El nuevo libro del uruguayo Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones: América Latina en movimiento, publicado en México por las editoriales Bajo Tierra y Sísifo, resulta muy oportuno para el debate político e ideológico abierto por la Otra Campaña en el 2006. También da continuidad a las investigaciones sobre los procesos autonómicos de los pueblos indígenas […]
El nuevo libro del uruguayo Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones: América Latina en movimiento, publicado en México por las editoriales Bajo Tierra y Sísifo, resulta muy oportuno para el debate político e ideológico abierto por la Otra Campaña en el 2006. También da continuidad a las investigaciones sobre los procesos autonómicos de los pueblos indígenas en América Latina y sus implicaciones en los movimientos sociales de diversa naturaleza, rurales y urbanos, signados por su vocación a la autonomía fuera, al margen, o a pesar del mercado, el Estado, los partidos políticos, las iglesias y otros actores externos.
Zibechi extiende el concepto de autonomía al mundo no indígena y enfrenta el inmenso reto de analizar el significado de esos movimientos sociales «portadores de otros mundos», que trascienden en contrapoderes de abajo y, en suma, brinda a los lectores uno de los panoramas analíticos más desafiantes –fundados en una amplia experiencia empírica– de la intelectualidad crítica latinoamericana.
Los trabajos reunidos, sin embargo, no tienen el sello de la respetabilidad de la academia, que acumula, como el capital, prestigios y regodeos que otorga el poder para adormecerla y dulcificarla; más bien, como Zibechí advierte, son el resultado de años dedicados a recorrer «espacios y territorios donde habitantes del sótano de nuestro continente intentan convertir sus modos de subsistencia en alternativas al capitalismo y al colonialismo.»
El libro, por tanto, esta destinado a estudiar las «micro políticas» de los de abajo, «las prácticas ordinarias de hombres y mujeres comunes» que van construyendo luchas emancipadoras de nuevo signo bajo el planteamiento contundente del autor de que: «si la revolución como práctica emancipatoria es posible, si tiene algún asidero, brota irremediablemente de y en la vida cotidiana de los de abajo. Es allí, en esa supuesta grisura de la cotidianidad, donde debemos descubrir las potencias que encarnan esas prácticas que las izquierdas del sistema desprecian y los de arriba pretenden cooptar»
Dentro de esas prácticas, Zibechi otorga al zapatismo un lugar especial, ya que de las realidades que él conoce de América Latina, la experiencia zapatista «representa la más completa ruptura con las viejas formas de hacer política, y porque han sido capaces de crear una porción sustancial del mundo nuevo.»
Zibechi profundiza a lo largo del libro -de manera amplia, fundada y responsable- un tema de recurrente actualidad y que ocasiona candentes polémicas: el papel que están jugando los gobiernos auto considerados progresistas y de izquierda en la lucha por la emancipación. Incluso advierte –para esta edición de su trabajo en nuestro país– de que «es éste un debate que divide aguas y genera hondas diferencias, a menudo insalvables. Pero sé también que no es escondiendo las diferencias que podemos avanzar»
Siendo testigos del significado real de los gobiernos estatales, municipales y delegacionales del Partido de la Revolución Democrática en México, de su franco deterioro ético y político, y de su separación irreversible de los movimientos sociales, y conociendo los casos del Partido de los Trabajadores en Brasil y del Frente Amplio en el Uruguay, no debe extrañar la siguiente afirmación de Zibechi: «Están naciendo nuevas formas de dominación, enmascaradas bajo un discurso progresista y hasta de izquierda. Siento que es necesario mostrarlas, exponerlas a la luz para contribuir a neutralizarlas y, sobre todo, para evitar que consigan su objetivo mayor: la demolición de los movimientos sociales desde dentro, de un modo mucho más sutil que el represivo pero, por lo mismo, más profundo y duradero».
Se identifican las tendencias y los desafíos de los movimientos sociales latinoamericanos, mismos que son las respuestas al terremoto social que provocó el capitalismo neoliberal que trastocó la vida, formas productivas y reproductivas, territoriales y simbólicas de los sectores populares. Se produce un «mestizaje» entre tres grandes corrientes político-sociales que conforman el armazón ético y cultural de los grandes movimientos: las comunidades eclesiales de base de la Teología de la Liberación, la insurgencia indígena portadora de una cosmovisión distinta a la Occidental y el guevarismo inspirador de la militancia revolucionaria.
