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Ediciones Dyskolo publica el poemario titulado La doble rendija, de Daniel Noya Peña

Amor y experiencia poética: otra forma de mirar la realidad

Fuentes: Rebelión

Filósofa, sindicalista y profesora que llegó a abrazar el cristianismo, Simone Weil (1909-1943) se integró en la Columna Durruti de anarquistas durante la guerra española de 1936; en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial y, en los años 30 del siglo pasado, trabajó como proletaria en la empresa Renault. Una de sus reflexiones destacadas es la siguiente: “De todos los seres humanos, sólo reconocemos la existencia de aquéllos a los que amamos”.

Es la frase que encabeza, y tal vez resuma, La doble rendija, poemario de Daniel Noya Peña publicado en julio por Ediciones Dyskolo. Profesor de Filosofía y poeta, Daniel Noya Peña trabaja actualmente en el libro Cien Fuegos. Asimismo es autor de No todos los días alcanzan la belleza (2019); La sabiduría de las uvas (2015); y Luces de gálibo (2004-2009), entre otros libros de poemas.

A menudo las poesías recopiladas en La doble rendija tienen el amor como eje. Así, en la primera composición: “Pero ahora crezco a contraluz/en la ternura,/estoy vivo/mientras tú existas/y no paro de repetir/y no paro de repetir/tu nombre”. O bien en el sexto poema: “Mi aliento está sin deseo,/mi memoria/sin sábanas para la calidez,/es otoño pero no vas a besarme/y hay un silencio/que no sé descifrar (…)”; y remata el autor: “Espero como un animal herido/que regrese mi alma”.

También hay ocasiones, desde el inicio del poemario, en que todo se confunde con la amada. Por ejemplo, “Todos los colores me conducen hacia la misma/senda./Abro mapas/y ocupas todos los continentes./Estás/en todas las miradas/y en todos los insomnios”. O en los cuatro últimos versos del poema 35: “Eres/el espacio donde beben las semillas,/el paraíso donde se eclipsan las lámparas/y en donde se calla la poesía”. Hasta el punto la hipérbole, ya que “nombrarte es atravesar el Asia (…)”.

Daniel Noya Peña es autor de Cierra el portón (1989-1991), Cuatro raíces (1993) y Cuaderno de incidencias (2004). El poeta reside actualmente en el municipio de Piedralaves (2.070 habitantes, Ávila). ¿De qué modo entiende la Poesía? “Nos hace ser inocentes, nos acerca a la mirada del otro, es lo único necesario. La poesía es el eco que deja una voz verdadera”, afirma. Además de la lectura en bibliotecas, institutos y casas de la cultura, el autor ha publicado textos en revistas como Trasierra, El Signo del Gorrión o Contracorriente.

El título La doble rendija remite a un experimento del científico británico Thomas Young, de 1801, en el que trataba de demostrar que la luz es una onda; éste es “un descubrimiento sorprendente que cuando se conoce, no permite concebir la realidad material de la misma manera que antes”, explica Pablo Canales Tejedor en el texto de Dyskolo.

Este cambio de percepción se explica por la no localidad e indefinición espacio-temporal de los entes individuales. Expresado en otros términos, el ser humano no vive sólo en un tiempo y en un espacio. Según Canales Tejedor, “quizá en eso se parezca finalmente la experiencia poética y la científica. Ambas modifican nuestra forma de ver la realidad, cualquiera que ésta sea”.

Pero el poemario de Daniel Noya no tiene pretensiones científicas. Los anhelos de belleza y amorosos del poeta surgen -en La doble rendija– del afán por superar la pérdida, introduce la sinopsis de Dyskolo. Por otra parte los versos fueron escritos de una sola vez, sin correcciones.

Tanto los poemas como las notas introductorias incluyen referencias artísticas, culturales y geográficas. La amada es la música que evoca la lluvia de Dublín. En la poesía 29 París está triste por la muerte del poeta vanguardista Guillaume Apollinaire, creador del caligrama. En unos versos anteriores, el vate pide que se le dé, como al simbolista Arthur Rimbaud, la Belleza sobre las rodillas. También se compara a la amada con un verso del poeta checo Vladimir Hollan, “que habla del destello de la hierba”. Y en otra ocasión, se trata del recuerdo de los sueños de Scherezade.

