Desde hace décadas se sabe que la migración indocumentada de mexicanos hacia EU no es un problema de México sino de la Unión Americana. Y también durante decenios Washington ha procurado de diversos modos obligar al gobierno mexicano a frenar ese centenario éxodo. Los gobiernos mexicanos de la época neoliberal, a veces a regañadientes y […]
Desde hace décadas se sabe que la migración indocumentada de mexicanos hacia EU no es un problema de México sino de la Unión Americana. Y también durante decenios Washington ha procurado de diversos modos obligar al gobierno mexicano a frenar ese centenario éxodo.
Los gobiernos mexicanos de la época neoliberal, a veces a regañadientes y a veces con resignación, aceptaron la orden del imperio. Había que reprimir el flujo migratorio en suelo azteca. Y así se hizo sin mayores resultados y con un muy grande costo en desprestigio nacional e internacional.
De modo que, irremediablemente, el gobierno yanqui tomó la tarea en sus propias manos intentando de todo: convenios bilaterales de trabajadores temporales (los muy célebres programas braceros); el endurecimiento de los requisitos de tránsito; el aumento de las dificultades, físicas y legales, para el cruce fronterizo; el incremento de las deportaciones individuales y masivas; y finalmente la estigmatización y criminalización de los migrantes.
Esta política de obstáculos logró atemperar el flujo de trabajadores mexicanos. Pero de pronto apareció un nuevo fenómeno: una importante corriente migratoria formada por personas de diferentes regiones del orbe. Una fuerza indocumentada imparable y que por vía terrestre se dirige y llega a la frontera entre México y EU buscando de cualquier modo su ingreso a suelo yanqui.
Valiéndose de los métodos más crueles, incluso algunos que recuerdan los modos nazis, la Casa Blanca ha intentado frenar esa corriente. Pero el fracaso más absoluto ha sido el único resultado. Y ahora Trump pretende obligar al gobierno mexicano a detener el flujo mediante la amenaza de un inminente establecimiento de aranceles a las exportaciones mexicanas a EU.
Se trata simplemente de otro ex abrupto trumpiano. De un nuevo paso en falso y sin futuro que no tardará mucho, como casi todas las iniciativas del presidente yanqui, en ser revertida.
Y esto será así por dos razones. La primera es que México no está en posibilidades de frenar las corrientes migratorias hacia EU. Es una tarea imposible y una condición absurda. La segunda razón es que esos aranceles perjudicarían casi por igual a los dos lados de la frontera. Acá, daño a los exportadores; y allá perjuicio para los consumidores de productos mexicanos.
Por lo pronto, y pase lo que pase, Trump habrá logrado su verdadero propósito: granjearse la voluntad y simpatía de su base electoral formada mayoritariamente por antiinmigrantes. Eso es todo.
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