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Crisis económica, feminismo y lucha popular

Algunas claves para repensar la pelea contra el macrismo y por el cambio social

Fuentes: Rebelión

El color verde tiño a la Argentina. Por un lado la gigantesca ola verde por el aborto legal, seguro y gratuito. Por el otro la corrida del dólar como rostro más visible de una crisis que, junto con la masividad con que el pueblo aprovechó la convocatoria al paro por parte de la CGT, constituyen […]

El color verde tiño a la Argentina. Por un lado la gigantesca ola verde por el aborto legal, seguro y gratuito. Por el otro la corrida del dólar como rostro más visible de una crisis que, junto con la masividad con que el pueblo aprovechó la convocatoria al paro por parte de la CGT, constituyen rostros diferentes de una misma realidad.

A la crisis económica se la suele analizar con sus propios parámetros. Que la tasa de interés en los EE.UU., que el déficit fiscal, que el endeudamiento o las Lebac. Todo esto influye y tiene su importancia. Pero son verdades a medias y con ellas, como con un árbol, es posible ocultar un bosque. El bosque oculto es la trama de relaciones sociales contradictorias y antagónicas -es decir, la lucha de clases y sectores de clase en un país capitalista dependiente como el nuestro- que empujan a la Argentina a crisis recurrentes.

Es palpable el malestar y una atmósfera que suele preceder a furiosos estallidos. La reciente quema del edificio de Edesur en Cañuelas por parte de lxs vecinxs es apenas un emergente más de estos tiempos impredecibles. La misma experiencia de cómo el «que se vayan todos» del 2001 se canalizó hacia el sostenimiento del repudiado régimen político opera como uno de los factores retardantes. Pero los pueblos aprendemos y, cuando superemos la fragmentación y desorientación política, no será tan fácil para los de «arriba» quedarse. El pueblo, más temprano que tarde, sabrá barrer con la inmundicia que nos gobierna.

No se trata de futurismo, la insumisión de las mujeres está anunciando el futuro conmoviendo el presente, así como brinda claves para ensayar rumbos alternativos para evitar que, una vez más, sean otros quienes recojan los frutos de la lucha mientras el pueblo sea quien expone su vida. Las izquierdas y organizaciones populares tenemos una gran responsabilidad en aprender y aportar para imaginar y planificar colectivamente otro desenlace.

No escasean dólares, sobran capitalismo y dependencia

Los motivos de fondo de la crisis ya habían comenzado a manifestarse durante el kirchnerismo, incipientemente desde el 2008 y más claramente desde el 2012. Esto no tiene nada que ver con la «pesada herencia» que supuestamente dejó. Porque no se trata de desbarajustes ni de bolsones, aunque los hubo, sino de los factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista dependiente que permanecieron incólumes. Si hasta el 2008 parecieron desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia empresaria por la devaluación que golpeó los salarios tras la crisis del 2001 y del fenómeno inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los primeros.

Agotadas las condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir compatibilizando que el capital «se la siga llevando con pala» y el otorgamiento de concesiones al pueblo. La «sintonía fina» y los parches aplicados desde entonces-acuerdos con Chevrón y el Club de París, devaluación y cepo al dólar, veto al 82% móvil para los jubilados y a la ley de glaciares, achatamiento salarial, relanzamiento represivo con Berni, designación de un candidato neoliberal como Scioli- no evitaron una inflación creciente y el estancamiento económico, alargando una agonía que la alejó de las clases dominantes que reclaman enfrentar decididamente al pueblo, al tiempo que minaba las expectativas de sectores populares que pasaron a esperar un «cambio».

El macrismo asumió para aplicar esas transformaciones de fondo que necesita / exige el conjunto de la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar como quisieran. El desastre al que nos condujo no se debe a la estupidez del «mejor equipo de los últimos 50 años» (aunque resulta arriesgado negarlo) sino a las limitaciones de la clase capitalista argentina y al odio de clase que contuvieron tanto tiempo.

