Días atrás el ex militar Aldo Rico realizó unas furibundas declaraciones a través de las redes que deben tomarse muy en serio, aunque él mismo carezca de influencia real en el seno de las FF.AA. desde hace un largo tiempo.
Esa importancia reside en un hecho muchas veces comprobado a lo largo de la historia: la ‘cuestión militar’ cobra relevancia cuando se desata una crisis política, económica y social como la que vive hoy el país. Rico lo sabe y por eso habla, al igual que el diario Clarín, que en las últimas semanas viene batiendo el parche de una presunta interna castrense. Nunca hay que olvidar lo que el último siglo ilustra de un modo inapelable: el sistema de poder dominante no titubea en abandonar las formas democráticas y parlamentarias de gestión apenas se cierne una amenaza tangible a sus intereses de clase. He ahí el origen del fascismo, las dictaduras, el bonapartismo y otras formas antidemocráticas o semidemocráticas de ejercicio del poder estatal.
En las manifestaciones a las que aludimos, Rico lanzó una violenta proclama en la que hizo una fuerte convocatoria a los veteranos no de una sino de lo que él denomina las dos guerras que habría librado la Argentina: la primera, la que todos conocemos y los ex combatientes afrontamos con orgullo patriótico, contra el imperialismo inglés y la OTAN; la otra, la horrenda y deshonrosa cacería que por cuenta y orden del bloque de poder local e internacional perpetró el Ejército gorila durante el terrorismo de Estado de la dictadura. A continuación, en un tono dramático, el decrépito ex carapintada calificó de ‘delincuente terrorista’ al Ministro de Defensa Jorge Taiana, alentó a sus partidarios a organizarse para repeler el accionar de los grupos piqueteros que están en la calle y llamó a enfrentar al gobierno, al que definió como ‘un grupo de personas que nos quieren arrastrar hacia Venezuela, hacia Irán, hacia Cuba’. Para que nadie dude la dirección a la que no deben apuntar los fusiles de las brigadas riquistas, se encargó de emitir un caluroso elogio a los chacareros y productores rurales que también andan callejeando últimamente, aunque en este caso, claro, justificadamente pues estarían siendo esquilmados por el Estado (!!). En suma, una proclama no exenta de charlatanería moralizante, que hace pie en la peor tradición del Ejército al servicio del poder oligárquico, el mismo que masacró a su propio pueblo tantas veces, el que gobernó con Videla, Pinochet y muchos otros en los ’70.
Como decíamos antes la palabra de Rico no tiene una influencia significativa dentro de las FF.AA. Carecería de interés si no fuera porque su progresiva degradación personal y política expresó, históricamente, el rápido agotamiento de una corriente que brotó en el seno de las FF. AA. después de Malvinas y que fue erradicada de su interior durante la década infame de los ’90, ya sea por la vía de su desplazamiento de las estructuras internas del aparato militar o por la indecorosa integración al sistema de la democracia semicolonial desmalvinizadora, como es el caso de Rico.
Para los más jóvenes que ignoran su pasado, recordemos que Rico irrumpe en el año ’87 como portavoz del descontento militar de la época, que mezclaba confusamente demandas de ‘solución política’ (amnistía encubierta) a los juicios abiertos contra militares implicados en la brutal represión durante la ‘lucha contra la subversión’, con un encendido nacionalismo malvinero de cuño territorialista. Esto último despertó el interés de un sector del nacionalismo popular, y hasta de los grupos referenciados en la izquierda nacional de la época, que vieron en el carapintadismo el germen de un posible reagrupamiento del ala nacional que siempre existió en el Ejército y que tuvo en el peronismo su referencia política más notoria. Dichas expectativas quedarían rápidamente frustradas en la Argentina, aunque la emergencia de sectores militares de raigambre popular y antiimperialista se verificó en esos mismos años en la Venezuela bolivariana.
