Este texto como ejercicio colectivo y síntesis de charlas informales y limitadas en sumo grado, resultó de difícil construcción pero quiere abordar en metódico desorden algunas de las reflexiones que suscitan en nosotros las 247 páginas del libro ya mencionado. Libro que sin duda por el contexto, nos ha permitido sentir con rigor inusual «el […]
Este texto como ejercicio colectivo y síntesis de charlas informales y limitadas en sumo grado, resultó de difícil construcción pero quiere abordar en metódico desorden algunas de las reflexiones que suscitan en nosotros las 247 páginas del libro ya mencionado.
Libro que sin duda por el contexto, nos ha permitido sentir con rigor inusual «el sabor» del ERON de la cárcel Picota y sus pabellones de máxima seguridad en los que nos encontramos algunos de los prisioneros (las compañeras de infortunio se encuentran recluidas en el Buen Pastor) por cuenta de sendos montajes judiciales (son dos) con los que la Fiscalía, la Policía y otros funcionarios públicos pretenden conducirnos a una condena injusta que además oculte por siempre la verdad y a los reales responsables del crimen del Centro Comercial Andino, borrando de la memoria colectiva los intereses políticos que subyacen en semejante atrocidad y manteniendo una doble injusticia en la impunidad.
Es comprensible entonces nuestro interés en opinar e interlocutar, así sea indirectamente, con la autora, en tanto sus referencias y alegorías de cierta manera nos involucran y decididamente contribuyen a la definición de una «memoria novelada» que con su aporte oculta, vela, distorsiona y simplifica una realidad compleja.
Es conocido de todos que las simplificaciones siempre son mejores que las angustias de lo difícil, los abismos de la razón y las sutilezas de la política. Las simplificaciones nos facilitan la vida y el pensamiento. A nadie se le ocurriría salir del esquema discursivo del hombre depredador y la mujer eterna víctima pendiente de reivindicarse; pocos preferirían la complejidad musical de Roger Waters por ejemplo, a la simplicidad de Maluma; poquísimos se inclinarían a un confuso Borges, una tediosa Virginia Woolf, o un extenso Roberto Bolaño, pudiendo leer novelas ágiles de perfecta sincronía y oportunidad con la actualidad política y social ¿Quién quiere una conciencia desgarrada cuando puede tenerla planchadita, limpia y bordada?
«¡Oh sancta simplicitas! – Santa simplicidad»: diría hace siglos Jan Hus quemándose en la hoguera cuando una vieja gazmoña henchida de fervor religioso arrojaba más leña al fuego del tormento.
Para «entrar en materia» diremos que la sinopsis en ningún sentido le hace honor al libro y que es mejor dar un salto para evitar la discusión de si es ficción basada en hechos reales o meras coincidencias. En lugar de eso empezamos por referirnos a lo dicho por Escobar, en entrevista a «El espectador» en la que la autora refiere como parte de su «trabajo de campo» para la elaboración de su novela, entrevistas «a los chicos del MRP», lo que así planteado y en el contexto de la entrevista, deja implícito que somos nosotros y que de allí obtiene ella las «claves» que le permiten hablar con algún grado de veracidad. Esa es una Ambigüedad irresponsable. Sin el menor lugar a reservas Melba Escobar sabe que miente.
Confiamos en que sabrán perdonar cierta crudeza, pues la cárcel tiende a afectar la cortesía debida a una intelectual de semejante talla. Rogamos indulgencia. «La mujer que hablaba sola» nos hace caer en cuenta de que «en Colombia las noticias decretan la realidad», que «en este país disparan y después preguntan». Qué provocadora agudeza en un país en el que disparan y luego visten de camuflado a los muertos; torturan, asesinan e intentan ocultar el cadáver enterrándolo y todo resulta ser un «forcejeo» de un solo hombre desarmado contra una compañía del Ejercito; un país en el que, condenan, difaman públicamente, persiguen y después «investigan».