Ofrecen una mirada parcial quienes buscan las causas de la crisis en que el macrismo estaría gobernando para la especulación financiera y para CEO’s que acumulan para sus empresas. Porque con todo lo que esto tiene de real -Panamá papers, blanqueo, endeudamiento, multiplicación de instrumentos financieros- el gobierno asume y representa los intereses y necesidades del conjunto de la clase capitalista argentina. Las miradas parciales solo abonan a crear expectativas en un supuesto «capital productivo», facilitando la aparición de supuestas «oposiciones» que devienen en continuidades.

El capital «productivo» -amén del alto grado de movilidad y de integración hoy existente entre todas las formas del capital- apoya y promueva los intentos del gobierno por bajar los salarios y flexibilizar ampliamente el empleo, así como la generación de nuevos ámbitos de extracción de ganancias en lo que debieran ser derechos comunes, como la salud, la educación, el transporte o la energía. La devaluación beneficia al conjunto del capital al achicar el salario aunque golpee el consumo o provoque heridos en su propio seno. Si el capital nunca tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún ya que puede extraer su plusvalía donde le convenga y realizarla en otra zona del planeta.

Tampoco el capital especulativo es el único responsable de la falta de dólares que en la Argentina es tan recurrente que ha recibido nombre y apellido: «restricción externa». Ya con el proceso de sustitución de importaciones, la industrialización deformada y dependiente agravó la «restricción externa» a través de la remesa de ganancias, el pago de patentes, la compra de insumos y de tecnología obsoleta a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga de divisas. Se agravó cuando en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes empresas que controlan la economía argentina dejaron de necesitar consumidores locales para requerir mano de obra barata para exportar hacia los nichos de alto consumo, integrando en los ’90 a gran parte de la mediana y pequeña empresa a sus redes, como en el caso de la Federación Agraria, integrada al circuito sojero. Los pequeños panaderos y comerciantes que cotidianamente aparecen en los medios contando sus penurias, no son parte de ese alabado «capital productivo» sino parte del pueblo trabajador.

Es entonces en nombre del conjunto de la cúpula empresarial que el macrismo vino a intentar cambiar la relación de fuerzas entre las clases y a insertar la Argentina en la geopolítica de los EE.UU., abaratando y flexibilizando al máximo la mano de obra, acordando con el FMI, profundizando la especialización del país en la exportación de bienes primarios (minería, agro, petróleo) o limitadamente industrializados. Y no menor, una transformación educativa y cultural profunda, junto con el desarrollo de un gran aparato represivo adiestrado por fuerzas militares yanquis e israelíes, para intentar lo que ningún gobierno logró por mucho tiempo: terminar con la combatividad del pueblo argentino que no abandona la lucha y viene desgastando al gobierno macrista.

La crisis desatada en los últimos meses tiene más que ver con que el macrismo no pudo revertir esa relación de fuerzas, con el diciembre y marzo calientes, con las luchas moleculares a lo largo y ancho del país, con las peleas de lxs estatales y de los pueblos originarios en las provincias, con las multitudes movilizadas por los derechos humanos y por las reivindicaciones de las mujeres, que con un alza de las tasas de interés en los EE.UU., o el renovado proteccionismo en la economía mundial, aunque hayan sido la gota que rebalsó el vaso.

Así como el temor que la rebelión del 2001/2002 despertó en el empresariado le abrió a Néstor Kirchner la posibilidad de mediar entre ellos para relanzar la acumulación de capital del conjunto, el actual desgaste que el movimiento popular le ocasiona al macrismo -por el que ya pocos se atreven a pronosticar su reelección y se duda de su continuidad- le dificulta encontrar una salida a la crisis ya que desata una pelea entre los intereses capitalistas en la que todos quieren ganar (como evidencian el rechazo de las patronales agrarias a retrasar la rebaja de las retenciones, las peleas del gabinete o la corrida del dólar). La misma clase social que se apoyó en el Estado para apaciguar y canalizar a un pueblo rebelado en el 2001, recurre ahora a los acuerdos con el FMI para intentar disciplinarlo y que sea quien pague los costos.

