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Algunas consideraciones sobre el proceso boliviano

Fuentes: Rebelión

La victoria del MAS en Bolivia marca un hito en el devenir de las luchas populares, al ser la primera vez que un movimiento social accede al poder político. Esta «conmoción política» ha puesto en marcha un proceso de transformación que contiene muchas incógnitas sobre si se podrá transformar en una auténtica revolución social con […]

La victoria del MAS en Bolivia marca un hito en el devenir de las luchas populares, al ser la primera vez que un movimiento social accede al poder político.

Esta «conmoción política» ha puesto en marcha un proceso de transformación que contiene muchas incógnitas sobre si se podrá transformar en una auténtica revolución social con dominio de las bases económicas.

De momento se están poniendo los pilares para conseguir una descolonización de las conciencias y de las prácticas, y se intenta retomar en diversos ámbitos principios ideológicos y organizativos de estructuras socioculturales prehispánicas, combinados con formas más democráticas de afrontar los procesos productivos y políticos en general. El hecho de que sea la propia población auto y hetero-reconocida como indígena la que lidere el proceso es esperanzador en ese sentido.

El proceso «masista» en Bolivia se da en dos coyunturas, una interna y otra externa, de las que al menos tenemos que destacar algunos elementos importantes:

1. Interna. Las posibilidades del MAS de arribar al poder político institucionalizado se multiplicaron con el agotamiento de la opciones de recambio del capitalismo boliviano dependiente y de corte primario, incapaz de responder al proceso de sobreempobrecimiento general de la población (con más del 60% de la misma bajo la línea de pobreza -y casi el 40% en situación de pobreza severa-, y una expectativa de vida que no supera los 55 años), que en su gran mayoría también ha quedado secularmente al margen incluso de la rudimentaria ciudadanía y no menos pobre modernidad propia del capitalismo periférico en general. Ello se compadece con el control absoluto de los recursos físicos no renovables (principal nutriente del PIB del país) por parte de una oligarquía criolla sustentada en una economía extractivo-exportadora sin reinversión industrial ni repercusión en servicios para la población dignos de tal nombre, hasta el punto de que el «Estado» como ente de administración, gestión e intervención en las vidas de la población boliviana ha sido sólo una ficción para la abismal mayoría de la misma (tengamos en cuenta que hasta 1994 con la promulgación de la Ley de Municipios, que establece la categoría político-administrativa de los mismos, buena parte de la población rural no había tenida apenas contacto directo con la Administración del Estado -más allá de la presencia de algún destacamento militar-).

El cuadro es pues el de un capitalismo primario altamente ineficiente y rapiñero, que ni siquiera ha creado infraestructuras y ha generado bajísimos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas en el país. Tal como expresaba un técnico de una ONG comprometida con el proceso (de las contadísimas que lo están) «el capitalismo ha llegado demasiado tarde a esta parte de los Andes».El testimonio apunta a que si no lo ha hecho antes de la actual fase de globocolonización, ahora ya sólo lo puede hacer en su forma más militar, lo que deja a todo el ordenamiento supraestructural capitalista en franco desguarnecimiento frente a la población.

2. Externa. Con la llegada del MAS y los intentos de poner alguna racionalidad económica por encima de la codicia exclusiva de una inepta plutocracia, la inversión externa directa ha decaído ostensiblemente (tan sólo 50 millones de dólares hasta principios de agosto, en 2006), y las transnacionales comienzan a explorar otras perspectivas geográficas más «dóciles» para sus intereses. Al mismo tiempo, los países de la región, especialmente Chile y Brasil (no tanto Argentina, que se evidencia más dependiente de los recursos gasíferos bolivianos), han empezado a reconsiderar fuentes alternativas de abastecimiento energético, dadas las condiciones políticas y sociales que comienza a imponer el gobierno boliviano a sus respectivas empresas. [Hecho este que, ¿cómo no?, está siendo utilizado por la derecha del país para denostar una vez más los intentos de soberanía energética que siquiera que parcialmente, alberga el gobierno del MAS].

Es decir, que una vez más el Capital «se retira» en su versión explícitamente económica, de un país, con miras a dificultar las posibilidades transformadoras y pasar a manifestarse, con toda probabilidad, en su expresión más beligerante (en el terreno político y puede que con el tiempo, en el militar).

