1. Aunque esté en desacuerdo con todos los procesos electorales he sido en seis décadas un permanente observador crítico de ellos. Meses antes de las elecciones de hace cuatro días –con base en publicaciones y movimientos- adelante que nada cambiaría y que todo seguiría igual. A pesar de que el presidente AMLO perdió la ciudad de México y un pequeño porcentaje de diputaciones, ganó algunas gubernaturas. La oposición derechista de los tres partidos más corruptos continuaron estando en minoría en el país, pero lograron avances en votos quizá de un 10 por ciento: La realidad es que todo seguirá igual. La blandenguería de AMLO seguirá sin castigar a los grandes delincuentes de “cuello duro”, es decir a los millonarios que mantienen la llamada oposición derechista.
2. Ahora los políticos negociadores, que históricamente han sido todos, sólo están pensando cómo hacer mayorías entre los legisladores para votar acuerdos. ¿Cuántos millones son necesarios para comprar votos y voluntades en la legislatura; qué intercambios hacer entre partidos y políticos para aprobar cambios necesarios? Aquí el pobre pueblo vale un carajo, no cuenta al ignorar que muchas de sus derechos o reivindicaciones (como subsidios, seguros, salarios,) pueden ser intercambiados con algo que favorezca a los millonarios o bien que lo privado sea reivindicado por la derecha en perjuicio de la empresa pública. ¿Cree alguien acaso que los votos de la “oposición derechista” sean gratis en alguna ocasión? Lo perdido electoralmente por AMLO ahora tendrá que pagarlo a mayor precio.
3. El problema es que, como en México jamás ha habido un gobierno de izquierda, nunca se ha puesto la movilización en primer lugar y, lo peor y más condenable, es que –con excepción de la CNTE y raras veces los estudiantes y las mujeres- nunca se ha movilizado al pueblo para exigir derechos y ni sabe que significa luchar en las calles. No se sabe que es pintar consignas en las paredes ni correr por persecución de la policía. En México lo único que se conoce es la vergonzosa “política del acarreo”, es decir, te ponen en la plaza pública de cada estado uno o dos autobuses, te garantizan alimentación y hasta hotel, con la condición de marchar y aplaudir al partido y a sus líderes. Incluso se comisiona a personas con sus listas para garantizar la disciplina. Es lo que desde la izquierda llamamos “borreguismo”.
4. Yo he visto muchos estadios de futbol y explanadas muy llenas con la gente gritando a favor de sus líderes y partidos; esa gente es de los más enajenados u oportunistas que hacen méritos para luego pedir. Lo que tiene que hacer López Obrador al presentar una propuesta que debe ser aprobada, es que en vez de lloriquear, de tranzar vergonzosamente con otros partidos, es movilizar a la población por uno, dos días, una semana, para obligar a todos los partidos a aprobarla. ¿Por qué no practicar -el “escracher” que nos enseñaron los compas argentinos- a las dirigentes de partidos antipueblo? Por ello creo que los partidos que sólo piensan en negociaciones millonarias y de intercambio, deben de irse al basurero. El pueblo debe salir a la calle a exigir que el parlamento apruebe lo que demanda.
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