El triunfo contundente del ultraderechista Javier Gerardo Milei, incluso con un margen superior al previsto, en la elección presidencial argentina suscitó, como es normal, una diversidad de reacciones en los medios políticos y periodísticos del mundo. México no fue, desde luego, la excepción, y en los días recientes hemos visto en la prensa y redes sociales opiniones y análisis de lo ocurrido en el país austral y su impacto en nuestra América y el mundo.
En nuestro país, el propio presidente López Obrador, en su propensión a opinar de todos los temas, más allá de la diplomacia, no había ocultado su preferencia y apoyo político (se ha hablado también de asesoría y hasta de dinero) al candidato oficialista Sergio Massa, y durante la semana previa al balotaje decisivo se refirió al economista hoy triunfante como un “facho ultraconservador”; y después de la elección del domingo 19 declaró que el pueblo argentino se metió “un autogol”. También ha manifestado que a los rioplatenses “no les va a ayudar” su elección y que a él, al mandatario mexicano, no le interesa tener personal relación con el recién electo Milei.
La sobria y diplomática declaración de la Secretaría de Relaciones Exteriores celebrando el proceso participativo y pacífico de la elección argentina no contribuirá, así, a mejorar lo que se anuncia como una relación distante y cargada de tensiones entre México y el nuevo gobierno argentino.
Pero, en el otro polo político, y desde luego con la impronta de la contienda electoral ya en curso, menudearon desde la derecha las expresiones de júbilo y celebración por el resultado de los comicios en la patria de San Martín. El siempre desaforado ex presidente Vicente Fox, en varios tuits no dejó de manifestar su alborozo por el ascenso de lo que llama “democracia liberal”. Lo mismo hicieron Claudio X. González, Ricardo Salinas Pliego y Fernando Belaunzarán, entre otros representantes y voceros del Frente Amplio por México.
La candidata Xóchitl Gálvez tuiteó “¡En Latinoamérica soplan vientos para mejorar nuestros países! El pueblo argentino le puso un alto al mal gobierno y los malos resultados. Mi reconocimiento por esta histórica jornada electoral. Felicitaciones al Presidente electo Javier Milei”, y hasta descorchó una botella de champaña para celebrar, aunque más tarde, quizá con mejor asesoría, puso distancia del desquiciado ultraderechista y declaró no ser de extrema derecha sino “una mujer de libertades”.
Más mesurado, Felipe Calderón externó que la ocasión “merece felicitar a todos”, a Milei por su triunfo y también al candidato perdedor Sergio Massa por haberlo reconocido, y señaló que “Argentina refrendó su talante democrático”, agregando que “México es un país que está dejando de serlo”. Concluyó que “a pesar de profundas diferencias, [Milei] era una forma viable de derrotar al régimen que destrozó en poco más de una década la economía”.
La notoria excepción fue Javier Lozano, ex secretario de Trabajo y Previsión Social de Calderón, quien criticó la elección de Milei con un ácido tuit: “¿De veras que esta mierda es lo que celebran en Argentina (y algunos trasnochados aquí en México)? No, no va por aquí. El populismo es un desastre, sea de derecha o de izquierda. Nada que festejar”.
Es claro que la victoria del postulado por la coalición La Libertad Avanza es, como siempre ocurre en elecciones de segunda vuelta, el resultado de factores disímiles que se conjuntan en un objetivo común, en este caso de cambio. La crisis económica argentina actual tiene pocos procedentes. El país padece una inflación superior al 140 % anual, y la pobreza se eleva al 40 % de la población. Casi el 10 % se ubica ya en pobreza extrema, algo poco usual en la historia de ese país. El peso carece ya de todo valor y el estancamiento y desempleo dominan la economía. A ello se suman las denuncias de corrupción de funcionarios del gobierno justicialista de Alberto Fernández, no investigadas o toleradas. Es significativo que los protagonistas centrales hayan sido el ex ministro de Economía de Fernández y un economista neoliberal como Milei. La oposición, especialmente la alianza Juntos por el Cambio, que en la primera vuelta quedó en tercer lugar con su candidata Patricia Bullrich, cerró filas con Milei y le dio el respaldo necesario para sellar el triunfo definitivo, a pesar de que en la primera instancia el oficialismo de Massa había llevado la delantera por cinco puntos sobre el tercer lugar.
