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Alejandro Magno y la Magna Propaganda

Fuentes: Rebelión

La reciente película de Oliver Stone, «Alejandro Magno», es un perfecto ejemplo de la propaganda eurocéntrica (por no decir racista) con la que se identifican la mayoría de los «intelectuales» occidentales. Y es, tanto en el fondo como en la forma, el mismo tipo de propaganda que venden los gobiernos occidentales para justificar sus crímenes […]

La reciente película de Oliver Stone, «Alejandro Magno», es un perfecto ejemplo de la propaganda eurocéntrica (por no decir racista) con la que se identifican la mayoría de los «intelectuales» occidentales. Y es, tanto en el fondo como en la forma, el mismo tipo de propaganda que venden los gobiernos occidentales para justificar sus crímenes militares en el resto del mundo (Iraq, sin ir más lejos).

La premisa fundamental sobre la que descansa tal propaganda figura, en forma de monumento a la hipocresía y la falsedad histórica, en el preámbulo de la Constitución Europea:

«Conscientes de que Europa es un continente portador de civilización, de que sus habitantes, llegados en oleadas sucesivas desde los albores de la humanidad, han desarrollado progresivamente los valores que sustentan el humanismo: la igualdad de las personas, la libertad, el respeto de la razón»

Es decir, los europeos somos, nada menos que «desde los albores de la humanidad», civilizados y respetuosos con la igualdad y la libertad de las personas. De ahí que sea nuestra misión divina el llevar esa «civilización» a los demás pueblos del mundo, los «bárbaros», que no poseen estas cualidades. El siguiente párrafo del preámbulo nos revela la conexión «espiritual» de la actual Europa con la antigua civilización griega:

«Inspirándose en las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa, que, alimentadas inicialmente por las civilizaciones griega y romana, marcadas por el impulao espiritual que la ha venido alentando y sigue presente en su patrimonio, y más tarde por las corrientes filosóficas de la Ilustración, han implantado en la vida de la sociedad su visión del valor primordial de la persona y de sus derechos inviolables e inalienables, así como del respeto del derecho.» (1)

Como se comprenderá, si todos los europeos hemos sido siempre tan estupendos, no podía ser menos el «héroe griego», Alejandro Magno. (en realidad era macedonio, un país del norte que los griegos consideraban bárbaro, pero ese matiz es irrelevante a efectos propagandísticos) Veamos algunos ejemplos de esta propaganda mitológica extraídos de revistas de historia de amplia difusión:

En el monográfico dedicado a la antigua Grecia de la revista Muy Especial, nos relatan la conmovedora historia titulada «Todos juntos contra Persia», en la que «La invasión de Grecia por los persas tuvo un lado positivo: las ciudades helenas dejaron de lado sus diferencias seculares y se aliaron para rechazar, como un solo pueblo, al enemigo común.» (2)

En «Historia y vida» leemos la «desesperada, dramática y finalmente victoriosa lucha de los griegos para no acabar engullidos por el Imperio persa» (3), durante las guerras médicas (siglo y medio antes de Alejandro)

Y en la revista de historia de National Geographic, vemos cómo «los invasores se dirigieron entonces hacia el Atica», pero tras ciertas «proezas griegas» acabaron venciendo los atenienses, lo cual les permitió «adquirir conciencia del valor de sus instituciones democráticas, por las que afrontaron el peligro los combatientes en Maratón: libertad frente a sometimiento fue el resultado.» (4)

Cuando le toca el turno a Alejandro, los relatos adquieren otro tono:

«emprendió una de las acciones más sorprendentes de la historia: la conquista del mundo (…) Después de pacificar Grecia, se lanzó hacia el Oriente (…) llevando la cultura helénica allí donde llegaba» (5), cosa que sin duda agradecerían los campesinos analfabetos que mayoritariamente poblaban las sociedades de esa época.

Igualmente, se habla de «la expedición de Alejandro -la expedición en que consistió su reinado- …», de «las campañas de conquista», del «impresionante periplo» (6) que realizó «el más grande de los reyes», «el joven conquistador de un inmenso imperio» (7)

En una popular enciclopedia de historia como la Salvat, que puede adquirirse por entregas junto con cierto periódico, la descripción se limita a transmitir, de forma totalmente acrítica, los panegíricos de la época:

«Era alto, bien formado, casi un prototipo de belleza. Su resistencia física superaba a la de todos los soldados y generales de su ejército. En las batallas se le veía siempre en primera fila y recibió heridas muy graves, de las que sanó sin dificultad. (…) Siendo aún niño, fue capaz de domar al potro Bucentauro, que nadie había podido montar. (…) [los persas] carecían de aquella fuerza, entusiasmo y pasión que llevaba a los macedonios a conquistar el Asia (…) tampoco hubo ejemplos de heroísmo entre los persas (…) Otra nueva hazaña fue la toma de Tiro (…) la victoria [Gaugamela] se debió a la furia con que Alejandro cargó sobre ellos (…) Ante el itinerario de Alejandro por Asia quedamos pasmados de la magnitud de su empresa (…) Hay en Alejandro un deseo de conocer y de vencer dificultades que casi no volvemos a encontrar en ningún hombre de estado.» (8)

Y así podríamos seguir hasta el infinito. Resumiendo, los persas invaden, engullen, esclavizan. Alejandro transmite cultura, conquista, libera. Ante semejante sesgo descriptivo, ¿quién no tendería a ponerse del lado de Alejandro y los griegos, y por extensión de los europeos y norteamericanos de ahora? ¿quién no tendería a ver como «malos» a los persas de la antigüedad, y por extensión a los iraníes de ahora? ¿Es posible que hace más de 2000 años existiera ya el «Eje del Mal», revelado por nuestro emperador Bush II?

