La sacralidad de las instituciones es un atributo que sólo los nostálgicos o extraviados evocan. La posmodernidad entraña la erosión de la respetabilidad del vasto cuerpo institucional reinante. Pero no se trata de la moda epocal en turno, o de un capricho cultural. Es más bien el fruto de un pudrimiento civilizatorio universal. El hedor […]
La sacralidad de las instituciones es un atributo que sólo los nostálgicos o extraviados evocan. La posmodernidad entraña la erosión de la respetabilidad del vasto cuerpo institucional reinante. Pero no se trata de la moda epocal en turno, o de un capricho cultural. Es más bien el fruto de un pudrimiento civilizatorio universal. El hedor es inescapable. La santa sede de la moralidad apostólica romana se corroe con los escándalos de pederastia. El gobierno mundial que capitanea Estados Unidos pierde progresivamente su legitimidad, envuelto en escándalos de intrigas orwellianas, expresamente violatorias de la intimidad de sus conciudadanos. Las corporaciones atraviesan un déficit de prestigio superlativo: movilizaciones como la «Jornada Internacional contra Monsanto» ponen al desnudo los irrenunciables vicios de la lógica del lucro sin regulación, o del lucro per se. Los valores otrora entronizados se colapsan sin golondrinas ni adioses o recordatorios honoríficos. En este tenor de descomposición general e indignación sin visos de capitalización, la res pública prorrumpe como una extensión de este desierto, que a todas luces «sufre la inmensa pena del abandono… el dolor profundo de la partida». Pero acá ninguno vierte «Lágrimas Negras»; si acaso una que otra lágrima de cocodrilo. Realmente nadie cree en las elecciones o en los políticos o en los partidos que controlan a su antojo: «No nos representan», atestiguan los indignados en España. En San Francisco, ciudad altamente politizada, la crítica tampoco se anda por las ramas: «Si las elecciones cambiaran algo, serían ilegales». En Chiapas, epicentro de la insubordinación postliberal, la voz discordante lúcidamente remacha: «Para que vamos a preocuparnos si el gobierno es de derecha, izquierda o centro, si finalmente allí no se están tomando las decisiones fundamentales». Estos antecedentes prologan la emergencia de un fenómeno político -que aunque no inédito- destacadamente sui generis, o zoo generis: a saber, la candidatura de un felino. En la ciudad de Xalapa, comarca «asediada por una plaga de ratonzuelos», el candigato Morris promete establecer un implacable imperio de la ley para la erradicación de este azote virulento.
Adviértase que el escarnio es sólo una arista de esta campaña faunesca. El virtuoso fondo de la celebérrima candigatura apunta a una doble función crítico-contestataria: por un lado, la sátira política conducente a la crítica, al develamiento de la ridiculez que campea en las pantanosas cloacas de la cosa pública, y por otro, la exigencia ciudadana referente a la formalización de las candidaturas ciudadanas, una figura jurídico-electoral que la clase política repudia, debido a que desarticula el control monopólico que cultiva a través de los órganos partidarios.
Naturalmente, las autoridades electorales exhortan -con visos de exasperación- a «no desperdiciar el voto». Sin un gramo de poder de convencimiento, la presidenta del Instituto Electoral Veracruzano espeta: «Estos votos [al candigato ] serían nulos, son votos que se perderían y la democracia necesita el voto del ciudadano donde tenga efectividad. Hagámoslo por la efectividad». A lo que Morris y sus decenas de miles de simpatizantes responden: «¿Y cuándo ha tenido efectividad el voto en México?».
El voto o el tipo de cambio de mercado
Tan inefectivo es el incoloro derecho a votar, que la ciudadanía no se preocupa más por el poder de su voto: cual vulgar divisa, el valor del voto ahora se mide en función de su valor de cambio, no de su valor público-político. Si no véase las inquietudes ciudadanas que circulan en el ciberespacio, altamente ilustrativas de este curioso fenómeno. Un cibernauta pregunta: «¿Alguien sabe a cómo amaneció la compra del voto el día de hoy en Tamaulipas? ¿Quién está pagando más?».
Hay algunas cosas que son tan serias que sólo podemos bromear con ellas…
En la arenga de los políticos, las faltas e irregularidades son responsabilidad de la sociedad, nunca de la autoridad. En relación con la aparición de candigatos aspirantes a cargos de elección popular, el «candidato serio» a la presidencia municipal de Coatzacoalcos, Joaquín Caballero (PRI) perora: «La falta de seriedad de los mexicanos es lo que nos hace diferentes con países de grandes potencias (¡sic!)». Tiziano, el candigato de aquel municipio, responde: «Sabemos que el didactismo no es exactamente moneda corriente entre la clase política. Pero ¿no será que la falta de seriedad de los gobernantes es lo que explica el surgimiento de nuestras candigaturas ? Sr. priista, recuérdole que ‘hay algunas cosas tan serias, [tan trágicamente graves] que sólo podemos bromear con ellas'».
El hartazgo de la ciudadanía o el secuestro de la política
El argumento más socorrido en el contexto de las candidaturas de mininos, es que tal fenómeno responde a un hipotético hartazgo ciudadano. A lo más, se trata de una verdad parcial. Es más bien un acto de protesta, exigencia e insubordinación social. José Ovejero, escritor español, observa: «Los políticos son rehenes de los banqueros que les prestan el dinero, y de los empresarios que los financian ilegalmente». De lo anterior se infiere que la política está secuestrada. Participar «seriamente» en las elecciones supone consentir este secuestro. Morris y consortes no son un signo de hartazgo a secas: son esencialmente un señalamiento de tal secuestro.
El de-cát-logo de Morris
Acusan a Morris de no contar con una propuesta concreta, de enfrascarse en una suerte de solipsismo burlesco. Ante tal acusación, y en sintonía con el decálogo económico que recién presentaron los empresarios ante el consejo rector del pacto por México, que no es pacto ni es por México, la casa de campaña de Morris turnó a la prensa nacional e internacional su propio e inédito de-cát-logo. Nótese que la misiva arribó con una advertencia: «Precaución. Es un peligro para México».
El de-cát-ologo de Morris
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No robar ni dejar robar
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Renunciar a cualquier clase de compensación dineraria u honoraria; retozar no se remunera
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Derogar el aumento tributario al Whiskas , Cat Chow o cualquier otro suministro primario de la canasta básica
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Impulsar la lectura del libro «El gato con botas», que no «La silla del gato», de un tal Enrique Kroketas, y no sólo «unos pasajes», o «la antítesis», o «las mentiras sobre el libro de este libro», preferentemente todo el volumen
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Perseguir cielo, tierra y arena (nada de mar o agua) a los políticos corruptos que se procuran enriquecimiento con base en el ejercicio de la función pública
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Mandar obedeciendo… Pero no a los empresarios, sino a la sociedad
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Combatir con garra de hierro la riqueza extrema, causante real de la pobreza extrema
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Detener la oficialista cruzada contra el «hombre»
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Relanzamiento de la política zapatista: «La arena es para quien la trabaja»
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Boicotear el convenio gubernativo cupular: ¡Que no nos den pacto por liebre!
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/2013/06/a-mexico-le-conviene-el-de-cat-logo-de.html