“Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos.” -Karl Marx, El Capital
Ante una Covid 19 que se extendía por algunas regiones del planeta, con datos insuficientes y declaraciones contradictorias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la Pandemia y mandató de manera dictatorial que los gobiernos impusieran una política sanitaria de restricción de actividades sociales, de aislamiento en casa de enfermos y sanos, de distanciamiento social, así como medidas higiénicas (lavarse las manos, desinfectar todo, etc.).
Además de generar un pánico mundial, la OMS promovió una insólita política de confinamiento para todo mundo a partir de un enfoque epidemiológico fatalista, que calcula contagios y muertos, dejando de lado un enfoque terapéutico, de prevención y curativo, de la enfermedad.
Ciencia y práctica médicas enajenadas e invertidas por el capitalismo
Para explicar cómo fue posible que la OMS impusiera un confinamiento para todo mundo, sanos y enfermos, sin considerar sus fatales consecuencias en las condiciones materiales de vida de la mayoría de la población mundial y que le diera preeminencia a un estrecho enfoque epidemiológico que hace cálculos sobre el desarrollo de esta pandemia, soslayando el enfoque propiamente médico, terapéutico, de prevención y tratamiento de la enfermedad, es necesario entender lo que ha pasado con la ciencia y práctica médica en el capitalismo.
Es sabido o debiera saberse más que el conocimiento y la práctica médica (que incluye el estudio, la docencia y la investigación) están íntimamente ligados a los intereses de las grandes capitales de las industrias farmacéuticas.
Y ya sabemos que el Capital enajena e invierte lo que toca, de modo que a la ciencia y práctica médica tentada por el capitalismo le importa más la enfermedad que la salud y que los médicos sean asalariados a su servicio.
Como se trata, sobre todo, de incrementar las ganancias, a la industria farmacéutica (que corrompe a los médicos) no le importa tanto curar enfermedades sino enfermar y mantener enfermos para vender sus medicinas paliativas que alivian síntomas pero no curan.
Este tipo de ciencia y práctica médica invertida por la dinámica capitalista no considera las condiciones económicas y sociales de la salud, es decir: no toma en cuenta las desigualdades, la miseria, el hambre, el desgaste físico y psíquico por la sobrexplotación, la mal nutrición por consumo de las mercancías tóxicas de la industria alimentaria, que son las causales de las principales enfermedades que matan a la mayoría de seres humanos en el planeta, y tampoco promueve la salud con medidas de prevención y cuidados tempranos de enfermedades. De funcionar tomando en cuenta lo señalado -las condiciones económicas y sociales de las enfermedades y tratamientos preventivos o de atención primaria-, sería una ciencia y una práctica médica enfrentada al Capital.
Pese a los sistemas de salud que se han levantado en casi todo el mundo, instituciones que el neoliberalismo ha liquidado o debilitado al extremo, tenemos una ciencia y práctica médica que no está comprometida a fondo con la extensión de la salud pública pues está penetrada de intereses privados.
Por eso, esta ciencia y práctica médica no valora los saberes médicos de pueblos originarios, comunitarios y gratuitos, y cuando lo hace, la industria farmacéutica se los roba con patentes que privatizan el conocimiento para mercantilizarlos y lucrar con él. Tampoco promueve el conocimiento, la sabiduría y la autonomía preventiva y curativa, pues le conviene la ignorancia, la dependencia y mantener su postura autoritaria para mercantilizar medicinas y servicios médicos con el único fin de aumentar sus ganancias. De hecho, dejó de ser un escándalo que el Capital hiciera negocio con la salud, privatizando los servicios para que se rigieran por las leyes del mercado. La salud, entonces, dejó de concebirse como derecho humano fundamental para volverse una mercancía que se vende y se compra, para obtener ganancias.
Mientras se dejaba sin recursos a las instituciones de atención médica, sin medicamentos y con menos personal, la privatización de los servicios médicos floreció como un negocio próspero. Y tanto en las instituciones públicas como privadas, las industrias farmacéuticas y los seguros médicos impusieron sus intereses sobre acciones que propicien mantener la salud de las personas.
De esta manera, las instituciones médicas a su servicio, como la OMS, priorizan las enfermedades tratables con medicinas y vacunas, cuya compra venta produce altísimas ganancias en la industria farmacéutica.
La Gran Industria Farmacéutica
“En cuanto valor de uso, nada de misterioso se oculta en ella [la mercancía], ya la consideremos desde el punto de vista de que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas, o de que no adquiere esas propiedades sino en cuanto producto del trabajo humano. Es de claridad meridiana que el hombre, mediante su actividad, altera las formas de las materias naturales de manera que le sean útiles. Se modifica la forma de la madera, por ejemplo, cuando con ella se hace una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, una cosa ordinaria, sensible. Pero no bien entra en escena como mercancía, se trasmuta en cosa sensorialmente suprasensible. No sólo se mantiene tiesa apoyando sus patas en el suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías y de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar.” -Karl Marx, El Capital (Libro I)
La industria farmacéutica capitalista produce y comercializa mercancías químicas medicinales. Aparentemente, su valor de uso es tratar y prevenir enfermedades, pero siendo expresiones del Capital con las que se busca hacer más dinero, valorizar el valor, de estas mercancías “brotan quimeras” como tabletas, cápsulas, inyecciones, supositorios, ¡vacunas!, que sirven, principalmente, para incrementar las ganancias de las empresas.