Los nuevos movimientos sociales se manifiestan de forma diferente a la acción social anterior a los años setenta, que perseguía el acceso al Estado para modificar las relaciones de propiedad, y ese objetivo justificaba las formas Estadocéntricas de organización, asentadas en el centralismo, la división entre dirigentes y dirigidos y la disposición piramidal.
Las características comunes de esos movimientos son: su territorialización, «o sea su arraigo en espacios físicos recuperados o conquistados a través de largas luchas, abiertas o subterráneas». La búsqueda de la autonomía tanto de los Estados como de los partidos políticos, asegurando su subsistencia; construyendo su autonomía material y simbólica. La revaloración de la cultura y la afirmación de identidades de pueblos y sectores sociales. La capacidad para formar sus propios intelectuales. El papel crucial de las mujeres en el desarrollo de los movimientos. La preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza. El rechazo, también, a toda forma de organización jerarquizada, reproduciendo la vida familiar-comunitaria y asumiendo a menudo redes de auto organización territorial.
Salud, educación y producción son claves en el proceso emancipatorio. En el terreno de la educación se distingue el Movimiento de los Sin Tierra (MST), con unas dos mil escuelas, con cuatro mil maestros y con criterios pedagógicos elaborados por el propio movimiento. «Transformarse, transformando» es el principio que guía al MST. Para este movimiento social el desafío es: «convertir cada espacio, cada instancia, cada acción, en experiencias y espacios pedagógicos de crecimiento y aprendizaje colectivo.» La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador se plantea, asimismo, una escuela distinta, dentro de la experiencia en ese país de más de 2,800 escuelas dirigidas por indígenas a partir de sus propios planes de estudio.
En el tema educativo se da una confrontación directa con el Estado, que utiliza a la escuela como un instrumento para desmantelar la autonomía y la territorialidad indígena, o del movimiento popular.
Zebechi sostiene que una actitud emancipatoria de los movimientos sociales en materia de salud supone la recuperación por la comunidad de sus poderes curativos, expropiados por el saber medico y el Estado, así como liberarse del control que ejercen las multinacionales farmacéuticas. Aquí pone el ejemplo zapatista (con más de 800 casas de salud) y el de muchos pueblos indígenas que recuperan sus saberes ancestrales y lo combinan con la medicina moderna.
Se concibe la recreación de los lazos sociales como uno de los ejes de los procesos de emancipación. «El papel de la familia en estos movimientos encarna nuevas relaciones sociales que abarcan la relación público-privado, las nuevas formas de las familias, la creación de un espacio doméstico que no es ni público ni privado, sino algo nuevo que abarca a ambos, y la producción y reproducción de la vida.»
En este tema se pone énfasis en el nuevo protagonismo de las mujeres, en la feminización de los movimientos y luchas sociales. El autor afirma: «El anticapitalismo ya no proviene sólo del lugar que se ocupa en la sociedad (obrero, campesino, indio), ni del programa que se enarbola, de las declaraciones o de la intensidad de las movilizaciones, sino también, no de forma exclusiva, de este tipo de practicas, del carácter de los lazos sociales que se crean».
En este tema, Zebechi rompe esquemas al sostener que «el cambio social, la creación-recreación del lazo social, no necesita ni articulación-centralización ni unificación. Más aun, el cambio social emancipatorio va a contrapelo del tipo de articulación que se propone desde el Estado-academia-partidos» Sobre esto, se es claro: la articulación externa siempre busca vincular el movimiento con el Estado o con los partidos, y en ella el movimiento pierde autonomía. «El problema, como todos sabemos, es que las articulaciones que conocimos (partidos comunistas, Estados en manos del partido, etcétera) no sólo no han protegido el mundo nuevo sino que o bien le impidieron nacer, lo abortaron, o bien fueron sus sepultureros.»