Quizá Daniel Noya requiera trascender los límites del lenguaje convencional y las normas de los diccionarios. De ahí el hallazgo de nuevas formas verbales: “Estrelleo con tu sonrisa como la rama verde que lucea en ese árbol” (al igual que Frida Kahlo –pintora mexicana de obras con contenido indigenista, popular y autorretratos- inventara la expresión “Te cielo”).

De la lectura de La doble rendija se puede inferir la concepción poética del autor. Promete fidelidad a la poesía en la salud, pero no en la enfermedad, y amar los versos toda vida “hasta que la falta de inspiración nos separe”. En la composición 26 revela una importante lección del género: “Amar el horizonte/y/amor por el hombre/a pesar del hombre…”. Pero la creación poética también tiene limitaciones; de hecho, la persona amada es “en donde se calla la poesía”.

En otro conjunto de estrofas se advierte una caracterización de los poetas; desde los trazos y atributos más bien sencillos: al alba escriben sobre el amanecer y, cuando están enamorados, acerca del amor y las noches; hasta las cualidades más especiales y menos mundanas: “Porque tienen piel escriben con la piel/y arden sus ramajes/dejando una huella de polvo sobre la tierra”; a veces se les reviste, incluso, de rasgos casi visionarios: “Son ciegos los poetas/y videntes,/relámpagos, islas de luz que se reflejan/en las nubes”.

No cabe encajar al artista y amante en definiciones estrechas, ni en identidades a la manera de corsé. Así, el poeta podría ser un fósil, un barco, unos ojos o un perfume, pero es niebla, un aroma, unos labios y un espejo. Tampoco el autor tiene por qué –inspirándose en la memoria de la mujer querida (el balcón de su recuerdo o el olor de su cuerpo)- renunciar a los “pulmones para la felicidad”; lo contrario implicaría “dejarse humanamente devorar por la tristeza”.

Hay además, en La doble rendija,una visión personal sobre el paso del tiempo. De modo que la vida –tal como la  percibe el escritor, en uno de las poesías- es un sueño que dura un suspiro, un abrir y cerrar de ojos (las estrofas están precedidas por una imagen de In ictu oculi, cuadro del pintor barroco Juan de Valdés Leal). “Brindamos por la vida/pero son sirenas en la oscuridad”, afirma Daniel Noya Peña en otro de los versos.

Tal vez el amor se represente como ideal platónico, cuando el poeta encarna en un viajero que al fin “reposa entre las sábanas de las constelaciones”. Asimismo el autor deja espacio para la esperanza (en la que dejarse arrullar y dejar el corazón con sonido); y hay composiciones  de versos sobre el deseo, de resonancia bíblica (“sus ojos miraban el sabor de las serpientes”).

En 2012 Daniel Noya Peña publicó el poemario titulado Órdenes del corazón, editado dos años después por Dyskolo. La editorial presenta al autor como “lector incansable, mitófilo de la antigua Grecia, coherente con sus alumnos…”. Son rasgos que atraviesan la obra, en la que se incluyen poemas más extensos -con versos más largos y sin rima- que en el caso de La doble rendija. Se inicia Órdenes del corazón con la pregunta al oráculo sobre un arcano: el secreto de la sabiduría de los poetas; el intermediario levanta la mirada y “adivina la edad del sauce/a través del vuelo de unas aves”.

Pero además de preguntas, se revela alguna certeza. En el final de la existencia –representada en el hinduismo por el velo de Maya o ilusión de la realidad- el poeta descubre que sólo hay una cosa importante: “La vida que otra vez amanece”. En Lejos de África es el profesor quien aparece, con cuatro alumnos marroquíes en el aula. No han podido irse a la nieve de excursión y escuchan música en árabe: “La lluvia sigue cayendo silenciosamente/pero ninguno le prestamos atención/porque en este momento todos somos extranjeros y estamos de viaje”.

En el poema Invocación a un dios menor, Daniel Noya inserta personajes de la mitología griega como Sileno, Baco, Sémele o el rey Midas; rodeado de estos, comparte con el lector sus miedos: “Desaparecer en la oscura noche sin carne, sin besos, sin aire”. Y concluye que no sabe qué hacer sin un pequeño recuerdo que haga de rastro: “Y que me lleve suavemente de nuevo hacia el temblor de tu cuerpo”.