Y según el siguiente cuadro de 2017, las quimeras de estas mercancías se realizan con creces:
“El mercado farmacéutico mundial se estimó en 1,11 billones de dólares en 2017 y se prevé que alcance los 1,43 billones de dólares en 2020. En 2017, el mercado farmacéutico de América del Norte, Asia Pacífico y Europa Occidental representó aproximadamente el 37%, el 22% y el 20% de la cuota de mercado mundial, respectivamente.
En 2017, las 10 principales compañías farmacéuticas mundiales generaron ventas por valor de 437.257 millones de dólares, lo que representa aproximadamente el 40% de la cuota de mercado mundial, y las 15 principales compañías farmacéuticas mundiales generaron ventas por valor de 568.617 millones de dólares, lo que representa el 51% de la cuota de mercado mundial. Se utilizó un análisis comparativo de las 15 principales organizaciones para desarrollar un ranking para estas compañías.” (Top 10 compañías farmacéuticas 2018 a nivel mundial, AIMFA)
Otra quimera de estas mercancías, que son formas del Capital, es la de concentrar, centralizar y monopolizar todo en 25 empresas farmacéuticas que controlan el 50% del mercado mundial.
Estas empresas farmacéuticas compran materia prima baratísima, sobreexplotan a sus trabajadores, contaminan el medio ambiente, presionan a los gobiernos y a los doctores para poder comercializar sus productos con patente (aunque no curen e incluso empeoren a los enfermos) y venderlos donde hay dinero.
Aunque digan que gastan en Investigación, invierten mucho más en costos en publicidad, y muchas de sus investigaciones consisten en producir sus medicinas con variantes para volverlas a patentar. Algunos calculan que para ciertos productos de esta industria se invierte un dólar y se sacan mil.
A las farmacéuticas no les importa que se mueran millones de niños por enfermedades prevenibles con la vacunación: sólo les interesa obtener más ganancias. Médicos Sin Fronteras les ha solicitado a las compañías farmacéuticas GlaxoSmithKline (GSK) y Pfizer que bajen los precios de la vacuna contra el neumococo para que más niños se salven.
Pero eso no les conviene a estas empresas porque gracias a esta vacuna esas industrias ganaron 28.000 millones de dólares en ventas en cinco años. En un año Pfizer obtuvo más de 4.400 millones en ventas de la vacuna contra la neumonía, la más vendida en el mundo.
Por cierto, si las vacunas tienen efectos negativos y mortales (como suele ocurrir con las nuevas), la industria farmacéutica le impuso leyes al gobierno norteamericano para protegerla de demandas contra ella.
Cabe recordarlo, ahora que Astra Zeneca, apoyada por Bill Gates, está recibiendo ganancias extraordinarias por hacer la vacuna para la Covid 19 sin ajustarse a los protocolos exigidos.
Letalidad del capitalismo
El capitalismo enferma y mata por pobreza y hambre, por la intoxicación medioambiental y por las fracturas metabólicas con la naturaleza que fomentan enfermedades zoonóticas, por la violencia necrófila que propicia, pero también por satisfacer el hambre con las mercancías tóxicas que produce la industria alimentaria, que provocan las más letales enfermedades por las que mueren los humanos tempranamente. Vayamos por partes.
Según cálculos del investigador de Harvard, Thomas Pogge, “un tercio de todas las vidas humanas terminan en muerte temprana por causas relacionadas con la pobreza.”
Él ha calculado que de 1990 a 2005 hubo 300 millones de muertos por pobreza, cinco veces los muertos que hubo en la Segunda Guerra Mundial.
También se ha calculado que cada año mueren 20 millones de personas por las desigualdades y la miseria material y ecológica que causa el capitalismo.
El capitalismo también mata con la intoxicación medioambiental: del aire, del agua, de los suelos. En 2019 se calculó que morirían por contaminación atmosférica 8.8 millones en todo el mundo, asociados a enfermedades vasculares, ataques cardiacos y accidentes cerebrovasculares, subrayando los riesgos de las nuevas micropartículas PM 2.5 (partículas sólidas de polvo, ceniza, hollín, metal, cemento).
También hay miles de muertes por contaminación de agua para beber y de suelos. La OMS calcula que cada año mueren 12,6 millones de personas a causa de la insalubridad del medio ambiente.
