La literatura de hoy pide una cierta condensación de actos voluntarios e involuntarios en el lenguaje, tanto sean los actos exteriores como interiores. Así, en «La expectativa», de Damián Tabarovsky, encontramos una ráfaga de la existencia de un individuo, ráfaga que podía haber emitido cualquier persona representativa del modelo de vida en que estamos sumergidos, […]
La literatura de hoy pide una cierta condensación de actos voluntarios e involuntarios en el lenguaje, tanto sean los actos exteriores como interiores. Así, en «La expectativa», de Damián Tabarovsky, encontramos una ráfaga de la existencia de un individuo, ráfaga que podía haber emitido cualquier persona representativa del modelo de vida en que estamos sumergidos, y en ella destaca el silencio y la reflexión voluntaria o involuntaria, y la dependencia del contexto. Habla y habla desde nuestra boca, con el pensamiento común, que sube la marea, subimos; que baja la marea, bajamos. Por el ombligo, que no es más que el punto de dependencia, el contexto le hace llegar corrientes, angustia o felicidad, que son emulsiones de las crisis o euforias del sistema. El protagonista ve como se mastica su función social, y ve cómo se produce una vida vacía, dependiente o sin voluntad. ¿Qué pasa si renuncia a los comportamientos inducidos? ¿a lo que se hace de forma general y de forma repetida? ¿si hace un esfuerzo y se pone en la realidad?, no en la virtualidad de la convención. ¿Y de noticias qué tal? El mundo exterior a su exterior, el internacional aún le parece más indominable, o a lo mejor si es dominable, porque la realidad exterior a su exterior es como venía a decir Michel Ende en uno de sus libros para chavales: cuando uno está lejos del gigante se le ve grande, y conforme uno se va acercando la sorpresa que nos llevamos es que se va haciendo más pequeño, y cuando estamos junto a él es …, puro efecto óptico.
Damián Tabarovsky en «La expectativa» hace que su personaje se interrogue también por el juego, el trabajo, la relación de pareja, que anuncia descarrilamiento cuando ella afirma: «Prefiero siempre el sonido de la gente manifestándose en la calle al silencio de los cementerios», y él en su pensamiento, y él en el silencio sigue en su cabeza y deshace engrudos filosóficos, y la repetición como símbolo en la política, repetición en la preparación de la llegada de Allende a Buenos Aires: el ruido como repetición, es de motores de helicópteros y aviones ¿qué querrá decir?; la repetición en todas las áreas, y cómo no en la literatura, y el protagonista la asocia a Kafka, y de kafka a Flaubert, y de Flaubert a Sade, el uso que hacen de ella, y la ironía, la ironía, darle la vuelta a las cosas, «el pensamiento liberado del pensamiento», el orden, el sentido común, se acaban ahí mismo. El protagonista va demoliendo figuras y se plantea que muchas veces lo que quiere es decir lo que le gustaría pensar sobre algo», «ir a donde nadie fue, hablar el idioma que nadie habló. Ser extranjero en mi propia lengua. Es de noche en todas partes, la noche más larga de la historia. Solo quise atrapar esa belleza que todavía no ha llegado al mundo».
¿Una novela de la desesperanza, del desasosiego?. Toda esa búsqueda, toda esa inquietud, toda esa añoranza, todo ese agobio, toda esa confusión, todo ese miedo, todo ese descubrimiento al mirar la vida que ha edificado y lo vacías que están sus manos, no dan como resultado desasosiego. ¿Y el camino por el que quería ir…?: el silencio y pensar, pensar antes de internarse más en la vida, dar pasos en otra dirección, aprender a pensar.
La novela de hoy, ésta novela, produce explosiones que nos destapan los oídos, no nos revientan los tímpanos, y deshace espejismos, no nos crean pantallas, con un lenguaje que retoma significados y retira imágenes convencionales que paralizan nuestras neuronas. El protagonista habla no para endulzarse el paladar sino para pensar y aprender, hace asociaciones, descubre significados, abre puertas y se asoma por ellas, al tiempo que se asoma a sí mismo, al tiempo que en su propio fondo se remueve produciéndose la voz propia, la voz que se dispone a habitarle el silencio, y le choca, la voz sin desgastes que le pone a pensar, que le hace aprender a pensar. Ágil, no ligera. Directa y provocadora. Tan pegada al ser social como al ser individual. Bien por Tabarovsky.
Título: La expectativa.
Autor: Damián tabarovsky.
Editorial: Caballo de Toya.