No obstante esto, el contexto latinoamericano en el que se produce el proceso «masista» contiene aspectos más positivos. Entre ellos, el de la interconexión energética en curso en el subcontinente, liderada por Venezuela, y el consiguiente proyecto de integración bolivariana en marcha. A pesar de las debilidades de este proceso (y los tremendos interrogantes que abre el cómo se está realizando la propia «interconexión» energética, muy poco integradora en lo político), los países de la región saben que de su autosubsistencia energética (común) dependen sus propias posibilidades de futuro. Y eso pasa por reivindicar una cada vez mayor ‘soberanía’ sobre sus propios recursos, hecho en el que se pueden reforzar mutuamente de cara a las corporaciones de la Tríada (por más que sigan competiendo a favor de sus respectivas empresas, sobre todo en el caso de los grandes países de la región, y muy especialmente Brasil, que no está dispuesto a ceder su liderazgo económico en el subcontinente). Con todo, por primera vez el sueño bolivariano, más allá de la declaración supraestructural de intenciones, podría tener un transfondo bien infraestructural, que en el caso concreto de Bolivia es susceptible de coadyuvar a la implantación del actual proceso transformador.

 

Vamos a describir ahora, brevemente, algunas de las, a nuestro juicio, fortalezas y debilidades del proceso, para terminar con las incógnitas:

 

A. FORTALEZAS

 

Existe una apoyo masivo de la población al MAS y al proceso de cambios que ha desatado. Mayor incluso que el que han reflejado las urnas en las últimas consultas. Desde luego por encima del que ningún otro proceso transformador tuvo en sus primeras fases en América Latina (y nos atreveríamos a decir que en el mundo).

Cuenta también con el decidido respaldo de las organizaciones y diferentes expresiones movimientistas indígenas y campesinas en general.

La población indígena y buena parte de la mestiza, que suponen la absoluta mayoría del país (no menos del 78% de sus cerca de 8 millones de habitantes)[1], lo vive en su mayor parte como un proceso propio, de recuperación de su dignidad y protagonismo social. Donde por fin tiene algo que decir en su propia tierra (el logro de la voz).

Se está dando, por ello mismo, una amplia dinámica de politización de la sociedad, de consecución de interés por la Política, a la que comienzan a entender por fin como gobierno de las propias cosas, que afecta todos los aspectos de su vida.

En este sentido, se apela también a la recuperación de formas organizacionales, productivas y sociales, así como de gobierno, propias de sus comunidades precapitalistas (que no resultan hoy tan anacrónicas en un país en que el capitalismo sólo muestra un desarrollo muy elemental en buena parte del mismo). La democracia supraestructural burguesa podría ser así complementada (o contrapesada) mediante formas democráticas más directas y asamblearias (en las que por primera vez -a diferencia del pasado colonizador y prehispánico- comienzan a tener también voz las mujeres).

Por si fuera poco, el MAS ha empezado a ganar simpatías entre determinados sectores medios del país (mestizos e incluso blancos), que veían que con los gobiernos «neoliberales» ya nada se lograba y su situación se deterioraba año tras año.

 

B. DEBILIDADES

 

El MAS no tiene una estructura política consolidada, lo que le va a proporcionar numerosos quebraderos tácticos en la dirección del país y, lo que es más importante, le deja vulnerable a la penetración creciente del oportunismo en sus filas, al tiempo que la hace bastante dependiente de la figura de su líder, auténtico referente aglutinador de la población (con el consiguiente peligro de que se instale un «evismo» político). Hasta ahora el movimiento no ha emprendido un proceso de criba para determinar las bases mínimas de militancia ideológica ni de compromiso político dentro del propio movimiento (al que como siempre en estos casos, se comienzan a apuntar arribistas de todo pelaje, y seguro que también gentes convenientemente infiltradas).

Es duda, asimismo, su proyección estratégica, no demasiado clara a juzgar por su programa de gobierno (lo que puede favorecer también la propia ambigüedad interna de ciertos sectores de su creciente militancia).

Es muy difícil que en el plazo corto pueda sacudirse la dependencia que el país tiene del modelo exportador, así como del capital extranjero y su tecnología, lo que le deja en una posición de debilidad de cara a determinadas negociaciones clave y tomas de decisión soberanistas (sobre las que ha tenido que hacer ya más de una concesión -circunstancia que no ha dejado de ser duramente criticada por las «izquierdas puras»[2]).