Y la cuota de muertos por el capitalismo aumenta si tomamos en cuenta los que se mueren por enfermedades asociadas con el sistema alimentario y sus industrias. Según la OMS, las enfermedades más letales son las siguientes:
No.Causa | N.º estimado de muertes (en milliones) | Porcentaje del total de muertes |
1 Cardiopatía isquémica | 7.25 | 12.8 |
2 Afección cerebrovascular | 6.15 | 10.8 |
3 Infecciones de las vías respiratorias inferiores | 3.46 | 6.1 |
4 Enfermedad pulmonar obstructiva crónica | 3.28 | 5.8 |
5 Enfermedades diarreicas | 2.46 | 4.3 |
La gran mayoría de las enfermedades más letales son causadas por el modo de producción, vida y consumo capitalista, que suman casi 30 millones de muertos al año.
El derecho a la salud es anticapitalista
De acuerdo con lo anterior, debemos demandar el derecho a la salud para esta pandemia, que debe significar un cambio de enfoque en el sistema de salud, de modo que el enfoque epidemiológico no eclipse al terapéutico, y que éste sea puesto en práctica con tratamientos preventivos (reforzando el sistema inmune para esta Covid 19), con medicamentos curativos (como antiinflamatorios, que curan los procesos inflamatorios que esta enfermedad provoca) y específicos para personas vulnerables.
De llevarse a cabo esto, tal vez no baje el número de contagios (como en cualquier pandemia de gripe), pero sin duda reducirá el de muertos.
La enfermedad de Covid 19 (sus procesos inflamatorios), como lo argumentamos, es tratable y curable. En el caso de que se diera una verdadera atención médica a todos los enfermos de Covid 19 (con medicamentos terapéuticos), el número de muertos por esta enfermedad disminuiría y el confinamiento perdería su razón de ser, así como muchas medidas para imponer una nueva normalidad. Tal vez volvamos a la vieja normalidad, pero esa mantiene las formas conocidas de trabajo, consumo, educación y política que nos permiten seguir intentando crear ese Otro poder colectivo que puede desinvertir o desenajenar a este mundo invertido del Capital.
Pero la lucha por el Derecho a la Salud no debe detenerse ahí.
Demandar que se tenga un verdadero Derecho a la Salud no implica una “nueva normalidad” sino una nueva realidad: anticapitalista y ecosocialista.
Sólo en esa nueva realidad ecosocialista planetaria podrán cumplirse sueños lúcidos, utopías que el capitalismo niega, como la cobertura sanitaria universal.
Porque tener un verdadero Derecho a la Salud universal implica terminar con un sistema enajenado y enajenante que en automático produce mayores desigualdades y más miseria (material, ecológica, espiritual), desnutrición y enfermedades, principales causas de muertes humanas al año.
Un auténtico sistema de salud público debe de ir de la mano con el combate contra la desigualdad mundial y contra la miseria material, ecológica y espiritual.
Un enfoque radical en la salud pública no se queda en las ramas sino que va a la raíz del problema: no sólo debemos reducir o evitar el consumo de esas mercancías tóxicas que se presentan como productos de la industria alimentaria (fabricadas con carne, azúcar y harina refinada, añadidos químicos) que, ahora es evidente, causan todas esas enfermedades crónicas que producen cada año el mayor número de muertos y que nos vuelven vulnerables ante este tipo de virus, además de que nos van deteriorando lentamente, también será necesario demandar que sean expropiadas para que funcionen para nutrirnos.
Para desenajenar este mundo capitalista invertido debemos poner por encima el valor de uso de trabajos verdaderamente útiles, realizados en comunidad y cuidando la relación metabólica entre la sociedad y la naturaleza. Se trata de poner en el centro la Vida y no las ganancias del Capital.
Pero hacernos cargo de nuestra salud es hacernos cargo de la salud, nuestra, de la sociedad, del planeta Tierra.
Y por ello debemos unirnos, organizarnos y luchar para terminar con las industrias que intoxiquen el aire, el agua, la tierra, nuestros cuerpos, que promueven el ecocidio, que fomenten el Calentamiento global, que producen mercancías tóxicas para la salud humana o de los ecosistemas, o que potencien la violencia, que no tengan utilidad social o pública.
También será necesario hacer consciencia de la necesidad de restituir un metabolismo sociedad/naturaleza que permita la preservación y regeneración de esta última así como una vida humana digna para todos, e impulsar una urgente transición energética que pase de la fósil a otras no contaminantes y renovables. Y todo ello es urgente bajo la crisis civilizatoria de este mundo invertido por el Capital.
Debemos hacernos conscientes de que para que exista un mundo saludable será preciso reorganizar las formas de convivencia, terminando con la explotación, el patriarcado, las discriminaciones y opresiones diversas, promoviendo una democracia participativa y directa, o sea: terminar con el patriarcado capitalista y su secuela de relaciones tóxicas. Debe quedar claro de que el Hacernos cargo de nuestra salud, llega a la conclusión de que para ello es necesario dejar atrás al capitalismo por un ecosocialismo ecofeminista y democrático centrado en el cuidado de la Vida.