Contar la verdad a través de la ficción es uno de los logros de «Cadáver tuerto», una de las novelas más vendidas este mes en Chile, donde su autor, el periodista y escritor Eduardo Labarca, confiesa a través de un alter ego y en un entorno alegórico que en 1976 falsificó memorias del general Carlos Prats, asesinado dos años antes.
Prats fue comandante en jefe del Ejército de Chile desde octubre de 1970 hasta agosto de 1973, cuando fue sustituido por el general Augusto Pinochet, quien encabezó al mes siguiente un cruento golpe de Estado contra el presidente socialista Salvador Allende. Es considerado el mayor exponente de la tradición constitucionalista de las Fuerzas Armadas chilenas, rota con ese golpe.
Las memorias apócrifas fueron redactadas «por la causa», como queda claro en el libro, que es «la historia de un tirano, la tortura y el exilio», inspirada en el desarraigo forzado del propio Labarca, quien en los primeros años de la dictadura de Pinochet (1973-1990) residió en la capital de la entonces Unión Soviética.
Fue uno de los periodistas más connotados del programa «Escucha Chile», que se transmitió por Radio Moscú y sirvió para informar «desde el otro lado del mundo» sobre lo que ocurría en este país, sometido a una total censura de prensa desde el golpe del 11 de septiembre de 1973.
El programa marcó pautas como uno de los instrumentos fundamentales de denuncia de la represión y de agitación política del Partido Comunista (PC) de Chile, en el marco de la estrecha alianza de esa colectividad con su «hermano mayor», el gobernante Partido Comunista de la Unión Soviética en esa época.
Nacido en Santiago en 1938, Labarca se graduó de abogado en la Universidad de Chile, pero renunció a los estrados judiciales por ir detrás de una pasión política revolucionaria y de su vocación por el periodismo. Encontró ambas como redactor político del diario El Siglo, el órgano oficial del PC.
En 1968 publicó su primer libro, «Chile invadido», un extenso reportaje de investigación sobre los vínculos del gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y de su partido Demócrata Cristiano con agencias estadounidenses y europeas sospechosas de infiltración política en sindicatos, organismos comunitarios y universidades.
Más tarde, y mientras se proyectaba como una de las figuras periodísticas relevantes del PC, escribió en 1971 «Chile al rojo», una crónica de la campaña presidencial que en 1970 llevó al triunfo a Allende, y de las conspiraciones con que se pretendió evitar la instalación de su gobierno.
En 1973 lanzó «Corvalán 27 horas», una extensa entrevista con Luis Corvalán, dirigente histórico de los comunistas chilenos, quien encabezó el PC como secretario general durante 31 años, desde 1958 hasta 1989.
El golpe de Estado del 11 de septiembre de ese mismo año sorprendió a Labarca como director del noticiero de la estatal empresa Chile Films y panelista de «A esta hora se improvisa», un antológico programa de debate por televisión en el Canal 13 de la Universidad Católica.
Tras un breve asilo en la embajada de Colombia, el periodista llegó a Moscú. Permaneció allí en el equipo de «Escucha Chile» hasta 1980, año en que se trasladó a París para comenzar a ganarse la vida como traductor, oficio que lo llevó más tarde a Viena, donde trabajó para agencias de la Organización de Naciones Unidas.
La dimensión propiamente literaria de este periodista afloró en 1988, con «El turco Abdalá y otras historias», un libro de cuentos, continuó con «Acullá, apuntes para una novela», en 1990, y alcanzó consagración en 1994 con «Butamalón», relato ambientado en una rebelión mapuche de 1598, publicado primero en España y en Chile en 1997.
«Cadáver tuerto», lanzado a fines de mayo en esta capital por editorial Catalonia, vendría a ser su cuarta creación literaria, pero en rigor es la quinta. «Mi primer libro de ficción fue ‘Una vida por la legalidad’, publicado en 1976 en México como las auténticas memorias del general Prats», señaló Labarca el día 15 en una conversación con corresponsales de prensa internacional.
Prats y su esposa, Sofía Cuthbert, se exiliaron en Argentina y el 30 de septiembre de 1974 fueron asesinados mediante un atentado terrorista que hizo volar su automóvil en una calle del barrio Palermo de Buenos Aires, ejecutado por la Dirección de Inteligencia Nacional, policía secreta de Pinochet.
Recién el 30 de septiembre de 2004, tres décadas después del asesinato, el Ejército de Chile, que encabeza el general Juan Emilio Cheyre, rindió homenaje a Prats y le reconoció su condición de ex comandante.
Sin embargo, el 24 de marzo de este año, la Corte Suprema de Justicia absolvió a Pinochet en el proceso por el doble asesinato, invocando la supuesta demencia senil del ex dictador de 89 años, quien con el mismo recurso ha evitado otros dos procesos por crímenes contra los derechos humanos desde julio 2002.
Labarca llevaba avanzada la escritura de «Cadáver tuerto» cuando Cheyre reivindicó la figura de Prats, hecho que terminó de convencerlo de hacer su «ajuste de cuentas» con las memorias apócrifas publicadas en 1976 por el Fondo de Cultura Económica en México, tuvieron una tirada del orden de los 100.000 ejemplares.
En 1985, Sofía, Cecilia y Angélica Prats Cuthbert publicaron en Chile, en la editorial Pehuén, las «verdaderas y únicas memorias» de su padre, con una discreta advertencia en el prólogo «al libro apócrifo que alguien escribió en México y que, cualquiera haya sido su objetivo, deriva del compromiso con intereses particulares y no con la verdad».
Lo cierto es que las falsas memorias no fueron escritas en México sino en Moscú por Labarca, quien invirtió largas horas tras su trabajo radial para producir contra el tiempo el texto, por encargo de dirigentes del PC chileno, que le hicieron llegar un primer manuscrito, también de autor desconocido, «que no servía para nada».
El periodista se prestó al juego a conciencia, «con pleno entusiasmo y plena dedicación», porque «era una lucha a muerte contra una dictadura que torturaba y mataba», y ello justificaba lo que fue en definitiva un montaje, «una operación de inteligencia», con la cual se esperaba debilitar al régimen de Pinochet.
No fue así. El libro circuló sobre todo en el exterior y en Chile se conocieron sólo versiones poligrafiadas, en forma clandestina. En cambio, fuera del país inspiró ensayos y ponencias en congresos. Miles de exiliados guardaban celosamente ejemplares en sus hogares, convencidos de que su autor era el general Prats.
El Fondo de Cultura Económica retiró en 1985 el libro de su catálogo, y antes de publicar «Cadáver tuerto», Labarca viajó a Grecia, para reunirse con Sofía Prats, embajadora de Chile en ese país y hacerle la revelación. También ahora en Santiago se reunió con las otras dos hijas del general y el día 14 se entrevistó con Cheyre.
El periodista y escritor, alejado del PC hace más de una década, asume solitariamente su revelación y se reserva los nombres de los dirigentes implicados en 1976 en este montaje. «Que yo sepa, nadie cobró derechos de autor al Fondo de Cultura Económica», dijo.
Labarca comentó también a IPS que la espectacularidad de este revelación puede desviar el interés del público sobre los méritos literarios de su último libro.
«Espero que se haga el debido equilibrio», señaló.