Están en lo justo López Obrador y todos quienes han hecho la crítica a Milei por sus posiciones ultraconservadoras. El hoy inminente gobernante, seguidor de Donald Trump, Jair Bolsonaro y otros políticos extremistas de la fe neoliberal, se propone eliminar la moneda nacional y sustituirla por el dólar estadounidense; eliminar el banco central; suprimir o fusionar 10 de los 18 ministerios del gabinete presidencial, entre ellos los de Educación Cultura, el de las Mujeres, Desarrollo Social, Salud, dando muestras de la prácticamente nula importancia que concede a esas áreas de atención a la población. Plantea reducir las relaciones con China —actualmente el primer socio comercial de la nación— y reorientarlas hacia los Estados Unidos e Israel, países a los que hará un “viaje espiritual” antes de asumir el cargo. Sus colaboradores niegan o aprueban la represión ejercida por la pasada dictadura militar argentina de 1976-1983, con sus miles de asesinato y desapariciones de civiles. Proyecta también anular la despenalización del aborto y, en el extremo, sustituir la responsabilidad estatal sobre la educación entregando a los padres “cheques educativos” para que ellos paguen los colegios donde elijan enviar a sus hijos (algo no muy distinto de lo que realizó López Obrador al terminar con el programa de estancias infantiles).
Parte central de sus promesas es la privatización de todo lo que privatizable sea: hospitales, escuelas, parques nacionales, la televisión y la radio nacionales, la agencia oficial de noticias y, desde luego la empresa estatal Yacimientos Petrolífieros Fiscales. “Todo lo que pueda estar en las manos del sector privado, va a estar en las manos del sector privado”, ha proclamado. El magnate mexicano Carlos Slim, por cierto, ya se apuntó para adquirir Arsat, la empresa de satélites de telecomunicaciones de la Argentina.
Católico en proceso de conversión al judaísmo, Milei ha criticado a su compatriota el papa Francisco, a quien se ha referido como “hijo de puta”, “enviado del maligno en la Tierra” e “imbécil”, aunque después de su elección recibió la llamada telefónica de felicitación del pontífice y, reconciliador, hasta lo invitó a visitar la Argentina el año próximo.
El entusiasmo de los conservadores mexicanos y de muchos otros países por Milei es de llamar la atención. Aquí se oponen y denuncian el populismo de AMLO, y aplauden a este populista bonaerense que da muestras de padecer trastornos mentales pronunciados. Critican al mandatario mexicano su autoritarismo, sin reparar en el mismo mal, exacerbado, que amenaza a la democracia argentina. ¿Hasta qué punto comparten el programa de reformas propuesto por el personaje mechudo y lo consideran un triunfo de carácter popular? Más que producto de la razón, en el arrebato mileyista de la derecha opositora se puede reconocer la polarización política e ideológica, que se ha venido a agregar a la intacta polarización social, y que ahora se potencia en la coyuntura electoral.
En realidad, el programa radical ultraneoliberal de Javier Milei no parece tener amplias posibilidades de éxito. El voto de censura de los argentinos al gobierno de origen peronista de Fernández no alcanzó para arroparlo de respaldo parlamentario. La coalición de quien engañosamente se autodenomina “anarcocapitalista” y “libertario” sólo pudo ganar 38 de 257 diputaciones y ocho senadores de 72 que integran el congreso argentino. Seguramente encontrarán ahí fuerzas aliadas, pero está por verse si serán suficientes para alcanzar las mayorías necesarias para impulsar su escalofriante proyecto de privatización absoluta y regresión a los derechos sociales.
En México, empero, no resulta tan claro un avance de la ultraderecha en el próximo proceso electoral. Lo más similar al mileyismo es la fallida candidatura del actor y productor cinematográfico Eduardo Verástegui, quien sólo logró reunir el 6.2 por ciento de las firmas ciudadanas que requería para registrarse como ciudadano independiente. Aun así, ha trascendido que el mexicano asistirá como invitado a la toma de posesión del desbocado nuevo gobernante en Buenos Aires. Habrá que ver si también lo hacen los representantes del PAN.
La derecha extremista existe en México, no hay duda. Pero las condiciones de este país son, en lo económico muy diferentes a la desesperación. Pese a todos sus errores e inconsecuencias, el oficialismo lopezobradorista mantiene altos niveles de aprobación que le mantiene la ventaja en los próximos comicios. Los indicadores macroeconómicos muestran saldos positivos en crecimiento, fortaleza de la moneda, reservas internacionales, inversión y control de la inflación, alejando al país de los niveles de zozobra en que ha vivido en los años recientes la nación argentina. A la oposición de derecha mexicana no parece que le soplen, por ahora, los vientos que celebró Xóchitl Gálvez. A lo sumo, el bloque opositor podrá aspirar a impedir que el proyecto de continuismo del lopezobradorismo para 2024 obtenga la mayoría calificada en el congreso que necesita para sus ambicionadas reformas constitucionales al Poder Judicial, la Guardia Nacional y otras.
Pero faltan aún varios meses de campaña para medir realmente los alcances de las coaligadas derechas mexicanas en el terreno electoral, que poder económico ya tienen y conservan en abundancia.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH.
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