Tiene, como es normal en este tipo de procesos, a la mayor parte de los medios de difusión de masas, así como en menor medida de la red universitario-científica, en su contra, y por supuesto a la Iglesia (siempre alerta contra todo lo que busque la justicia en este mundo); aunque todavía en su mayor parte no han mostrado la virulencia y la orquestación que demuestran en Venezuela. (El MAS, para contrarrestar, ha empezado a crear ya su red de emisoras radiales, pero es mucho el camino por hacer al respecto, y pocos los recursos).

También tiene en su contra a la mayor parte de la muy menguada izquierda «pura», la trotskista ante todo (y por supuesto la anarquista), que ve en el programa de acción del MAS un proceso no ortodoxo y por lo tanto condenado al fracaso, según estrictos criterios de manual que pueden seguirse en su publicación de título pleonásmico «Socialismo Revolucionario» (el ámbito anarquista, por su parte, ni se molesta en formular alguna crítica razonable que incorpore alternativa al estado de cosas actual). Por si acaso, como casi siempre, también el trotskismo boliviano en vez de intentar colaborar para coadyuvar al carácter transformador del proceso en curso, se sitúa en la más abierta oposición, cuando no se ve de una u otra forma caminando más o menos coyunturalmente con la reacción del Capital. Todo da a indicar que una vez más para esta corriente «la revolución» no fuera sino el producto de un ilimitado despliegue de la voluntad política en un escenario de doctrina pura, donde no hubiera que tener en cuenta enormes fuerzas antagónicas, internas y externas, desconociendo también la relación de fuerzas, el nivel de conciencia social y en general el desarrollo de las fuerzas productivas de las que parte el proceso constituyente de una nueva sociedad en Bolivia, y donde, en definitiva, la lucha de clases es sustituida, como diría Atilio Borón, «por la aridez irreparable del dogma». [Con todo, más allá de su dañina toma de postura política, no pueden pasarse por alto los fundamentos de la crítica trotskista, que aparecen periódicamente en la publicación mencionada, y que aproximan con clarividencia a las grandes dudas que abre el proceso en curso en Bolivia].

 

C. INCÓGNITAS

 

La cerrazón de las izquierdas «puras» es tanto más difícil de explicar cuanto que Bolivia es un país en el que sector informal es el medio de subsistencia de cerca del 80% de la población activa, incluido un campesinado (la población activa agraria supone sólo un poco menos del 50% del total de la PA) que en alta proporción a duras penas puede colocar parte de sus productos en el mercado y en el que a menudo el objetivo a alcanzar a través de su labor es la mera subsistencia. La «revolución proletaria» sería poco más que una quimera en un país que entre el sector formal y el informal suma cuanto mucho un 20% de «clase obrera» en sentido estricto, y sólo un 5% si contamos el sector formal.

En estas circunstancias el primer gran interrogante que se abre es si todo el proceso que está moviendo al país, sintetizado bajo las siglas del MAS, no es sino tan sólo un intento de generar unas condiciones sociales inclusivas, esto es, un capitalismo más social. O lo que sería lo mismo, posibilitar la incorporación a la ciudadanía de ese 70% largo de la población que permanece todavía a siglos de distancia de la misma: hacer entrar de una vez al país en la Modernidad, con mayúscula.

Desde luego, con la teoría en la mano, es difícil pensar hoy otras posibilidades para un país con semejante desarrollo de sus fuerzas productivas y elementos sociales. Pero, en cualquier caso, sus posibilidades de aceleración del proceso vendrán claramente marcadas por el contexto internacional, en lo inmediato muy especialmente por el latinoamericano (y dentro de él, la energía del vuelo bolivariano -de ahí una vez más, la importancia de Venezuela).

