Recomiendo:
0

Reseña de “Política, cultura y movimientos sociales” de Jesús Casquette

Aproximaciones teóricas a la Acción colectiva

Fuentes: Rebelión

Habiendo transcurrido prácticamente dos décadas de la publicación de «Política, cultura y movimientos sociales» (Ed. Bakeaz), la obra de Jesús Casquette sigue siendo una síntesis imprescindible de los paradigmas teóricos referidos a la acción colectiva surgida a partir de la década de los sesenta. La emergencia de una nueva lucha social organizada a partir de […]

Habiendo transcurrido prácticamente dos décadas de la publicación de «Política, cultura y movimientos sociales» (Ed. Bakeaz), la obra de Jesús Casquette sigue siendo una síntesis imprescindible de los paradigmas teóricos referidos a la acción colectiva surgida a partir de la década de los sesenta. La emergencia de una nueva lucha social organizada a partir de vectores antes culturales que económicos ha sido sustancialmente tratada mediante el estudio de amplia envergadura intelectual que nos proponemos reseñar en los siguientes párrafos. Aunque éstos no repitan la estructura trazada por la obra de Casquette, sí tienen el propósito de aceptar su invitación a seguir las lógicas presentes en los códigos de acción, las pautas de comportamiento y las formas de organización de los movimientos sociales.

Marco conceptual

Aunque son numerosas las definiciones de «movimiento social» propuestas, se podría decir que la mayor parte de las mismas convergen en que el rasgo principal de un movimiento social es «su voluntad decidida por intervenir en el proceso de cambio social». A partir de semejante consideración, Casquette acaba por completar la definición de movimiento social al concebirlo como «una red interactiva de individuos, grupos y organizaciones que, dirigiendo sus demandas a la sociedad civil y a las autoridades, interviene con cierta continuidad en el proceso de cambio social mediante el uso prevaleciente de formas no convencionales de participación».

A grandes rasgos, podemos distinguir entre «movimientos sociopolíticos», cuya acción instrumental busca transformar las estructuras de poder acometiendo directamente sobre el proceso de cambio social, y «movimientos socioculturales», cuya acción expresiva pretende transformar la cultura popular acometiendo indirectamente sobre el proceso de cambio social. Asimismo, los movimientos sociales pueden ser considerados «estratégicos» o enfocados a la «identidad», siendo que ambos pueden generar «Impactos externos» (procedimentales, sustantivos, estructurales, sensibilizadores y culturales) e «impactos internos» (de identidad y organizativos). Todos los movimientos sociales acarrean «efectos intencionados» y «no intencionados» en su medio social, político y cultural, aun cuando una amplia movilización no necesariamente comporte la consecución de sus objetivos.

Algunos modelos teóricos apuestan por un «individualismo metodológico» que percibe la acción colectiva como resultado de la «agregación de decisiones individuales» cuya «interacción estratégica» resulta razonada a partir de «cálculos de costes y beneficios». Sin embargo, este enfoque (al que se le escapan numerosas conductas basadas en el «altruismo», la obtención de «bienes públicos» o la ausencia de «incentivos selectivos») descuida que los individuos se hallan inmersos en una «matriz social» que condiciona sus «actitudes y preferencias». Por lo que resulta necesario contextualizar en la urdimbre social las «palancas movilizatorias» a las que atribuir la adopción de un determinado «curso de acción». Habida cuenta de la inserción de los individuos en «grupos y redes sociales» depositarios de un entramado de elementos simbólicos (ideas, valores, identidades, vínculos emocionales, etc.), para Casquette no podemos más que pensar en una «racionalidad colectiva» que no sea egoísta ni estrictamente instrumental.

Los enfoques clásicos

Son aquellos en los que la conformación de un movimiento social puede ser rastreada por medio de una secuencia causal que por origen tiene una «tensión estructural subyacente a una sociedad en crisis» que «perturba el equilibrio psicológico» de unos individuos previamente aislados. Los distintos enfoques clásicos (enfoque del comportamiento colectivo, de la sociedad de masas y de la privación relativa) son parte de la escuela irracionalista, según la cual el comportamiento de masas es interpretado a partir de impulsos psicosociales que son disonantes con respecto al comportamiento coherente y cotidiano de los individuos. La movilización de los individuos no sería más que la respuesta al descontento o a la frustración derivados de la desestabilización del orden social.

Ahora bien, estos enfoques se revelan inadecuados para tomarle el pulso a los movimientos surgidos de la «nueva izquierda» por cuanto son incapaces de percibir la racionalidad existente en la identificación de objetivos y la elaboración de estrategias relativas a las formas de acción colectiva que emergieron en los sistemas políticos democráticos y estables de las sociedades industriales desarrolladas.