La derecha en el gobierno despolitiza la crisis como si fuera solo una cuestión económica, de un mercado al que habría que «tranquilizar» (eufemismo por asegurar al empresariado que ganarán a costillas nuestras) para «desarrollar el país y crear trabajo digno». Oculta que es falso que sea el capital el que crea el trabajo, sino que es el trabajo junto con los bienes de la naturaleza -expropiados ambos por el empresariado- quienes crean el capital.

La brutalidad del acuerdo con el FMI coloca en blanco sobre negro la disyuntiva de esta lucha: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste quien les impone una derrota. Las organizaciones populares y las izquierdas estamos impelidas a ser parte de esta pelea y debatir las diversas miradas, las alternativas y unidades necesarias para impulsar la lucha y la acumulación de poder popular. Habrá quienes supongan que levantar un proyecto de país y de sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento de ofensiva del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada del ajuste como alternativa al caos.

Cuando la patria fue realmente el otro

Vale recordar una experiencia inédita de la rebelión popular del 2001: el nacimiento de una «otra política» desde abajo, desde los saberes y voluntad colectiva en un diálogo con el de al lado, el igual. Una práctica política en que la patria era realmente el otro.

Recuerdo cuando el 19 y 20 de diciembre de ese año centenares de miles marchábamos hacia la casa de gobierno, enfrentando la represión y golpeando todo lo que hiciera ruido. El pueblo se hacía escuchar masivamente después de tanto tiempo, con la voluntad de tomar en sus manos el destino del país. En cada esquina se sumaban cientos o miles y eran recibidos con aplausos y abrazos, como se recibe a un hermano.

Organizaciones piqueteras comenzaron a articular porque compartían las calles así como los objetivos políticos de «trabajo, dignidad y cambio social». «Piquete y cacerola» sintetizó la aspiración a la unidad de quienes, junto con lxs trabajadores de las empresas recuperadas, constituían por entonces el mayor aporte organizativo y político popular.

A fines del 2004, con la lucha de los trabajadores del subte a la cabeza, se comenzó a ampliar ese universo con los «flacos» (la contracara de los «gordos» de la CGT) y, en sucesivas oleadas y con diferentes intensidades se fueron sumando las asambleas socio-ambientales, los estudiantes secundarios, los mapuches y pueblos originarios, los colectivos juveniles anti-represivos, los trabajadores de la economía popular, el masivo movimiento de mujeres.

Al calor de estas oleadas fueron madurando organizaciones político-sociales de una nueva izquierda, desde la lucha y los aportes de articulación de este universo popular amplio pero fragmentado.

Con la consolidación del kirchnerismo como rostro progresista del PJ, «la patria es el otro» dejó de ser una realidad, una forma de construir política, para transformarse en slogan de una política hecha desde arriba, desde funcionarios y políticos profesionalizados. Millones de personas fueron restringidas a «marchar» sólo un domingo cada dos años hacia las urnas. Y ya nadie se saludó en las esquinas. Se sabe, el voto es individual y secreto.

Pero el gobierno de Macri parece estar despertando lo que está dormido.

La política se para de cabeza y la «unidad» popular cambia de protagonistas

La oportunidad y necesidad obliga a repensarnos como izquierdas. Habrá quien suponga que esbozar críticas a organizaciones populares en estos momentos de ofensiva capitalista puede hacerle el juego a la derecha. Pero la urgencia por poner en pié una alternativa popular nos obliga a miradas autocríticas y debates sinceros, como merecen izquierdas que -en manos de la juventud del pueblo trabajador- son la única esperanza de una humanidad desquiciada.

Una primera mirada sobre nosotrxs mismxs constata que gran parte de las izquierdas no resultaron indemnes a la «normalización» de la política que trocó el protagonismo popular por el de los aparatos políticos tradicionales. La búsqueda de la imprescindible unidad cambió de actores, los intentos de articulación del pueblo trabajador -con sus múltiples componentes y organizaciones- derivó en la búsqueda de algún partido o aparato con quien aliarse. Ya no se buscó politizar la lucha social sino construir en el terreno que el sistema delega a lo político, el reino excluyente de los partidos y las instituciones.