Cuando los carapintadas produjeron sus sucesivos planteos militares, hasta ser finalmente derrotados y exonerados del Ejército en 1990 (Seineldín), todo el sistema político de la democracia liberal nacido tras la derrota en el Atlántico Sur – y completamente refractario a la gesta malvinera – se coaligó en ‘defensa de la democracia’, supuestamente amenazada por lo que se denominó entonces el ‘partido militar’. Se trató de una gran impostura pues la democracia, en el formato partidocrático que regía, nunca estuvo realmente en riesgo ya que contaba con el beneplácito norteamericano en el marco de un retroceso de las ideas emancipatorias y de la gran ofensiva del proyecto neocolonial a escala mundial. El sistema se permitía el lujo, impensable una década y media antes, de gobernar con métodos parlamentarios y formalmente democráticos. Con el peronismo menemizado, el movimiento obrero cooptado por el Estado, la economía desorganizada por la hiperinflación provocada y las fuerzas armadas ‘profesionalizadas’, se abría el período de privatizaciones, desregulación, reformas laborales y entrega nacional que marcarían la decadencia nacional hasta el día de hoy.
En ese sombrío panorama que describimos el otrora malvinero Aldo Rico se incorporó de lleno al putrefacto régimen político entreguista ocupando el cargo de Intendente en un distrito importante del conurbano bonaerense, al que accedió blandiendo la consigna trucha de la ‘mano dura’ para acabar con la delincuencia, propia de cuanto demagogo reaccionario pululó por la política nacional en los últimos 40 años. Para medir el nivel de degradación política en el que cayó Rico y su completo divorcio de posturas auténticamente malvinizadoras (si es que alguna vez realmente las tuvo) baste señalar que en una conferencia que dictó unos años después manifestó, en respuesta a una pregunta del público, ‘hay que admitir que la mejor política sobre Malvinas fue la que siguió Menem y Guido Di Tella. La política de seducción’ (1). Como se sabe, esa grotesca política, ositos Winnie Pooh mediante, marcó la línea de la más completa y abyecta capitulación frente al usurpador británico. No nos dejemos confundir, la retórica patriotera en boca de Rico no es más que un ritual vacío y la Patria una entidad fantasmagórica de naturaleza metafísica.
En suma, la travesía de Rico sintetiza la crisis y la decadencia de las corrientes auto-deniominadas nacionalistas dentro de las fuerzas armadas que, como es lógico, tradujeron en clave militar el retroceso de la conciencia nacional que experimentó el país en las últimas décadas. Ninguna Institución del Estado puede escapar a las contradicciones, crisis, avances y retrocesos de la época y el Ejército no fue la excepción. El derrumbe del país en su estatus de nación soberana se correspondió con un Ejército doblegado material y espiritualmente.
Digamos, para concluir, que el caso Rico llevó al extremo esa patética descomposición política que señalamos, colocándose él en una línea de completa subordinación a la estrategia del imperialismo norteamericano – es decir de la OTAN, es decir de Gran Bretaña – en el continente. No de otro modo pueden interpretarse sus absurdas alusiones a Cuba, Venezuela e Irán, países que acompañaron siempre con firmeza nuestra reivindicación soberana en Malvinas. Aunque la persona de Rico no revista importancia, la tendencia occidentalista y antipopular que sostiene con su griterío reaccionario siempre existió en las Fuerzas Armadas y es la responsable de sus peores crímenes. Será necesario, tarde o temprano, reflotar y fortalecer la otra tendencia, la que abreva en la mejor tradición sanmartiniana y malvinera, emparentada a las luchas populares de los últimos dos siglos. De otro modo cualquier horizonte futuro de liberación nacional y social se torna una quimera.
Nota:
(1) Charla ‘Hablemos de Malvinas’ de A. Rico el 11/04/13. Citado en ‘Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos’, Cangiano, Fernando, Ed Dunken, – 2019.
Fernando Cangiano fue soldado combatiente de Malvinas e integrante del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina
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