La autora del libro ha dicho: «todo se vuelve una excusa para sacar hipótesis, como si nos hubiéramos visto ya la película. Todo el mundo tiene su teoría y no hay evidencia que valga.» Potentes palabras que se corroboran plenamente en la novela, síntesis perfecta de un libro que precisamente es lo que hace: validar hipótesis arbitrarias pero oficiales. Sindéresis admirable que se manifiesta en toda su magnitud con lo que el infortunio marca para nosotros y nosotras, además de víctimas de montajes judiciales, condenados al aislamiento, sin la posibilidad de expresar lo que han significado estos procesos, mientras que en nuestro lugar pueden hablar otros que con trompetas y tambores fantasean y determinan una especie de memoria de la situación.
La simplicidad y la memoria, dos cuestiones que nos asaltan al adentrarnos en la novela. Es obvio que estamos obligados a dejar de lado ínfulas críticas, pues no trabajamos para ninguna editorial, no tenemos ninguna influencia en los cenáculos literarios y encima nuestras elaboraciones son muy limitadas, pues a nuestros amigos presidiarios el tema no les atrae (muchos de ellos ni siquiera han pensado en leer la novela). En tales circunstancias y sin estudios de literatura en nuestro haber (sin cartones, certificados ni puntajes) es imposible dejar de admirar la capacidad de evadir rodeos y complicaciones de la forma, de ser directa para describir atmosferas urbanas: «… Coliseo… Taller de autos, un cementerio, tres puentes, un descampado, un supermercado, una pollería…» y muchos ejemplos más de esa expresividad que no vamos a transcribir para permitirle a los lectores descubrir las posibilidades de la palabra para describir literalmente lo concreto; simplificar lo simple, refrescándonos con la enunciación de lo cotidiano; respirar, limpiar una mancha, estar triste: así sin pretensiones, sin magia, sin estilo. Una honestidad tan descarnada que identifica al lector desprevenido con los que «nunca logramos escapar de las cuatro paredes donde pasamos el bachillerato», simbolismo perfecto para la confusión, los lugares comunes, los prejuicios y la filosofía de almacén presentes transversalmente en el libro. Esas formas literarias hacen volar el pajarillo de la imaginación hasta tiempos y espacios como la Universidad Nacional – nuestra Alma Mater, si- y su «Jardín de Freud» lleno de Hippies pelmazos a los que les lavan el cerebro con ideas trasnochadas, santorales de héroes de afiche y mitos del pasado que en medio de inhalaciones y humaradas de marihuana convierten a muchachos buenos, sin carencias (no de «esos» carenciados) en idiotas útiles o fanáticos adoctrinados, debido a que sus familiares no estuvieron atentos a los cambios de actitud y de amistades de los chicos: «Somos los familiares los más incapaces de detectar los cambios en las personas que amamos». Nos regala como aforismo en piedra «La mujer que habla sola» obligándonos a detener la lectura ante la profundidad insondable de ese momento de iluminación.
Si. Es cierto, es una novela incómoda. Perturba pensar en esa visión de la Universidad Nacional -pese a que algunos de sus estudiantes y profesores creen en esa precaria idea de sí mismos – porque la Universidad en sus aspectos fundamentales es un centro de generación de ideas, arte, cultura, creatividad, tecnología, y aunque cada vez menos ciencia, pensamiento complejo y análisis de la sociedad colombiana.
Entonces la epifanía que nos reveló el hilo conductor entre universidades públicas y bestialidades como la del Centro Comercial Andino, (o el «Plaza Norte» para darle uso a ese ingenioso esguince literario) se convierte en un intenso dolor en los dedos a causa del «cajonazo» que usa y refuerza preconceptos simplones sobre la Universidad Nacional y su gente. ¡Santa simplicidad!