No sorprende entonces que los «Cayetanos» (Movimiento Evita, Barrios de Pié, Corriente Clasista y Combativa) junto a otros movimientos supongan que ser aceptados por el triunvirato burocrático cegetista sea un paso hacia la «unidad de los trabajadores», con una mirada incapaz de ver más allá de los aparatos e instituciones. Con similar lógica, estas mismas organizaciones junto al degenarismo y otras que se reivindican de «izquierda popular» conformaron el Frente «En Marcha», convocando a la «unidad» opositora en presencia de dirigentes de todas las alas del PJ. Entre las presencias hasta hace poco inimaginables, está la de Felipe Solá, quien fuera parte de los gobiernos de Menem y de Duhalde, fue uno de los responsables políticos de la «masacre de Avellaneda» y es hoy un posible candidato de «unidad».

Asimismo, la coincidente jugada del Papa Francisco de operar para reconstituir bajo su influencia un PJ unido como sostén del sistema ante una posible debacle de «Cambiemos» resultaría ilusoria si no fuera por esa inversión de la política. Centenares de dirigentes de todas las alas del PJ firmando una declaración contra la legalización del aborto es una señal de su avance.

Por su parte el FIT, desde una vereda diferente y sosteniendo el anticapitalismo, rechaza el delirio de levantar una alternativa popular desde la misma trinchera de los enemigos de clase, pero sufre de similar enamoramiento de los aparatos políticos, en este caso los propios, lo que limita su capacidad de abrirse fraternalmente a las iniciativas y agrupaciones de «los trabajadores, las mujeres y la juventud» y de valorar los aportes de los pueblos latinoamericanos, colocando un techo a esa construcción de izquierda.

Una mirada desde lógicas antagónicas con las del sistema -compartiendo la necesidad imperiosa de derrotar a Macri- apunta a que desde las propias luchas se sobrepase lo sectorial que hoy impera y se levanten e impongan propuestas políticas populares, desde la imprescindible articulación de quienes enfrentan la ofensiva del capital, como lxs docentes, trabajadores de los ingenios azucareros, del INTI, Rio Turbio, Chubut, aceiteros, colectivas feministas, comunidades mapuches, asambleas ambientales, entre otros, articulación que necesariamente no puede ser sectorial sino política.

Es al calor de esta intervención política cotidiana que se puede soldar una firme unidad de las organizaciones y colectivos que la impulsen, compartiendo luchas, estrategias, formación política, ensayos de articulación, aportes a nuevos colectivos auto-organizados y a la reconstrucción del pueblo trabajador, instalando una nueva izquierda en todos los terrenos. La fuerza acumulada es chica pero no despreciable. Y si no aparece por el momento en los medios de comunicación masivos, sí lo hace en la vida de sectores de nuestro pueblo.

Encontrar el camino hacia el pueblo impele a las izquierdas a ser parte de la vida y las luchas del pueblo trabajador para dar la pelea por otro país y sociedad. En ese diálogo cotidiano que contrasta con quienes creen que lo progresivo de nuestro pueblo se agota en el kirchnerismo, nos encontramos con compañeros que pueden ser kirchneristas, otros que hastiados votaron a Macri y otros muchos que descreen de todos ellos, incluidas las izquierdas.

Desconfiar de nuestro pueblo e impacientarse para buscar atajos en dudosos aliados de los de «arriba» nunca condujo a la tierra prometida. Más aún cuando no son solo alternativas electorales lo que necesitamos construir. Vale preguntarnos, ¿acaso no necesitamos imperiosamente poner en pié un amplio movimiento popular de ruptura con el FMI y por el desconocimiento de la deuda externa, para liberarnos de su yugo? ¿O un movimiento que trascienda los sindicatos para insertarse en los territorios, por la defensa y transformación de la educación pública y popular? Y por sobre todo ¿no necesitamos trabajar pacientemente pero sin descanso por una confluencia de todo el pueblo trabajador movilizado, con sus organizaciones y colectivos, en un gran movimiento socialista, feminista, libertario y por una patria Nuestroamericana liberada?