El autor afirma que la emancipación no es un objetivo sino una forma de vivir. Asimismo, la emergencia de nuevos sujetos en el sótano de nuestras sociedades pone de cabeza el saber-hacer de los especialistas, sobre todo por que para los mismos, el conocimiento de estos sujetos es considerado un obstáculo para el desarrollo. En los últimos quince años en América Latina, los movimientos que fueron capaces de significarse como antisistémicos, nacieron en los márgenes de la sociedad establecida. Estos nuevos sujetos no sólo desafían al Estado y a las clases dominantes, también ponen en cuestión los saberes y las prácticas de las izquierdas y de los viejos movimientos. Los nuevos movimientos urbanos, territorializados en su carácter comunitario, se encuentran, por ello, en sintonía con los indígenas y los Sin Tierra.
En el periodo del Estado Benefactor, las luchas tenían un efecto integrador porque el modelo de desarrollo era capaz de ofrecer un lugar a los sectores populares; la lucha era impensable sin elevar demandas al Estado. Los sindicatos, con sus estructuras Estadocéntricas, sus reglas y formas de la democracia representativa, reforzaban esta tendencia. Por el contrario, en este periodo excluyente del capitalismo, la lucha social de los excluidos tiende a reforzar las diferencias.
Los sectores populares han puesto en pie en el espacio urbano formas de producción auto-controladas, sus formas y tiempos de producción, no dominadas ahora por el tiempo del capital y su división del trabajo. La autonomía de este tipo de poblador, respecto al capital, corre pareja con su autonomía respecto al Estado, desplegándose en el territorio a partir de una lógica que surge de lo familiar-comunitario.
El autor encuentra cuatro características de la acción política desde los márgenes: 1.- La politización de sus diferencias sociales y culturales, o sea, de sus modos de vida. 2.- La acción política de los excluidos que se relaciona con la crisis de representación, o la presencia activa de los representados. Aquí cabe señalar que la representación que fue creada por el capitalismo y está integrada a la forma Estado, atraviesa una crisis profunda. 3.- La acción política desde el sótano consiste en su no-estatalidad, que no solo rechaza al Estado sino adquiere una forma no estatal. 4.- Las formas de lucha más destacadas están relacionadas con la defensa y afirmación de las diferencias. La manera como los movimientos están recorriendo sus caminos es ya de por sí un proyecto de sociedad
Para conocer y estudiar estos movimientos debemos cambiar nuestra comprensión anclada en conceptos binarios y externos, y regida por los tiempos lineales de la producción capitalista. Debemos pensar y actuar sin Estado, afirma el autor.
Zibechi recorre diversas experiencias: fábricas recuperadas por sus trabajadores en Argentina, Brasil, Uruguay, y los cambios realizados en ellas; la creación de nuevos vínculos con los barrios, alianzas con otros obreros, que revelaron como la lucha social fue capaz de resignificar los territorios, estableciendo nuevos lazos donde había indiferencia y provocando el establecimiento de tres principios que se van abriendo paso: producción autogestionada, consumo responsable y comercio justo que conforman la llamada economía solidaria, que intenta superar la dependencia del mercado.
Presenta el autor la larga resistencia Mapuche, su historia peculiar, de la que algunos antropólogos destacan que a diferencia de incas y mexicas, los mapuches poseían una estructura social no jerarquizada. Expone la lucha del MST brasileño por la tierra, destacando que quizás su gran triunfo es que los campesinos permanecen en el asentamiento y no se han marchado a engrosar los cinturones pobres de las grandes ciudades.
Es notable su comprensión del movimiento zapatista, inmerso en una doble tensión: la construcción diaria e incesante de la autonomía y la lucha por modificar la relación de fuerzas a escala nacional y mundial. El control del territorio es la base primera sobre la que se construye la autonomía en una suerte de trilogía: territorio-autogobierno-
Zibechi comprende uno de los principios básicos que se destacan en las experiencias de autonomía estudiadas por nosotros en el proyecto de Latautonomy3: la visión integral que supone llevar el autogobierno a todos los aspectos de la vida porque es la forma de superar la dependencia, y en este terreno, lo individual y lo colectivo no son separables. Identifica el secreto de la ausencia de burocracia entre los mayas zapatistas: la rotatividad a la hora de asumir las funciones ejecutivas, la revocación del mandato y la rendición de cuentas; la separación de los mandos político-militares del EZLN de las posiciones de responsabilidad en los gobiernos autónomos.
