Los actos del primero de mayo de este año tuvieron como protagonista de primer orden a la nueva camada de activistas que viene encabezando las luchas más descollantes de los trabajadores ocupados, las que en su mayoría se dan por fuera del control burocrático, como se asientan en autoconvocatorias impulsadas por los propios trabajadores y […]
Los actos del primero de mayo de este año tuvieron como protagonista de primer orden a la nueva camada de activistas que viene encabezando las luchas más descollantes de los trabajadores ocupados, las que en su mayoría se dan por fuera del control burocrático, como se asientan en autoconvocatorias impulsadas por los propios trabajadores y a través de la consulta y participación en asambleas y plenarios. Así comienzan a articularse solidaridades efectivas como el paro de media hora de los trabajadores de subte en apoyo al personal de LAFSA, o las jornadas callejeras conjuntas de ocupados y desocupados. No se trata de algo ya desarrollado ni surgido de la noche a la mañana. Por el contrario, y entre los propios trabajadores de subte hubo muchas dudas y discusiones sobre el paro, dudas que recién se despejaron cuando una delegación de la línea aérea visitó los túneles e informó que el anuncio de la acción solidaria de subte había permitido la liberación de los compañeros detenidos durante la represión en Ezeiza.
Este es un progresivo aprendizaje para todos como testimonia el incipiente proceso de recomposición de los trabajadores que se está gestando y que algunos llaman la hora de los flacos, en contraposición a los gordos de la CGT que se desesperan para controlar y ofrecer un cóctel de maniobras como aumentos miserables, o agresiones y amenazas -como en subtes u Hospital Álvarez- para abortar las luchas.
Sin duda alguna, el actual proceso se viene amasando subterráneamente, como tuvo y tiene un componente fundamental de activistas pertenecientes a diversas organizaciones de izquierda y/o militantes que han pertenecido a las mismas, los que con distintos niveles de experiencia van transmitiendo a los trabajadores y nuevos activistas independientes las enseñanzas de otros períodos, impulsando políticas por fuera de los controles burocráticos, de coordinación entre los conflictos, de solidaridad, de funcionamiento a través de asambleas, etc., todo lo que aporta sustancialmente a la recomposición que se está dando. Y no poca tinta hemos gastado para hablar de la falta de este componente fundamental en la rebelión abierta en el 2001-2002, el cual finalmente ha hecho su entrada.
La izquierda como parte integrante del pueblo trabajador
La decisión unitaria de convocar a un acto el Primero en Plaza de Mayo enfrentó, sin embargo, dos concepciones de cómo deben intervenir las organizaciones de izquierda para fortalecer y desarrollar las nuevas coordinaciones surgidas al calor de la lucha. Los trabajadores de subte junto a Garrahan, Lafsa y otros propusieron que el contenido central del acto estuviera dado por los oradores de las más importantes expresiones del último período y de los movimientos de desocupados (incorporando también a Zanon y Ferroviarios) proponiendo que el acto girara alrededor de la lucha por el salario, del reclamo de $ 350 para los desocupados, por la legalización del trabajo hoy en negro, por la libertad de los presos políticos y contra el desprocesamiento a los luchadores, como de claro carácter antiburocrático y antiimperialista.
Esta postura que apoyó Cimientos y otras organizaciones, no sólo recuperaba -luego de largos años de ausencia de los trabajadores ocupados- el papel central que debían ocupar este Primero de Mayo, como considerábamos al propio acto una oportunidad para que el mismo se convirtiera en atracción para nuevas camadas de trabajadores que simpatizando con las luchas de Subterráneos, de Telefónicos, Garrahan u otros, buscan referencia para aprender a organizarse y luchar en sus lugares de trabajo.
Esta postura fue rechazada por las organizaciones mayoritarias de la izquierda con todo tipo de argumentos: «Que se pretendía borrar a la izquierda», «que iba a hacerse un acto sindicalista», «que era necesario que hablara la izquierda para darle contenido político al acto», «que había una campaña antipartidos», etc. etc., proponiendo finalmente que no hubiera oradores y que se leyera una declaración conjunta. «O lista infinita de oradores donde estuvieran absolutamente todos (ocupados, desocupados, e izquierda), o ninguno, y declaración única» fue la respuesta. Ante tamaña presión y desatino ya tristemente experimentado, prevaleció la unidad y se terminó aceptando (sin abdicar de las posturas) el acto con declaración única y sin oradores. Y si bien haber logrado un Primero de Mayo unitario es mejor que la diáspora y fragmentación de otros años, debemos preguntarnos si realmente logramos con ello la unidad. Y lo que es peor, si estos actos sirven en algo para convocar a los nuevos contingentes de trabajadores que se acercan a la lucha o los miles de desocupados que luego de largas horas de espera no escuchan siquiera las declaraciones testimoniales y kilométricas que poco y nada aportan a la lucha y/o a la reflexión.