La paciente construcción del movimiento de mujeres durante más de 30 años, que en los últimos tiempos hizo asambleas conjuntas multitudinarias, movilizó a millones, convocó a intelectuales y artistas, hizo reuniones en los barrios, confeccionó folletos explicativos, polemizó públicamente, impulsó el proyecto de ley por el derecho al aborto libre y gratuito y obligó en las calles a la cámara de diputados a votar por su aceptación, pero fue más allá, reapropiándose de cuerpos, voluntades y deseos, es un gran ejemplo del que necesitamos aprender en todos los terrenos.

La «unidad» como refundación del pueblo trabajador

La huelga general del 25 de junio fue tan masiva como no se veía hacía años, sacando el debate del terreno de las alianzas y candidaturas «menos malas» para el 2019, para llevarlo al de la lucha para derrotar al gobierno. Pero un paro no alcanza para torcer el rumbo, sería necesario un plan de lucha con propuestas claras, debatidas democráticamente y alternativas a las del capital. Pero nada de eso puede esperarse de la CGT y no es siquiera exigible a estos burócratas que nada tienen que ver con la vida de sus supuestxs representadxs. La vieja disyuntiva se resolvió hace rato y deberá ser «con la cabeza de los dirigentes».

Pero siendo imprescindible organizarse desde abajo para ello, tampoco alcanzaría con sacar a estos burócratas de los sindicatos, cuya estructura, estatutos, universo que abarca, no responden a la realidad de la actual clase trabajadora, transformada estructuralmente por la triple ofensiva desatada por el capitalismo neoliberal contra el pueblo trabajador.

Por una parte, el ataque en los lugares de trabajo para flexibilizar y disciplinar. Trabajadorxs precarixs, intermitentes, tercerizadxs, desempleadxs, son parte importante de la clase trabajadora que los viejos sindicatos excluyen.

Por otra parte, una ofensiva para reestructurar el conjunto del proceso social de reproducción del capitalismo, penetrando en las casas, los barrios, las comunidades y cada lugar de la vida cotidiana, afectando especialmente a las mujeres que cumplen un rol preponderante en la reproducción del sistema. Los territorios cobran una nueva centralidad, donde se concentran el conjunto de los problemas y desde donde pueden surgir repuestas políticas, de lucha y organización. Los sindicatos se consideran ajenos a estas problemáticas y peor aún, al igual que los gobiernos de turno, acusan a quienes ponen el cuerpo a estas cuestiones de «politizar» la protesta, jugando a favor de la opresión del trabajador y la trabajadora.

En tercer lugar, el capitalismo neoliberal acentuó su carácter colonial y depredador para apropiarse de las riquezas naturales de nuestros países. Los sindicatos no sólo se hacen los desentendidos sino que varios han puesto a jugar sus aparatos contra las asambleas socio-ambientales que surgieron en la pelea contra el saqueo y la contaminación de un modelo extractivista que ya es política de Estado de los sucesivos gobiernos.

Mientras el capital encara su triple ataque contra el pueblo trabajador como una sola y misma ofensiva, desde el pueblo respondemos fragmentadamente y las viejas herramientas se demuestran insuficientes.

La pelea por la construcción de alternativas populares no puede estar desligada de la imprescindible refundación del pueblo trabajador, respetando y aprovechando la diversidad pero combatiendo la fragmentación. La pelea es entonces simultáneamente anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, en todos los ámbitos de la vida colectiva de nuestro pueblo.

Podría pensarse que la vida que podría nacer de tal pelea es una bella pero imposible utopía. Pero el movimiento de mujeres lo ancla a la realidad y está demostrando que se puede.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.