Ese derroche de recursos literarios e imaginativos alcanza una de sus cumbres al usar el nombre de «Mateo» como seudónimo del joven Pedrito, estudiante de Sociología de la Universidad Nacional. Casualmente fueron las falsas acusaciones sobre Mateo Gutiérrez, estudiante de Sociología de la Universidad Nacional, las que dieron origen a nuestras capturas.
Mateo acusado de crímenes y atentados que Policía y Fiscalía le endilgaron con mentiras, manipulación de pruebas, malas intenciones y el apoyo irrestricto a la mentira por parte de periodistas y medios de prensa como la revista Semana que recientemente señaló a Mateo como «autor del atentado del Andino» aún después de ser absuelto en juicio y a pesar de nunca haber sido vinculado a esos hechos.
Usar ese nombre es abiertamente tendencioso, alude al triste expediente «de lo que vende», de lo morboso para construir un escenario novelado de prejuicios contra personas injustamente detenidas, a quienes se les han negado garantías básicas del debido proceso o la presunción de inocencia. Pero al tiempo es de una agudeza mental y un sentido de la época tan preciso como recrear las acusaciones a su personaje con las que nos enrostra la Fiscalía en los montajes judiciales que nos mantienen presos.
Entendemos que para efectos legales es ficción, que la ocurrencia de desfigurar la realidad conscientemente no es de la escritora, sino que es lo normal, lo usual, lo que se hace. De manera que nos dimos cuenta: la autora reconoce lo que conviene, lo que está de moda, lo que debe decirse.
Por eso nos alegra la perspectiva de ese libro convertido en novela televisada con «fines educativos» de algún canal privado ya que cumple todas las condiciones para tan alto honor.
Hay que decir desde ya que la novela, por didáctica, enseña muchas cosas y evoca otras tantas. Por ejemplo: hemos aprendido que esta ignominiosa situación que para nosotros ha significado cárcel, amenazas y persecuciones a familiares, amigos y abogados, infamia, mentiras, difamación, soledad, pérdidas de todo tipo, y un singular sufrimiento para las y los detenidos y sus familias; tiene un lado positivo, pues para otros es garantía de publicaciones, prestigios provinciales, dinerillos ocasionales, famas pasajeras, palmaditas en la espalda de algún poderoso, y en algunos casos ascensos y salarios, que son los premios habituales en Colombia por la mala conciencia, la falta de rigor y la repetición de verdades oficiales.
Ni más ni menos que la ganancia sobre la miseria de otros, poética evocación de la imagen de jueces parciales, fiscales sin escrúpulos, funcionarios policiales mentirosos, periodistas sin ética y, para usar una figura puramente literaria: todo tipo de animales carroñeros que engordan y celebran sobre los despojos de otro sin saber quién era, ni enterarse de si vivió o murió, sin atisbos de conciencia.
Sabemos que en ambientes de tan profundo calado intelectual como los del fenómeno literario de la novela en comento, los dilemas prefabricados, los conceptos políticamente correctos, las reflexiones banales para reforzar el asentimiento y las opiniones comunes son la norma. En un mundo en el que todo está en su sitio «lejos de mí», donde lo perturbador es falso y malo, las reglas son claras e inquebrantables para que funcione el éxito rancio que viene de esa realidad y esa memoria transparentes y simples que explican todo sencillamente. ¡Santa simplicidad!
Nuestra falta de talento nos obliga aquí a tomar palabras de Roberto Bolaño:
«Los escritores actuales no son ya, como bien hiciera notar Pere Gimferrer, señoritos dispuestos a fulminar la respetabilidad social ni mucho menos un atajo de inadaptados sino gente salida de la clase media y del proletariado dispuesta a escalar el Everest de la respetabilidad (…) No rechazan la respetabilidad, la buscan desesperadamente. Para llegar a ella tienen que transpirar mucho, firmar libros, sonreír, viajar a lugares desconocidos, sonreír, hacer de payaso en los programas del corazón, sonreír mucho, sobre todo no morder la mano que les da de comer, asistir a ferias de libros y contestar de buen talante las preguntas más cretinas, sonreír en las peores situaciones, poner cara de inteligentes, controlar el crecimiento demográfico, dar siempre las gracias (…) Decirle sí al poder».
