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La crónica del concierto de Manu Chao en Guadalajara, México.

CircoMaromayTiatro

Fuentes: Rebelión

Domingo 26 de febrero, Guadalajara, 8 de la noche. Mientras unos chivistas exaltados siguen saliendo del Estadio Jalisco ondeando sus banderas y otros esperan pacientemente a que salga el camión del América para apedrearlo, cruzando la calle la Plaza de Toros Nuevo Progreso se va llenando poco a poco con el público que ha venido […]

Domingo 26 de febrero, Guadalajara, 8 de la noche. Mientras unos chivistas exaltados siguen saliendo del Estadio Jalisco ondeando sus banderas y otros esperan pacientemente a que salga el camión del América para apedrearlo, cruzando la calle la Plaza de Toros Nuevo Progreso se va llenando poco a poco con el público que ha venido a celebrar un encuentro con el músico francés más conocido en nuestro continente: Manu Chao.

La noche musical inicia con la pobrísima presentación de Ellis Paprika, al parecer tapatía, que cantó acaso 5 o 6 canciones en inglés que nadie entendió y a las que nadie puso atención y que trabajosamente sirvieron para mitigar la espera. Con todo y la energía que la tal Ellis le ponía a su canto, por las bocinas apenas salía un hilito de voz y un estruendo de guitarras. Los músicos tocaban mirándose entre sí, ella de frente al bajista y de espaldas al público. Un abucheo y el grito de «Manu, Manu» rubricaban el final de cada canción, y el único aplauso que recibió fue cuando anunció su retirada.

Unos 20 minutos después, una vez retirada la batería de la banda abridora, parece que el concierto ya va a comenzar cuando escuchamos la voz del Subcomandante Marcos leyendo la Primera Declaración de la Selva Lacandona. Aparecen los puños en alto y las Vs en las manos izquierdas que se levantan por toda la plaza de toros. Sin embargo, los músicos no salen, y en lugar de la banda, hacen su aparición en el ruedo una treintena de uniformados con cascos, escudos y equipos antimotines. Ya minutos antes había habido una invasión de algunos 100 jóvenes que se brincaron de los asientos de barrera a la zona del ruedo, así que al parecer los organizadores llamaron a los refuerzos. Como era de esperarse, los policías reciben la rechifla general. Lo que no sabíamos era que afuera se libraba una batalla entre los que querían entrar sin boleto e intentaban dar portazo y los guardianes del orden que heroicamente contuvieron la ola y dejaron a 7 heridos y más de una decena de detenidos. Lo normal en estos casos.

Finalmente se apagan las luces y aparece Manu en escena acompañado de su banda, Radio Bemba. Un poco de desilusión al constatar que Radio Bemba viene incompleta: ni sax, ni trompeta, ni trombón, ni el corista, que fue el más extrañado de la noche. Pero el francés se hace acompañar por dos íconos del patchanka style: Gambit, el veteranísimo bajista-procesador-de-efectos-humano y el percusionista, a quien Manu anuncia «La Mano Negra esta noche aquí presente: ¡Garbancito en las percusiones!». Y es que cómo no recordar los solos de Garbancito en los discos de Mano Negra, en especial en In the Hell of Patchinko, de los conciertos grabados en Japón. Esta noche, entre el percusionista y Magic, el guitarrista, llevan el peso de la ausencia de los metales, y lo solventan con soltura y acrobacias musicales que pronto nos hacen olvidar que hay algo que está faltando en esta banda.

Arrancan con una canción nueva, Yo vengo del hoyo, que pronto es coreada por el público, un reggae suave que de pronto se convierte en ska-core y que marca la pauta para lo que será el concierto: canciones que empiezan tranquilas y que desembocan en slam y brincos. De ahí en adelante el concierto es una sucesión de canciones que se entrelazan entre sí. Manu Chao es experto en el reciclaje musical y sus canciones son como piezas intercambiables de un guardarropa. Así, van una tras otra canciones de los tres discos de solista de Manu y de los 5 anteriores con Mano Negra. La segunda canción es Peligro, reggae de hace 15 años que está inspirado (¿o pirateado?) en los versos de una salsa de Héctor Lavoe. Por el suelo, Por la carretera, Arriba la luna, Bala Perdida, todas son coreadas por el público. Dedica La Primavera al «mayor terrorista del mundo, el hombre más peligroso para el futuro de nuestros hijos, el presidente de los Estados Unidos, George bush». Una interpretación muy celebrada es la que dedica a Maradona y que dice «Si yo fuera Maradona / viviría como él», pieza muy futbolera que de paso habla de la corrupción en la FIFA a la vez que justifica el comportamiento del 10 argentino.