Obviamente la realidad no es como la pinta la historiografía mayoritaria y tendenciosa. Si nos molestamos en consultar estudios más detallados y especializados, menos comprometidos con la doctrina oficial, podemos valorar mejor lo que pasó.

Para empezar, es cierto que los persas invadieron lo que hoy es Grecia. Pero no menos cierto es que Alejandro Magno invadió el Imperio Persa. Sin embargo, ¡qué difícil es encontrar el calificativo de invasor para Alejandro Magno! Y es que la palabra invasor sugiere algo contrario a la justicia y al derecho. Luego Alejandro Magno/los griegos/los occidentales/nosotros/los buenos no invadimos. Por definición.

Segundo, la afirmación de que Alejandro pretendía fusionar las culturas y los pueblos griegos y persas, europeos y asiáticos, etc., por un interés genuinamente humanístico, es un simple reflejo de la propaganda. Que concertara algunos matrimonios interétnicos con sus soldados o que respetara las tradiciones locales es algo que puede explicarse igualmente bien (o mejor, dada la opinión que se tenía de los «bárbaros») por motivos estratégicos y políticos. Porque si identificamos las intenciones reales con las proclamadas, deberíamos también concluir que la principal motivación del gobierno Bush al invadir Iraq era llevar allí la democracia.

Tercero, es absurdo pretender que Alejandro «liberase» pueblos. Porque se limitó, salvo quizás Egipto, a conservar la estructura administrativa y la organización del imperio persa (9). Así que lo único que hubo fue un sangriento cambio de dueño, quedando el modo de vida luego prácticamente inalterado (lo cual aún no se da en Iraq).

Cuarto, no tiene ningún sentido pensar que una sociedad esclavista como la helénica pudiera tener algún afán liberador. En el Ática, la región de Atenas, los esclavos constituían la tercera parte de la población (10). No debe sorprender, pues, que cuando la ciudad de Tebas no quiso someterse a él, Alejandro la tomara por asalto, matando a 6.000 de sus habitantes y vendiendo los demás como esclavos, tras lo cual procedió a destruir la ciudad sistemáticamente. Otro tanto haría en Tiro: mandó matar a 8.000 habitantes, vendió otros 30.000 como esclavos e hizo crucificar a 2.000 más a lo largo de la costa (11)

Todas estas consideraciones nos llevan finalmente a la película de Oliver Stone. El director ha afirmado literalmente que «hay que honrar a la historia con rigor» (12), pero en su película se habla de la India como de una tierra poblada por «fanáticos religiosos», se pone en boca del general Parmenio que «vinimos a Asia a castigarla por sus crímenes», se muestra a Alejandro entrando aclamado en la «liberada» Babilonia, se contrapone al rey persa Darío como un «rey de esclavos» frente a los «libres macedonios», etc. O sea, la propaganda oficial mezclada con algunos inventos de la cosecha del propio Stone.

Podríamos llegar a aceptar esto como una «licencia artística», ya que, al fin y al cabo, se muestra el punto de vista de Alejandro, y éste no puede ser objetivo e imparcial. El problema es que Stone parece realmente creerse lo que nos muestra en la pantalla cuando dice que «Alejandro unió un imperio enorme y creó una paz que duró cientos de años, y sólo combatió a los que rompían los tratados de paz. Fue un rey para un mundo en paz» (12)

Cuesta mucho entender que el propio Stone pueda tragarse esto teniendo en cuenta lo que nos muestra en la película: batallas, sangre, conspiraciones, el imperio desmembrado a su muerte, luchas por el poder entre sus sucesores, etc. Y es que Alejandro combatió a todos los que se interpusieron en su camino, desde Macedonia hasta la India, y no porque rompieran ningún tratado de paz.

No hubo tales tratados, como no hubo paz en cuanto Alejandro inició la invasión, y como tampoco la hay ahora desde que Bush decidió hacer lo mismo en Iraq. La historia se repite

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(1) Para la manipulación descarada de la cita de Tucídides que encabeza el preámbulo, ver L. Canfora, «La democracia», ed. Crítica.

(2) Muy Especial, nº 44, pág. 58

(3) Historia y vida, nº 430, pág. 42

(4) Historia, de National Geographic, nº 4, págs. 54-57

(5) Muy Especial, nº 44, pág. 62

(6) Historia, de National Geographic, nº 3, págs. 54-63

(7) Historia, de National Geographic, nº 10, págs. 54-61

(8) Historia Universal Salvat, tomo 5, pág. 83 y ss

(9) «Historia del mundo antiguo», Gonzalo Bravo, Ed. Alianza, pág. 303 y ss

(10) «Atenas clásica», Peter Funke, Ed. Acento, pág. 67

(11) «Alejandro Magno», Hans-Joachim-Gehrke, Ed. Acento, págs. 38 y 56

(12) http://edicion.yucatan.com.mx/noticias/noticia.asp?cx=13$0000000000$3174220