 

Félix Ovejero Lucas, José luis Marí, Robert Gargarella (compiladores). Nuevas ideas republicanas. Autogobierno y libertad. Paidós, Barcelona 2004, 285 páginas. Varios traductores.