También asume la heterogeneidad de la experiencia autonómica, que por cierto fue la que ganó el consenso en San Andrés, en contra de la propuesta que pretendió imponer un modelo a las autonomías, a partir de esquemas estatizados.
Se perciben los límites de las autonomías y de ahí la necesidad de las alianzas con los explotados y oprimidos, que plantea la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.
Se insiste en que la lógica del capital no puede ser otra que la uniformización de las diferencias a través de la dictadura a secas, o de la dictadura «blanda del mercado», sin mencionar el autor la otra tendencia intrínseca del capital que lleva a la diferenciación-segregación-
Se destacan las preferencias zapatistas por la política plebeya, la de los de abajo, por sobre la izquierda institucionalizada que asume parcelas del aparato estatal y, en ese proceso, vira hacia la derecha, dejando a los movimientos sin referencias. Se hace una critica a las Organismos No Gubernamentales (ONG’S) que de la mano con la cooperación internacional, promueven políticas que con la excusa de procurar el fortalecimiento de las organizaciones sociales, las llevan a su burocratización, su vinculación con el Estado, la creación de dirigencias especializadas y separadas de sus bases que, finalmente, facilitan la cooptación de los movimientos. De aquí se concluye que el divorcio entre la izquierda electoral y los movimientos no tiene solución; en suma, la construcción de un autonomía ligada a la emancipación sólo pueden hacerla los de abajo, con otros de abajo, en lo espacios propios creados por los de abajo.
Zibechi pasa por Colombia, a partir de dos parámetros contradictorios: militarismo-paramilitarismo y movimiento social, y con base en el papel que juega ese país en la geopolítica regional, por su doble salida al Pacífico y al Caribe, su cercanía con Panamá y las rutas marítimas más importantes del globo, y por tener una extensa frontera con Venezuela, en la mira de Estados Unidos. En este contexto, se concibe el Plan Colombia como un proyecto integral y de larga duración para «abrir» toda la región al control de las multinacionales y Estados Unidos. En esta realidad inconmensurable, tienen lugar movimientos sociales en los barrios y entre los pueblos indígenas que hacen concebir la esperanza de una «otra Colombia».
Ecuador, con sus más de diez años de inestabilidad, y el costo del involucramiento de la CONAIE en el gobierno de Gutiérrez, quien utilizó los recursos del Estado para dividir y cooptar el movimiento, hasta que la organización decide retirar a sus militantes. Esta traumática experiencia determina -en parte– el trato tenso y la relación conflictiva de esta organización con el actual presidente Correa.
El autor observa a las periferias urbanas y se pregunta si de éstas pueden surgir contrapoderes de abajo. Repasa los acontecimientos de las dos últimas décadas desde el Caracazo de 1989 a la Comuna de Oaxaca en el 2006. Asunción en marzo de 1999, Quito en febrero de de 1997 y enero del 2000, Lima y Cochabamba en abril del 2000, Buenos Aires en diciembre de 2001, Arequipa en junio de 2002, Caracas en abril de 2002, La Paz en febrero de 2003 y El Alto en octubre de 2003, entre otros casos relevantes. Trata de comprender los itinerarios de larga duración y las agendas ocultas de los sectores urbanos, en el contexto de la militarización y los estados de excepción que han impuesto los gobiernos, los organismos financieros y las fuerzas armadas a su disposición, que tratan de hacer inviable las rebeliones de los de abajo.
Zibechi hace comentarios sobre las clases medias sumamente esclarecedores, siguiendo a Wallerstein, en el sentido de que su crisis, que se profundizará con la actual debacle económica y su posible unidad con los pobres, haría insostenible el sistema y terminarían por horadar su legitimidad.
Una contribución muy importante del autor es concebir a los movimientos como «sociedades en movimiento», al analizarlos no en sus formas de organización y los repertorios de la movilización sino a partir de las relaciones sociales y los territorios, o sea los flujos y las circulaciones y no las estructuras. Un aspecto central es si efectivamente existe un sistema de relaciones sociales que se expresan o condensan en un territorio, apareciendo en esta propuesta los conceptos de autonomía, cultura y comunidad, entre los más destacados. Los territorios son los espacios donde se despliegan relaciones sociales diferentes a las capitalistas hegemónicas, aquellos lugares en donde los colectivos pueden practicar modos de vida diferenciados.
