Nazanín Armanian y Martha Zein. Irán: La revolución constante. Flor del Viento. Barcelona. 2012
Todos sabemos que Irán gobiernan unos fundamentalistas religiosos, la mayoría de los que tenemos más de treinta años sabemos que antes había un dictador amigo de occidente, el Sha. Los que nos interesamos algo por la geopolítica también conocemos que antes del Sha gobernaba un primer ministro nacionalista que nacionalizó el petróleo, Mosaddeq. Pues bien, aún nos queda mucho más por saber de Irán. Este libro nos ayudará a ello.
Si la obra Todos los hombres del Sha , del periodista de The New York Times Stephen Kinzer , nos relataba de forma trepidante el primer golpe de la historia de la CIA, y el de Ryszard Kapuscinski El Sha o la desmesura del poder, los estertores de aquel régimen, este libro de Nazanín Armanian y Martha Zein nos muestra la historia de Irán desde el siglo XIX. Las autoras repasan la maldición que ha supuesto para Irán tener un subsuelo rico en petróleo, lo que ha convertido a ese país en objetivo codiciado de las grandes potencias, desde el Reino Unido a Rusia o Estados Unidos.
Esta es la historia de un pueblo que lleva más de un siglo combatiendo a los saqueadores de su riquezas y a los gobernantes títeres que esas potencias instalaban en el gobierno. Gobiernos que se dedicaban a cambios lampedusianos que dejaban el poder siempre en manos de los mismos intereses y a los ciudadanos igualmente pobres viendo como fluía el petróleo de su subsuelo sin que les llegara ningún beneficio: los gobernantes en sus palacios, «el clero en sus privilegiados asientos; las mujeres en el rincón y los disidentes en la cárcel o en el exilio». La connivencia occidental con los genocidas iraníes alcanzó su punto cumbre de cinismo con el encumbramiento del Sha y su «fascinante» esposa Farah Diba, como iconos de la prensa del corazón española. Este mismo mes la revista Hola anunciaba su presencia en Estocolmo con los reyes de Suecia en una entrega de premios de Arte y la presentaba como la antigua emperatriz de Irán «con un abrigo muy ornamentado con motivos iraníes y fabulosas joyas de oro».
Este libro tiene también un valor ético. Recupera para la memoria los nombres de luchadores sociales e intelectuales valientes que dedicaron su vida -y la mayoría la perdieron- enfrentándose a los genocidas y criminales que han ostentado el poder en Irán y a los países que les apoyaron.
Las autoras también dedican algunas páginas a las revueltas árabes del último año y lo que tuvieron en común con las revueltas de Irán: «el pueblo que protagoniza estas acciones parece olvidar que la clave no está en acabar con un régimen sino conseguir que el resultado sea un sistema democrático no diseñado por los intereses de siempre. (…) Que en el Gran Oriente Medio los pueblos se sigan sublevando para deshacerse de los dictadores e instalar una democracia política y económica (…) no tiene por qué ser una mala noticia. El asunto está en conseguir que los cambios ardan en su propio fuego revolucionario, se trata de impedir el verdadero despertar». Lo que ha estado sucediendo en los países de Oriente Medio es que, una vez más, como decía Samir Amin en ¿Primavera árabe? El mundo árabe en la larga duración, los pobres, al estar perseguida y masacrada la izquierda, se agarraron a la religión: «Malvivían en chabolas, aferrados a su fe religiosa, como el único amparo que les quedaba; pronto se convierten en el caldo de cultivo de la futura República Islámica. Se están gestando las condiciones para la aparición de un movimiento de protesta que, ante la ausencia de fuerzas progresistas, liderará el clero que se resistía a perder su cuota de poder tradicional con tibios pasos modernizadores del dictador».
Como ya hicieran en su anterior obra, Irak, Afganistán e Irán. 40 respuestas al conflicto en Oriente Próximo , las autoras recuerdan el entusiasmo con el que potencias como Francia, Alemania y Estados Unidos, con sus correspondientes multinacionales apoyaron el desarrollo nuclear iraní cuando gobernaba el Sha.
Otra información valiosa que nos revelan es el desmentido de que la revolución que encumbró a los islamistas al poder fuera mayoritariamente religiosa. En aquellas fechas, junto a los clérigos, la calle fue tomada por obreros, estudiantes, intelectuales y miles de iraníes de izquierda, muchos de ellos comunistas que sufrían la persecución y la tortura, con el objetivo de derrocar al Sha. Sin embargo fueron los religiosos, escudados en sus mezquitas, quienes resultaban más invulnerables a la represión del régimen y quienes terminaron tomando el poder con el liderazgo de un Jomeini que se encontraba cómodamente instalado -y protegido- en París: «Desde su sillón europeo, Jomeini supo sacar provecho de su aureola de exiliado y perseguido, además de mostrarse como un venerable y bondadoso anciano, una suma que le ayudaría a presentarse como líder indiscutible de una revolución que otros hacían en Irán». El problema es que también la izquierda iraní creía que podría influir sobre el «bondadoso anciano» y recuperar las libertades y la justicia social para el país. «El ayatolá Jomeini aseguraba, desde París, que respetaría las libertades políticas, incluyendo la del partido comunista (entrevista con Eric Rouleau de Le Monde) e incluso los derechos conquistados por las mujeres en la era del Sha (entrevista con Oriana Fallaci para el Corriere della Sera), y específicamente que no envolvería a las mujeres en el chador ni que les aplicaría las leyes de hacía 14 siglos». No imaginaban que «aquella revolución no recorrería el camino esperado sino que desembocaría en una inaudita teocracia gestionada por el clérigo y los militares». La izquierda iraní olvidaba que «el odio hacia ‘el comunismo que es el ateísmo’ había sido el lazo de unión entre las fuerzas religiosas y las potencias colonialistas e imperialistas (igual que el nacional-catolicismo de Franco) o que en el Islam un obrero y un banquero, cuya propiedad es sagrada, puedan rezar al mismo Dios sin problema».
Las autoras aplican esa lección a lo que está sucediendo hoy en Oriente Medio. «Quizás aquellos hechos iluminen hoy la postura de los Hermanos Musulmanes durante las revueltas egipcias: desde su ausencia los primeros días a su posterior presencia discreta, el hecho que afirmaran que ni siquiera iban a participar en las próximas elecciones para luego monopolizar la escena política y al final, tras la caída de Mubarak, proponer un estado islámico». Cuando los Estados Unidos ven que el Sha cae y que los militares no pueden ser la opción alternativa terminan apoyando a Jomeini. «Su objetivo es dejar claro que para contar con el apoyo de Washington Jomeini debe aceptar, sin condiciones, la política anticomunista de EE.UU.». Y tanto que la aceptó, los comunistas que no pudieron salir a tiempo del país terminaron en la horca. Era la política de apoyo a las religiones para enfrentar al comunismo que tan buen resultado daría en Polonia, Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán… Y ahora en Egipto, Libia, Iraq… «En sus memorias, editadas en 1982, Jimmy Carter, revelará que entre todos [Francia, Gran Bretaña, Alemania y EEUU reunidos en 1979 en la isla de Guadalupe] planearon respaldar discretamente a las fuerzas religiosas del país considerando que su islamismo estaba relacionado con el anticomunismo y esto les convertiría en sus aliados naturales en la batalla contra la Unión Soviética». Como señalan las autoras, «los cronistas internacionales hablan de la primavera iraní. ¿A alguien le suena?»