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Sobre "La Fortuna", de Amenábar

Amenábar invita a los jóvenes a superar el odio heredado

Fuentes: Rebelión

El último trabajo de Amenábar “La Fortuna”, serie que trata sobre la recuperación de un tesoro de un barco hundido por los ingleses a principios del siglo XIX frente a las costas de Cádiz, retrata un “nuevo espíritu juvenil” que está harto de los odios heredados del pasado, y nos propone una reconciliación de las dos Españas (y otros territorios peninsulares) para avanzar con aire fresco y renovado en esta época marcada por la incertidumbre, la ansiedad y la descomposición social.  

Para ese cambio es necesaria la transversalidad. Esa transversalidad, defendida por una parte de la izquierda que está asqueada de cubrirse con  sudarios, es justa y necesaria, para que el hedor a muerte y venganza se canalice con altura de miras. Para que podamos escribir, con mayúsculas, otra página de la Historia que recoja, con firmeza y decisión, los anhelos más profundos de la humanidad. 

Exceptuando los núcleos duros de la derecha y la izquierda, así como los primeros anillos que los circundan, la gente corriente se parece muchísimo en sus necesidades y aspiraciones. Tienen mogollón de cosas en común y pocas veces son dueños de sus destinos. La mayoría sigue el ancestral adagio del “burro, la noria, el palo y la zanahoria”. 

Saliéndonos de los peligrosísimos núcleos duros y sus principales anillos (donde residen perros entrenados de diferentes razas y fiereza) hay un pueblo llano y con relieves que podría alcanzar lo inalcanzable: un bienestar social para la mayoría y eso, digan lo que digan, no es una utopía. 

En la serie de Amenábar, basada en la novela gráfica “El tesoro del cisne negro” de Paco Roca y Guillermo Corral, dos jóvenes de ideologías opuestas , el diplomático Alex Ventura (Álvaro Mel) y la funcionaria Lucía (Ana Polvorosa), se alían para recuperar el cargamento de oro y planta que se ha llevado a EEUU el cazatesoros sin escrúpulos Frank Wild (Frank Tucci). 

A medida que avanza la operación rescate Alex (la derecha pulcra) y Lucía (la izquierda progre) -ambos se reprochan su ideología en una escena simple pero transcendental- van obviando sus diferencias y empiezan a mirarse como personas que no llevan en su corazón ni el plomo ni las heridas de la guerra.  

Sin agobios históricos se desnudan, se desprenden de las etiquetas y comienzan a verse a así mismos como seres humanos. Y, rompiendo muros de papel, crece entre ellos la amistad, el amor, más allá del legado que heredamos de los muertos (descansen en paz). 

Una vez recuperado el tesoro, Lucía y Alex (ya sin etiquetas jibarizantes) deciden celebrar su éxito haciendo un viaje juntos en un velero por el Mediterráneo. 

Amenábar dijo que hizo La Fortuna para divertir a la gente que sufre la pandemia del Covid-19. Algunos críticos escribieron que el oscarizado director había recuperado con esta serie el espíritu de Spielberg, etc. 

Quizás sería bueno hacer hincapié, tras la interpretación libre de La Fortuna, en que es posible una alianza transversal sobre unos pocos puntos como base de partida hacia la construcción de una sociedad de la que podamos enorgullecernos jóvenes y mayores, antiguos y estrenados. 

Ese pacto, que al parecer muchos detestan, “no sólo debería ser sencillo”. Es, por encima de todo, nuestra asignatura pendiente. ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo para implementar unas pocas políticas que transformarían de raíz nuestra sociedad? Hablamos de lo elemental: 

  • De una educación universal de alta calidad. 
  • De un trabajo y una vivienda dignas (también universales). 
  • De libertad. 
  • De pensiones y programas que hagan agradable, dentro de lo posible, la vida de los ancianos, y poco más. 

¿Quién no está de acuerdo con ese hermoso ideario y se eterniza machacando al pueblo con problemillas-piojos para que no paremos de rascarnos la cabeza? 

Una poderosa minoría que alimenta al monstruo del capitalismo (de derechas y de izquierdas) cuando lo más urgente es “amansar” a la fiera de mil cabezas para destruir la noria del burro, el palo y la zanahoria. 

La izquierda de hoy día (incluyendo el capitalismo rojo del Estado chino) no cuenta con las herramientas para provocar el cambio cualitativo que demandan los tiempos, pues al decir del escritor y pensador sirio Yassin al-Haj Saleh, autor de “Siria, la revolución imposible”, “la izquierda de hoy es una secta petrificada, retrógada, arrogante e ignorante. Y, además, está muy lejos de ser hegemónica”. 

Yassim al-Haj Saleh, quien fue uno de los símbolos de las primaveras árabes, junto a su mujer Samira Khalil (desaparecida tras ser secuestrada por los fundamentalistas) nunca perdonó a la izquierda occidental que abandonase a los laicos y a las fuerzas democráticas que quisieron acabar con las tiranías y el extremismo religioso que matan las aspiraciones de hombres y mujeres que luchan por la libertad y el desarrollo en los países islámicos. 

Para él ahora, que vive exiliado en Estambul o en París, hay tres grandes ogros: El extremismo religioso, EEUU y Occidente. 

Blog del autor: Nilo Homérico 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.