Que el pico actual de las luchas (que seguramente tendrá idas y vueltas) tenga hoy como epicentro a los trabajadores ocupados exige, si se pretende contribuir a su desarrollo y fortalecimiento, un replanteo profundo del accionar de los partidos de izquierda, como de una reflexión que tome en cuenta que el proceso incipiente que estamos viviendo nada tiene que ver con la foma en que surgieron los movimientos de desocupados, los cuales fueron gestándose en su gran mayoría, al calor e impulso de los propios partidos, lo que por otra parte también ha contribuido a la dispersión aún cuando expresan reivindicaciones comunes.
Pero el importante surgimiento de nuevos delegados, juntas internas, asambleas, coordinaciones, corrientes sindicales, etc., exigen que las organizaciones de izquierda se pongan a disposición de impulsar este proceso desechando las peleas sustituistas y/o hegemonistas que tanto daño hicieron y hacen en las organizaciones que con mucho esfuerzo va construyendo la lucha popular. Los valiosos militantes de la izquierda, como cualquier otro integrante de los nuevos organismos que se dan los trabajadores, debemos tener la más plena libertad para expresar nuestras ideas y propuestas, a la par de asumir la responsabilidad de no provocar desconfianzas, alejamientos y rupturas que sólo ayudan a debilitarnos y a alejar de la lucha a valiosos activistas.
No está mal recordar a Marx cuando insiste una y otra vez en que «la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos». El, lejos de separar a la izquierda de los trabajadores, la consideraba parte indisoluble de ella.[1]
No hay dudas que los intereses comunes del movimiento real de los trabajadores pasan hoy por construir su propia unidad, para que las actuales luchas no se agoten sin perspectiva, fracturados entre los que están en blanco, los compañeros en negro, los contratados, los tercerizados, los millones de desempleados, así como los que están sindicalizados y los que no, los que van encontrando formas organizativas independientes de la burocracia y los que aún no, y para abrir camino a quienes van perdiendo las expectativas con el actual gobierno, y los que aún, conservando ilusiones, no esperan pasivamente sino que se disponen a organizarse y luchar por sus necesidades.
Por esa razón consideramos un paso muy positivo el acto realizado en Plaza Lorea previo al acto de Plaza de Mayo, y el que equivocadamente hoy es criticado desde sus periódicos por aquellas organizaciones de izquierda que se opusieron al acto central con oradores de las luchas en Plaza de Mayo. Ni fue divisionista porque se marchó luego a Plaza de Mayo, ni fue sindicalista. Tuvo la importancia y el calor de expresar en personas de carne y hueso el proceso que se inició. Y lo que es más importante, abre el camino a superar la actual dispersión, construyendo una corriente político-sindical que de manera amplia y sin sectarismos, pueda ir convirtiéndose en punto referencial y organizativo para el conjunto del pueblo trabajador. Y ello no implica bajo ningún punto de vista desechar o separar a la izquierda del proceso, sino de encontrar colectivamente formas, procedimientos y normas que permitan como en la década del 70 en las Coordinadoras fabriles o los famosos plenarios del Sitrac-Sitram que convocaban al conjunto de la vanguardia de los trabajadores, a expresarse y confrontar a través de sus referentes sindicales.
Necesitamos una unidad que ponga en el centro las actuales reivindicaciones que en esta etapa del capitalismo son profundamente políticas y a la que la experiencia de los compañeros y organizaciones de la izquierda podría aportar mucho, si escucharan sin broncas al delegado de subte que, cerrando el acto en Plaza Lorea, llamó a los partidos a que los dejen caminar, equivocarse y a aprender de los errores.
La política no es sólo ni propia de los partidos
Expresiones como la del compañero del subte son desoídas y retrucadas con acusaciones de «sindicalismo», librándose de revisar sus propias prácticas con el alegato que el rechazo a los partidos de izquierda estaría encubriendo una falta de comprensión de que la lucha es política. Pero están partiendo de un problema real para adjudicárselo a quienes no deben.