A su favor, pero también en su contra, podría jugar la descomposición del resto de la oposición político-social a los gobiernos «neoliberales» que el Capital intentó proponer (y sostener) a la desesperada, y que no se coordinaron al final con el MAS. Así, algunos líderes (y muy especialmente Jaime Solares) de la COB (Central Obrera Boliviana) organización de arraigada lucha en el país, han ido perdiendo apoyo y credibilidad entre sus bases, que mayoritariamente han votado también por el MAS. Y lo mismo ha ocurrido con el indianismo de Felipe Quispe (que se ha retirado de la política, al parecer incapaz de estar a la altura de las circunstancias que vive el país), y del «tupakatarianismo» en general, muy desdibujado en la actual coyuntura.

Esto podría ser favorable porque al menos esas fuerzas tienen menos capacidad de estorbar un proceso en el que si no «unidad» al menos se necesita imprescindiblemente de «cooperación» de las fuerzas de sociales. Desfavorable, porque la izquierda pierde (al menos parcialmente) otros referentes que podrían ser, desde objetivos comunes similares, críticos con las formas de proceder del MAS. La pluralidad, no se pase por alto, supone siempre una garantía contra la rigidificación de los aparatos, y contra las diferentes absorciones burocrático-partidistas, clientelismos y homogeneizaciones esterilizantes.

Falta saber si el MAS va posibilitar los cauces de trabajo autónomo a las numerosas y dispersas izquierdas locales y alternativas del país, o las va a intentar «acoger» a todas bajo su manto, anulando su capacidad organizativa y vindicativa propias. De su acierto en esta materia (coordinación sin absorción) dependerán también gran parte de sus posibilidades de futuro como movimiento democrático y democratizador de la sociedad boliviana. No nos olvidemos que a pesar de todas las dudas y condiciones de partida, se ha dado a sí mismo el nombre de «Movimiento al Socialismo».

 

Por último, pero quizás la más importante, es la incógnita de la opción de la fuerza tanto interna como externa. Pendiendo sobre el MAS está siempre la actuación del Ejército, que «vigilante de la legalidad» (de los poderosos), puede estar presto a intervenir en cualquier momento. [El gobierno, como en otros casos, ha intentado congraciar a los altos mandos con el proceso, concediéndoles unas generosa subida de salario, pero como él mismo debe saber, nunca es suficiente si hay quien puede pagar más].

 

 

De momento este Movimiento al Socialismo ya ha dado los primeros pasos para una nacionalización, e industrialización, de los hidrocarburos. Quiere, como en Venezuela, que su renta se redistribuya en forma de políticas sociales (hasta ahora desconocidas en el país), que aunque lenta y precariamente, han comenzado a ponerse en marcha (sobre todo en los ámbitos de la salud -que goza de mayor refuerzo gracias a la colaboración de profesionales cubanos-, educación -con apoyo también de profesionales venezolanos- y servicios sociales en general -para los que ya se forma a contrarreloj a la propia población-). Se ha negado a aceptar las imposiciones de EE.UU. sobre su «deseable» alineamiento regional, así como respecto a la erradicación de los cultivos de coca; y en este sentido soberanista ha buscado la alianza con el proyecto de integración bolivariano y con el ALBA, lo que refuerza su importancia en América Latina.

 

Hay también en marcha, como se sabe, una nueva Constituyente que hasta agosto de 2007 tiene de plazo para, en principio, transformar las bases en que se asienta el orden institucional del país.

 

El movimiento de izquierdas «internacional», si es que existe tal cosa, o en su defecto las diferentes izquierdas nacionales, no deberían dejar pasar con el MAS esta oportunidad de cumplir con las viejas máximas del Manifiesto Comunista.

 

 

 



[1] La (auto)definición como «indígena», ya sea «puro» o «mestizo» (como cualquier otra afirmación identitaria), depende de construcciones político-culturales que repercuten en las subjetividades de forma colectiva. Lo importante de ellas es si se corresponden con proyectos dignificatorios y de recuperación de autonomía decisoria, o si por el contrario son producto de una heteronomía adscriptiva. En el caso boliviano lo básico es que estas definiciones comienzan a insertarse dentro del indigenismo político que está enfrentando poderes constituidos en el conjunto de América.

[2] En realidad, por su aportación a los procesos transformadores, tendríamos que hablar más bien de «pseudoizquierdas». No deberíamos olvidar que la izquierda se define en cada momento histórico por su capacidad y voluntad de contribuir a los procesos de transformación masivos en beneficio de las grandes mayorías –y a partir de la propia lucha de las mayorías-, más allá de su autodefinición y discursos.