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Barthélemy Amengual ha muerto

Fuentes: Rebelión

El crítico e investigador del cine Barthélemy Amengual murió el pasado viernes 17 de agosto en Valence, en el distrito de Rhone Alpes, a mitad de camino entre Lyon y Marsella. Nació en Argelia el 12 de octubre de 1919, en el seno de una familia pobre de inmigrantes de origen español. Descubrió el cine […]

El crítico e investigador del cine Barthélemy Amengual murió el pasado viernes 17 de agosto en Valence, en el distrito de Rhone Alpes, a mitad de camino entre Lyon y Marsella. Nació en Argelia el 12 de octubre de 1919, en el seno de una familia pobre de inmigrantes de origen español. Descubrió el cine a los seis años, y quedó prendado del nuevo modo de contar historias. Miró el mundo desde el cine, y vio el nacimiento de las carreras de René Clair, de Georg Wilhelm Pabst y de Serguei M. Eisenstein y Alexander Dovjenko, una querencia que nunca le abandonaría. Estudio para profesor, y después de la guerra empezó a publicar artículos de cine en el periódico Alger republicane, y a ganar popularidad gracias a su trabajo voluntario en el Ciné Club d’Alger y en las asociaciones populares que vivían un auge en la inmediata posguerra, como Travail et Culture. Sus primeros folletos publicados entre 1951-1954 en Argelia (once en total) son prácticamente desconocidos para la crítica francesa y mundial, pero en ellos aparecen ya los nombres del cine que le acompañarán siempre, sobre todo René Clair.

Firme partidario de la independencia de Argelia, sus simpatías estaban con el partido comunista argelino. Tras la revolución, Amengual siguió viviendo en Argelia con su trabajo de enseñante hasta 1968, en que con su mujer se retiró a Valence. Gracias a su trabajo en la enseñanza, nunca -o casi nunca- cobró o intentó cobrar por sus escritos sobre cine. En casi sesenta años de ejercicio de la crítica su única guía fue la pasión y el conocimiento. Marxista de los que habían leído bien a Marx, nunca fue dogmático, pero siguió siendo marxista cuando la sociedad se había pasado ya al otro lado. Citarle -como homenaje- dejaba pasmados a los críticos del partido comunista francés, que disimulaban su militancia (y la de Amengual). ¿Qué sintió cuando colectivamente se borraron las señas comunistas del propio pasado? En realidad, quizás estaba demasiado ocupado trabajando en su nueva obra sobre Eisenstein o los artículos sobre Theo Angelopoulos o Miklós Jancsó, cineastas absolutamente de izquierdas.

Muy pronto, a través de la federación de cine clubes, entró en contacto con otros que compartían su misma pasión y su compromiso con un cine inconformista, y con las revistas que estos animaban. Desde los treinta años hasta su muerte, Amengual colaboró en casi todas las revistas de cine francesas, y cuando a principios del nuevo siglo la red dominó el campo de la informática, los textos de Amengual encontraron allí un cobijo y una caja de resonancia. Así, por ejemplo, escribió en Cinéma, Jeune cinéma, Cahiers de la cinémathéque, CinémAction, Cahiers de Cinéma, Cinéma d’aujord’hui, Archives de l’Institut Jean Vigo, Cinémathéque, Vertigo y en las que más, Études cinématografiques y sobre todo Positif (desde el número tres de 1953 hasta el final), durante más de cincuenta años, sin cobrar un solo articulo, publicando sólo como contribución a un trabajo cultural.

Su primer libro fue Le petit monde de Pif le Chien, essai sur un «comic» francaise (1955), que era uno de los primeros libros publicados en lengua francesa -sino el primero- sobre la narrativa de los tebeos. Gracias a Bernard Chardere, de Positif, empezó a publicar en la colección Premier Plan que se editaba en Lyon. La primera monografía fue inevitablemente S.M. Eisenstein (1962), y le siguieron Charles Chaplin (1963) y Vsevolod Pudovkin (1968). Al mismo tiempo aparecieron en la editorial Seghers de París varias monografías de mayor calado: René Clair (1963), G.W. Pabst (1968) y la magistral Alenxandr Dovjenko (1970).

Habiendo dedicado sendas monografías a los todos autores que él consideraba básicos, su siguiente libro fue Clefs pour le cinéma (1971), concebido como libro de divulgación, y en realidad organizado como una reflexión sobre el cine en aquellos años, en que la teoría académica sobre esta materia apenas estaba naciendo (y, pese a la cercanía del sesenta y ocho, nada politicista en su enfoque). Después vinieron diez años de silencio, preparando el que sería su excepcional ¡Qué viva Eisenstein! (1981), un grueso volumen de 728 páginas con cuerpo ocho que publicó L’Age d’Homme de Lausana, en Suiza. Amengual reunió aquí todos sus materiales y apuntes sobre Eisenstein, y aunque algunos fragmentos merecerían una puesta al día, ¡Qué viva Eisenstein! ha acabado convirtiéndose en una obra de referencia, por la cantidad de datos que aporta y por lo meditado de sus análisis. En el caso de Octubre, uno queda boquiabierto de hasta dónde llegaba el nivel de penetración analítica de Amengual, que empieza precisamente dónde todos los otros acaban.

En los años ochenta se produce la generalización del vídeo doméstico, y permite un acercamiento más reflexivo a las películas. Los dos libros siguientes de Amengual son monografías sobre películas (y no sobre directores): El acorazado Potemkin de Serguei Mijailovich Eisenstein (1992; en España lo editó Paidós), absolutamente fundamental para la comprensión de la película y muy recomendable por los errores que desbarata. También porque es el único libro suyo que se ha traducido al castellano. El segundo libro, Bande à part de Jean-Luc Godard (1993), era un intento de valorar lo que en Godard había de clasicismo, frente a quienes ven en él solamente al innovador y renovador.

En 1997 apareció el volumen du réalisme au cinéma, antología preparado por Suzanne Liandrat-Guigues, que en un volumen de 1.008 páginas y letra pequeña, ofrecía en un solo libro gran parte de los ensayos -bastante largos- que había ido publicando en revistas. En ese libro están los escritos sobre Theo Angelopoulos, Glauber Rocha, Miklós Jancsó, Jean Vigo, Chris Marker, Pier Paolo Pasolini o Jean Eustache. El último texto aparecido en libro fue una recapitulación sobre Dovjenko, Le maitre au Tournesol (1999), un pequeño cuaderno en ocasión de una retrospectiva del cineasta ucraniano en la cinemateca francesa.

Barthélemy Amengual es fácil de leer, pero difícil de comprender. No hay en él el gusto por la frase acabada, que tan a menudo pierde a los franceses. Sus textos son materiales, escritos tentativos que buscan más suscitar problemas que asegurar verdades. Marxista que ha vivido el sesenta y ocho, puede tranquilamente cortar el aliento con una apreciación negativa dentro de un artículo en su conjunto positivo. Sin embargo, podía ser también de una brillantez y claridad al exponer los aspectos relevantes de sus clásicos, aspecto que, según sus amigos, tenía que ver con su formación como profesor de instituto.

Ahora ha muerto. Al enterarme, no sé por qué, he roto a llorar. Tal vez porque sin él será más difícil orientarse.