AMLO esperó un año y medio para vengar la deshonra de la antimexicana campaña. Era la última oportunidad. Había que apostarle al “jonrón”. Sacar la bola del parque. Reconocimiento internacional. Extensión de la mano franca. Cese de las hostilidades unidireccionales. Agradecimiento público y personal: la no-injerencia como el amor… con amor diplomático se paga.
Soberanía. Aquí sí. Y aquí no. Muy básico. Pero no por ello menos crucial. Al contrario: allí estriba la razón de la visita a Washington: la razón de Estado. Esa “razón” que las élites rancias de México y Latinoamérica acostumbran interpretar apenas como coerción o persecución a sangre y fuego de las mayorías nacionales. Estado fuerte hacia dentro; Estado débil hacia afuera: tal es la clásica fórmula de nuestra derecha pusilánime. Penúltima llamada para los mexicanos en Estados Unidos (sí, los paisanos ensayan tácticas para ensanchar la influencia de nuestra comunidad en la política de aquel país; y sí, lamento informar que los gringos nos desvalorizaron hasta la criminalización e ilegalización, sin ningún cobijo del país de origen y sin ninguna concesión: salvo la vida –y hasta eso está en vilo en tiempos de pandemia y nula cobertura médica–; y sí, resueltamente vamos por la morenización de los “yunaites”, a pesar de la guerra demográfica de Trún, que intenta tardíamente diluir el pujante gen que habita el sur y emigra al norte; y acaso allí radica –al norte del Río Bravo– la fuente del malestar del White Anglo-Saxon Protestant: la recuperación mexicana del territorio no tan remotamente arrebatado a México; ya lo advirtió Paco Taibo II: la moral del pueblo yanqui reposa en el mítico relato de la sustracción de nuestro territorio; y sí, Trump en el título y Trún en el texto: para honrar el folclor de nuestra lengua). Y, last but not least, el redentor colofón del histórico encuentro: tres estridentes “Viva México”. En la sede residencial del imperio. Tres.
El más antimexicano de los presidentes gringos sonrió. Y no resistió: cerró el puño, extendió la mano en clara señal de camaradería, y gesticuló gratamente asombrado. No se registró el tradicional apretón de manos. Por aquello del Covid. Sí, en cambio, asistimos al anómalo trueque de bates de beisbol. El arte huichol, entallado en el cilíndrico larguero, paseó sin visa por la Casa Blanca. Incompatibilidad ideológica; compatibilidad deportiva. El beisbol –explica el Canciller Marcelo Ebrard– zanjó el impensado “espacio común”. Y las fotos del recuerdo comportan la evidencia de una diplomacia audaz y responsable. No por la ratificación del acuerdo trinacional, a todas luces lesivo para la economía de nuestro país. Y sí por el reparo de restaurar la mancillada honorabilidad de la comunidad mexicana radicada en Estados Unidos: los “héroes vivientes” sobre cuyas espaldas mojadas descansa la economía de una patria salvajemente saqueada.
En la segunda campaña electoral de Trún, a México apenas lo mencionó. Por allí un par de consignas estandarizadas. El muro etc. (Para más información sobre el tema, remítoles al acervo de Fox News; o a la filial no declarada en México, Televisa, que curiosamente difunde hasta la hipertrofia las hostilidades que descienden del norte, y nunca las ovaciones que ascienden desde el sur).
Y lo más importante: ganamos un inverosímil amigo del gobierno. Insisto: del gobierno.
Tal siempre fue la estrategia de sobrevivencia de los mexicanos en Estados Unidos:
- “Bandit?”
- “Nou, mi amigo”
- “Lazy?”
- “Never, mi amigo”
- “Bad Hombre?”
- “Also nou, mi amigo”
- “Then who are you?”
- “Yur amigo, mi amigo”
AMLO no tiene enemigos. Tiene amigos y adversarios. A los segundos los trata con respeto, deferencia e ironía. A los primeros los honra con la lealtad. No la lealtad política. Lealtad urbana. Mucho más básica. Elemental. Civismo del sexto año de primaria.
AMLO, como el paisano transfronterizo, prefiere a los amigos.
Y a propósito de las lecciones que nos dejó el “amistoso encontronazo” en Washington, el barrio –repara astutamente Rafael de la Garza– engloba el primer módulo de formación geopolítica: Never mess with the bully!
No contaban con la astucia de Estrada.
En el arte de narrar los “jonrones”, un cronista mexicano destacó por su exceso de entusiasmo: “¡la bola se va / se va / se va / y se fue a la verg…!”
Good bye Donnie.
Next.
Twitter: @arsinoeorihuela