Teoría de la movilización de recursos (TMR)

La TMR analiza los movimientos sociales como la expresión de un colectivo inserto en un conflicto de intereses por desarrollar un proceso de organización y acopio de recursos para la acción a fin de obtener beneficios materiales o reconocimiento político. Según esta teoría, la aparición de un movimiento ya no procedería de una situación de desarreglo o anomia social (movimientos de crisis), pues, por el contrario, sería imprescindible la abundancia de recursos y energías (movimientos de opulencia); suscitando que los motivos de protesta que originan la acción sean antes «blandos» (sutiles y prolongados) que «duros» (súbitos y ostensibles).

A partir de criterios de materialidad y mensurabilidad, Casquette elabora una «taxonomía de los recursos» que permite clasificarlos según la siguiente tipología: «recursos materiales» (dinero, infraestructura), «recursos inmateriales y mensurables» (tiempo, organización, contactos, protesta), y «recursos inmateriales y no mensurables» (marcos de referencia, ideología, memoria, símbolos, conocimiento). De igual manera, los colectivos organizados necesitan reclutar «recursos humanos» para captar y gestionar los demás recursos en una lógica de militancia activa.

Al no ser una teoría homogénea, es posible distinguir dos enfoques distintos en los planteamientos relativos a la movilización de recursos: organizativo y político.

Aquellos autores que enfatizan un enfoque organizativo coinciden en analizar la acción colectiva atendiendo a sus «orientaciones ideológicas, organizativas y/o estratégicas». De resultas a semejante deconstrucción, reconocen cinco instancias organizativas distintas: movimiento social, contramovimiento, organización de un movimiento social, industria de movimiento social y, por último, sector de movimientos sociales. Un movimiento social y un grupo de presión se diferencian en las formas de acción, los recursos y los rasgos organizativos.

Por su parte, el enfoque del proceso político considera que el contexto político resulta un factor crucial en la pugna por la distribución de poder entre movimientos y autoridades. De este modo, la acción colectiva desprovista de resortes estatales se encontraría incentivada por una «estructura de oportunidad política» que decantase la correlación de fuerzas a su favor. Por tal motivo, resulta conveniente diferenciar un «sistema político abierto» de un «sistema político cerrado» en la medida que uno «proporciona acceso formal a las estructuras de toma de decisiones», mientras que el otro se muestra «refractario a las demandas generadas en la sociedad civil».

La fortaleza o debilidad de las instancias estatales con respecto a las reivindicaciones procedentes de la sociedad civil dependerá tanto de factores estructurales (centralización institucional y administrativa, concentración del poder estatal, mecanismos de participación ciudadana) como de aspectos coyunturales (comicios electorales, alteraciones en las coaliciones de gobierno, aliados influyentes, ejes de conflicto). Los Estados fuertes propician «estrategias de confrontación» por parte de los movimientos sociales, mientras que los débiles favorecen la adopción de «estrategias asimilativas» en que las demandas son efectuadas por medio de cauces formales y medios convencionales de participación.

A razón de una mirada histórica advertimos que los movimientos sociales plantean sus reivindicaciones a partir de «repertorios de acción» que se modifican en función de las circunstancias y las actitudes de los demás actores involucrados en la confrontación. Consideración ésta que nos facilita «reconocer el carácter dialéctico entre estructura y acción». Por regla general, tanto mayor es el desafío que un movimiento social plantea al orden establecido cuanto que menor resulta la estructura de oportunidad política que dispone. Únicamente una ampliación dilatada de la estructura de oportunidad política permite el surgimiento de un «ciclo de protesta» que propague e intensifique la movilización, y favorezca la innovación en las formas de acción.

Nuevos Movimientos Sociales (NMS)

Para la corriente teórica de los NMS, las transformaciones socioestructurales en las sociedades occidentales son las causantes de la emergencia de nuevas formas de acción colectiva. Según esta interpretación, los movimientos sociales surgidos a partir de los sesenta, cuya base social se situaría principalmente en las clases medias de amplia movilización cognitiva, serían una respuesta a la disolución de las identidades sociales como corolario de una modernidad desbocada. Por lo que nos situamos ante una constelación de movimientos sociales (ecologista, estudiantil, feminista, pacifista, en defensa de los derechos civiles de las minorías, etc.), surgida de las contradicciones propias de la sociedad postindustrial, y caracterizada por su oposición a la misma desde una matriz cultural.