Se plantean las diferencias con luchas anteriores: la auto-organización, la auto-construcción, el énfasis en las redes, las relaciones y vínculos familiares y de compadrazgo, la solidaridad y la reciprocidad, la confianza como la clave de las relaciones sociales, la fortaleza y el protagonismo de las mujeres, «la expansión de una lógica familiar-comunitaria centrada en el papel de la mujer-madre en torno a la que se modela un mundo de relaciones otras: afectivas, de cuidados mutuos, de contención, inclusivas».
De un recorrido que el autor hace por varios movimientos a los que llama «comunitarios» (un actor común territorializado) concluye que «no pueden ser derrotados por la represión, por más terrible que sea, salvo mediante el exterminio masivo de sus miembros; y que la derrota la procesa eso a lo que suele llamarse «izquierda», ese conjunto de profesionales, ONG’S y partidos que son los encargados de ablandar y fragmentar al movimiento.
Zibechi expresa su opinión sobre un debate muy importante para México: «Creo que participar en instancias estatales debilita a los movimientos, desvía fuerzas de la tarea principal que es fortalecer lo «nuestro». En ese sentido -afirma– comparto las posiciones zapatistas. Pero existen muchos movimientos combativos, consecuentes y que luchan por un verdadero cambio social, que mantienen relaciones con el Estado y aún así siguen siendo autónomos. Es el caso del MST de Brasil.»
La cuestión del poder debe ser revisada -afirma Zibechi- y se pregunta ¿poder popular? ¿Contrapoderes de abajo? para referirse a esos espacios autónomos construidos no sólo en el mundo indígena, y reitera, ¿es posible hablar de poder cuando toda la comunidad es la que lo ejerce?
Uno de los temas más polémicos de la obra refiere a profundidad en torno al papel que juegan los gobiernos que se proclaman progresistas o de izquierda, los cuales resultan ser los más capaces «en la nueva situación, para desarmar el carácter antisistémico de los movimientos, operando en las profundidades de sus territorios y en los tiempos en que se gesta la revuelta». Para enfrentar esta nueva amenaza propone: 1.- Comprender las nuevas gobernabilidades en toda su complejidad como resultado de las luchas, pero además como un intento para destruirlas. 2.- Proteger los espacios y territorios propios. 3.- No sumarse a la agenda del poder, crear o mantener la propia agenda. 4.- Limitar campos; llamar a las cosas por su nombre -afirma el autor- lo que significa asumir la soledad respecto a los de arriba, y por lo tanto, la hostilidad de la izquierda institucional». 5.- Potenciar la política plebeya, la unidad en los hechos insurreccionales, en los modos de rebelarse, en poner en común las horizontalidades.
Aquí, Zibechi presenta tres grandes escenarios en que se desarrollan los movimientos: 1.- Los que tienen lugar bajo gobiernos neoliberales alineados con Estados Unidos (fuerte presencia de los movimientos en el escenario nacional). 2.- Los que lo hacen bajo administraciones progresistas que, en lo fundamental, representan continuidades con el modelo hegemónico (fuerte fragmentación de los movimientos). 3.- Los que actúan en países con gobiernos que buscan romper con ese modelo (los movimientos siguen teniendo un peso determinante, pero sus baterías alternan en función de las diferentes coyunturas, contra los enemigos de los cambios o bien en apoyo de lo que muchos sienten como «sus» gobiernos.)
La obra reseñada sintéticamente requiere de una lectura cuidadosa y detallada para extraer toda la riqueza y multiplicidad de los desafíos teóricos planteados por Zibechi; la fecundidad de sus afirmaciones, dudas e interrogantes. Me queda -no obstante– un extrañamiento: la ausencia de una profundización en el análisis de la «cuestión nacional», de la nación como comunidad mayor, más allá del Estado, como el espacio de las luchas y las resistencias, de las formas que adquiere un movimiento autonómico de alcance nacional, de la contradicción nación-pueblo / imperialismo y la necesaria estatalidad que esto eventualmente conlleva.
Concluyo reiterando que AUTONOMÍAS Y EMANCIPACIONES: AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO será un referente fundamental en el desarrollo del pensamiento antisistémico.