La separación entre lo político y lo sindical es un problema real entre los explotados por este sistema, porque, entre otras cuestiones, el capitalismo es el primer sistema donde aparecen separadas la vida social y económica de la política. Por ejemplo, históricamente, a los esclavos que lucharon con Espartaco a la cabeza o a los campesinos de la Edad Media, se les hacía claro que sus amos y el poder político eran una sola cosa. Roma en un caso, la nobleza y el clero en el otro. Pero en el capitalismo el poder político pareciera discurrir por una vía completamente diferente a la explotación que los trabajadores sufrimos día tras día. Incluso, en los días en que se conformó el actual sindicalismo peronista, el Estado y un sector empresario eran visualizados como aliados y/o protectores, lo cual perdura en amplias capas que se ilusionan con el gobierno K y se alegran de que Argentina exporte o tenga superávit, sin comprender que el desempleo y los bajos salarios estén íntimamente relacionados con este modelo económico con base en la agro-exportación, el pago de la deuda, el sometimiento al Fondo y el sostenimiento de todo el viejo personal político y sindical.
Pero se subestima a los trabajadores al creer que sólo el accionar partidario es el que aporta la verdadera conciencia política a los mismos. Néstor Etcheto, en un reportaje publicado en el anterior Nuevo Rumbo decía: «Hay mucha gente que tiene expectativas en Kirchner, pero en el subte no vas a encontrar demasiado de esos y no hay otra manera de explicarlo que por los conflictos, por el papel que ha jugado el gobierno nacional. También pasa con Ibarra. Para la sociedad Ibarra era un tipo progresista, que hacía recitales gratis, un tipo agradable, para nosotros era un hijo de puta porque habíamos vivido en carne propia la pelea por las seis horas. Yo creo que en ese sentido la lucha te va enseñando un montón de cosas que aparecen como veladas para el resto de la sociedad. No porque las tengas claras, sino porque la propia realidad te va demostrando que un tipo «progresista» manda a la policía a que te rompa la cabeza en la puerta de la Legislatura.»
Las luchas por sí solas no alcanzan para terminar con esta disociación entre lo político y lo económico o social, pero creer que sólo la adhesión a los programas de los actuales partidos de izquierda denota un avance en la conciencia de clase, lleva a sectarizar e intentar sustituir a los trabajadores y a sus organismos reales, a desatar una guerra fraticida y a cometer el error simétrico al que critican: hacer propaganda política abstracta en los actos, especialmente electoral, sobre todos los temas y a luchar por otra parte por las cuestiones mínimas.
Por el contrario, la pelea que están planteando los supuestos sindicalistas por un salario que alcance la canasta familiar de $ 1.700, contra todo trabajo precarizado, por las 6 hs. de trabajo para todos, por una dirección alternativa a la de la CGT y CTA, buscando en cada lucha tender puentes hacia el resto de la sociedad e incorporar la diversidad de situaciones y componentes hacia objetivos comunes, así como acciones como el acto de Plaza Lorea, son peleas profundamente políticas.
Las viejas organizaciones sindicales, si alguna vez defienden los intereses de sus afiliados, es sólo cuando coinciden con el interés de sus dirigentes y en ningún caso incorporan la defensa del conjunto de los trabajadores, no sólo por la corrupción de sus cúpulas, sino porque las transformaciones en el sistema capitalista, en el trabajo y en el rol del Estado las ha hecho obsoletas (aunque en ciertos casos, cuando no hay otra cosa para cortar, uno recurra a un cuchillo por más mellado que esté). Y esto plantea la necesidad política y social de la reorganización y/o recomposición de los trabajadores en toda su diversidad. Las nuevas ideas, valores, sentimientos, organizaciones y decisiones estratégicas que se ponen en juego en ésta, no saldrá de ninguna de las actuales organizaciones sino de la acción, la reflexión y el debate colectivo por hacer avanzar al movimiento real en su conjunto (compañeros de la izquierda incluidos), y a partir de los procesos reales. Este es el significado profundo del mensaje del compañero que cerró el acto en Plaza Lorea. Los próximos encuentros intersindicales deberán concebirse no como espacios de delimitación programática y/o pelea por cupos ilimitados que irónicamente dejan afuera a los nuevos trabajadores que se acercan, sino como ámbito en el que cada compañero sepa que encontrará un lugar en el que será escuchado y podrá fortalecerse junto a otros, para las peleas en curso y por venir.
[1] «Los comunistas no tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto». (Manifiesto Comunista).