Al propugnar la democracia participativa y rechazar cualquier autoridad burocrática, los NMS se muestran próximos al autonomismo libertario partidario de una política prefigurativa (acción directa y ética de la acción) construida desde una cotidianidad postmaterialista. No obstante, si bien estos movimientos presentan «valores» y «orientaciones ideológicas» similares, aspectos relativos a la «estructura organizativa» y las «formas de acción» pueden ser ampliamente variados. Por tal motivo los NMS cuentan con un repertorio de acción que yuxtapone formas «convencionales» (sufragio electoral, campañas de concienciación) y «no convencionales» (manifestaciones, desobediencia civil, violencia política) de participación política.

Para Alain Touraine, los movimientos sociales son dinamizadores de la historicidad que subyace a cualquier sistema social, otorgándole una dirección que resulta imposible de anticipar. Su acción se fundamenta en los principios de «identidad», «oposición» y «totalidad», siendo que esta última noción describe la pugna que se da entre el actor social y su oponente institucional. Por su parte, Alberto Melucci subraya la intervención de los movimientos sociales en el plano cultural en tanto que expresión de una experiencia autorreferencial productora de «marcos de significado alternativos» que operan a nivel molecular. De ahí se sigue que, de no mostrarse «visible», la acción colectiva actúe de modo «latente»: configurando redes sociales que recorren «áreas de movimiento» integradas de manera dispersa y fragmentada en la vida cotidiana. A la postre, la superación del espacio institucional comporta que un movimiento social sea «pre-político» y «meta-político» de forma simultánea.

Una comparación: la TMR ante la perspectiva de los NMS

Diremos para empezar que la TMR considera que los movimientos sociales participan de «conflictos de intereses», mientras que la perspectiva de los NMS los piensa como portadores de «conflictos de valores». Se trata de un contraste que respondería a la tipología conflictiva de mayor relevancia en la región de la que proceden cada una de estas ópticas epistemológicas: la experiencia norteamericana se mostraría con mayor acuidad desde la TMR, mientras que el posicionamiento de los NMS sería el apropiado para explicar la realidad europea. Al no sentirse parte del mismo marco consensual que legitima la institucionalidad, los movimientos sociales estudiados por el planteamiento de los NMS son capaces de impugnar la plenitud de un sistema social; por el contrario, para el enfoque de la TMR, los movimientos no presentan incompatibilidad con los fundamentos sobre los que se levanta la sociedad.

Que un movimiento social plantee un «desafío sustancial» o un «desafío superficial» al poder establecido dependerá de su «ideología, objetivos y programa», marcadamente condicionados por los rasgos sociales, políticos y culturales del lugar en que opera.

Igualmente, no debiéramos obviar que para la TMR las posibilidades de un movimiento social dependen de «los recursos disponibles, las pautas organizativas y las oportunidades para la acción colectiva», por lo que su idiosincrasia «organizativa» contrasta con el presupuesto «estructural» de los NMS. Advertimos así que la TMR resulta idónea para analizar el «cómo» de los movimientos sociales, al tiempo que los postulados ofrecidos por los NMS inciden significativamente sobre el «por qué» de los mismos. A ello se debe que el carácter microsociológico de la TMR favorezca la realización de investigaciones empíricas, mientras que el énfasis macrosociológico de la perspectiva de los NMS redunde en estudios cuya base teórica es mayor. Aquello último por indicar es que, si bien la TMR resulta un paradigma de análisis atemporal, la dimensión histórica del objeto de estudio de los NMS comporta que su aparejo conceptual esté imbricado a un determinado orden social.

Conclusiones

En resumidas cuentas, «Política, cultura y movimientos sociales» supone una investigación tan amplia como rigurosa de la teoría movimentista expresada por las dos corrientes que en mayor medida dan cuenta de la aparición de un nuevo ciclo de movimientos sociales en las últimas décadas del pasado siglo: la Teoría de la movilización de recursos (TMR) y la perspectiva de los Nuevos movimientos sociales (NMS). Estas corrientes epistemológicas asientan las bases para el estudio de los movimientos sociales desde una disciplina académica que dispone de sus propios instrumentos analíticos, posibilitando que la producción teórica y la investigación empírica de los fenómenos colectivos adquiera autonomía con respecto a aquellas otras áreas de estudio que tradicionalmente se han ocupado de pensar los actores colectivos de base social. Para acabar no puedo privarme de comentar que la obra no deja de acentuar la importancia de percibir la interacción entre los diferentes niveles de un sistema sociopolítico (Estado, sociedad civil y movimientos sociales) si aquello que se quiere es comprender la «emergencia, dinámica y características» de la acción colectiva contemporánea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.