Es más sencillo sentirse progre y poeta en el discurrir intelectual, disfrutando «neutralidades valorativas», que cuestionar este nuevo medio evo establecido y santificado, o que desafiarse ante los abismos de la razón y la locura del sentimiento.
Cualquiera entiende y cualquiera puede compartir el poderoso mensaje que » La mujer que hablaba sola» guarda en sus líneas: La serpiente malvada que es la «inexplicable» violencia en Colombia se muerde la cola, se devora a sí misma, enseñándonos paradójica y cruelmente la lección más linda: lo importante es la familia y ser «uno mismo«
Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Nietzsche, palidecen ante la maestría literaria y el concepto profundo del vivir en un mundo perfecto en el que «los buenos» están de un lado incuestionable y «los malos» de otro. Debemos cuidar a nuestros hijos para que ideas extrañas no los conviertan en radicales irracionales atados a viejas consignas, una gran enseñanza para toda la familia; grandes y chicos debemos reflexionar sobre esto, sin perder de vista que solo existe un universo posible, una historia, una vida, una memoria, y allí no cabe la posibilidad de un crimen brutal con oscuros fines políticos por fuerzas muy poderosas que no dudan en matar, mentir, condenar y aplastar a quien sea para generar «estados de opinión» favorables a sus fines. La fórmula es sencilla: atentado en Centro Comercial del norte contra mujeres el día en que las FARC entregaban armas al gobierno, mientras un sector político, fanático e iluminado grita que es la entrega del gobierno al terrorismo y sin ningún recato utiliza políticamente el atentado para demostrar lo que hace ese terrorismo en la capital. Más el gobierno no se derrumbó ni el proceso de paz se dañó, y fue necesario -como muchas otras veces- un chivo expiatorio que reconciliara las facciones de poder y tranquilizara la opinión pública. Toda una novela, con los dramas humanos inherentes a la tragedia y el abuso de poder. Pero ¿Quién editaría esa vaina? ¿Quién la leería? ¿Qué manos mordería?… Eso sería imaginar otros mundos posibles y contrariar la historia y la memoria oficiales quebrando los imaginarios de un juego perfecto con las fichas en su sitio.
La santísima trinidad de los poderes públicos, que son tres poderes distintos y cada vez más un solo senador expresidente, presidente verdadero, son la autoridad, la fe, la tradición, la antigüedad y no deben tocarse según predican desde los pulpitos corporativos los inquisidores de la opinión, las S agradas I nstituciones P eriodísticas y desde otras plazas los juglares que nos enseñan divirtiéndonos.
Esta nueva edad media exige de todos ser pobres de espíritu, ser débiles de mente, renunciar a las explicaciones y abrazar a la creencia; la memoria no es un asunto colectivo sino que es definida por los fuertes, y los demás renunciamos a pensar, repetimos y aceptamos esa imposición con fe religiosa, civil, académica o literaria.
Sinceramente deseamos un gran éxito en ventas para la novela de Melba Escobar, auguramos una novela televisada y ¿por qué no? La pantalla grande de la mano de Harold Trompetero.
Los muros y las rejas seguramente agotan nuestra fantasía y por eso un nobel no nos parece cercano, pero felicitamos de corazón a la escritora por su nuevo libro del que nos sentimos parte. Las ramitas secas que primorosamente se agregan, ni quitan ni ponen a esta hoguera para extirpar demonios y servir de ejemplo. El asentimiento común e irreflexivo de la época se retrata perfecto junto a las crisis existenciales de los personajes de la novela.
Éxito asegurado. Por eso usted (autora) está allá y nosotros acá.
Acusados por el montaje judicial por el atentado al Centro Comercial Andino recluidos en la cárcel la Picota de Bogotá.
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