Hasta para el más superficial observador de la cosa pública mexicana es evidente que la llegada de López Obrador a Palacio Nacional significó el fin del ciclo perverso de las privatizaciones de los bienes públicos.
Y también es evidente, aunque quizá no tanto, que se ha iniciado un ciclo de signo contrario.
Este cambio de ciclo ha tenido un resultado neto: la pérdida de fuerza e influencia del sector privado de la economía y el fortalecimiento y la ampliación del sector público.
Este cambio de ciclo se ha logrado sin acudir a los injustamente satanizados expedientes de las nacionalizaciones y, menos aún, de las expropiaciones. El gobierno de López Obrador ha optado simplemente por el fortalecimiento de los exangües restos de la propiedad pública, como es el caso del antiguo Banco del Ahorro Nacional hoy convertido en Banco del Bienestar. Y como lo es igualmente el caso del derecho de vía de los antiguos ferrocarriles nacionales.
Pero el gobierno de López Obrador también se está valiendo del recurso de la creación de nuevas empresas de propiedad pública, como es el caso del consorcio ferrocarrilero que, adscrito a la Secretaría de la Defensa Nacional, se hará cargo de la gestión del Tren Maya.
En este mismo sentido de ampliación y fortalecimiento del sector público marchan las políticas de salud y de educación. Una mayor participación del Estado implica necesariamente una menor cuota de capital privado.
Otro notorio avance en este sentido es la suspensión del otorgamiento de concesiones mineras. Con esta medida se ha puesto fin a una inmensa fuente de poder económico del capital privado nacional y, sobre todo, extranjero.
También en este sentido marcha la propuesta obradorista de nueva Ley Minera, la que establece la exclusividad del Estado en la propiedad y explotación del litio. Una medida semejante en trascendencia económica y política a la expropiación petrolera, sólo que sin expropiación. De este modo se ha cerrado desde la cuna la que sería un generosa fuente de poder económico y político para el capital privado.
Con más altas que bajas, la tendencia al fortalecimiento del sector estatal de la economía es nítida e innegable. Y para los próximos años nada hay que indique que la tendencia cambiará. A menos, claro está, que la derecha logre desplazar al obradorismo de Palacio Nacional.
Entre el avance y el retroceso la lucha se dará en la arena electoral. Pero hasta ahora tampoco se ven señales de cambio en las tendencias electorales: un tercio para la derecha y dos tercios para el obradorismo.
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