Lo que nunca antes habíamos visto en un concierto de Manu o de Mano Negra: hay un intermedio, que los técnicos aprovechan para cambiar las guitarras y hacer algunos acomodos mínimos al equipo. Regresan con una versión acústica y flamenca de Clandestino, a la que, como era de esperarse, sigue Desaparecido. Aprovechando que están en el estilo, se desatan con La rumba de Barcelona una de esas canciones nunca grabadas «oficialmente» por Manu pero que todos conocen gracias a la Internet y la piratería. Lo cual nos hace recordar que Manu Chao es de los músicos menos programados en las estaciones de radio comerciales, es de los que menos gastan en campañas de publicidad, pero que llenan estadios y zócalos donde quiera que se paran.

Como siempre, Manu se pone político. Dedica canciones a Bush (y el público abuchea y chifla), a los zapatistas (y el público aplaude y levanta los puños). En cierto punto, queda él solo tocando en la guitarra un par de acordes de reggae y arenga: «Hay que tener cuidado con la mafia. La mafia siempre será el peor enemigo de la democracia» para hilvanar enseguida una versión pausada y acústica de uno de sus mayores éxitos con Mano Negra: Señor Matanza. «Esta ciudad es propriedad del señor Matanza / esa joya, esa mina, esa finca, ese bar, ese paramilitar / son propriedad del señor Matanza / Ese federal, ese chivato y ese sapo del sindicato, el obispo, el general / son propriedad del Señor Matanza / No se puede caminar sin colaborar con su santidad, el Señor Matanza» y el respetable se prende con el coro «A mi ñero lleva pa’l monte / a mi ñero lleva pa’l monte». Lo que originalmente fue grabado en París a principios de los 90 como una mezcla de cumbia colombiana con salsa, esta noche en Guadalajara es reggae acústico coreado por 12 mil gargantas. Vienen varias sorpresas, como Hamburger Fields, que muy pocos recuerdan, y Sueño de Solentiname, el mismo Solentiname del poema de Ernesto Cardenal y del cuento de Julio Cortázar, canción de hace década y media con la que Mano Negra ya manifestaba su preocupación e interés por los asuntos políticos y sociales de Latinoamérica.

Manu Chao es especialista en despedidas. Anuncia la partida desde que interpreta Mentira, y termina con los versos «Ya se acabó / oh c’est fini» a lo que el pùblico contesta con el consabido «nooo». Termina la canción y Manu nos recuerda: «no es cierto! Todo es mentira en este mundo» y sigue el concierto con otras tres rolas hasta que ahora sí, viene el cierre con Me quedo contigo, en la que cada uno de los músicos, empezando por el propio Manu, van abandonando el escenario mientras los restantes siguen interpretando un loop de reggae. Garbancito es el que se lleva la mayor ovación después de Manu: ha sido su noche, ha demostrado que 15 años siendo el percusionista de las bandas de Manu no han pasado en balde, ha dado una cátedra de velocidad, precisión y finura con los timbales, los cangrejos y los bongós. Gambit no es menos, más de dos horas de bajo y de efectos con la voz y de arengas y gritos y saltos son recompensados con una larga ovación. Así, salen el tecladista, el baterista y queda solo el guitarrista al final, bajo un spotlight en un escenario vacío. Cuando parece que ya se acabó todo, regresa Manu para cantar King of the Bongo, ante la algarabía general. La sorpresa mayúscula de la noche fue cuando dice «Fueron 6 años de ausencia, Guadalajara, pero tenía que volver» y comienza a capella «Este amor apasionado / anda todo alborotado / por volver». Se eriza la piel, se sueltan los huacos y todo el mundo canta. Volver, volver pasa de ranchero a ska-hardcore y provoca que los brincos y el slam hagan su aparición de nuevo.

Otra despedida y la gente que no se va, porque sabe que todo es parte del plan, así que ante los gritos de «otra, otra», reaparece la banda interpretando Mi vida una de las poquísimas canciones de corte romàntico que han grabado. Por supuesto, Mala vida, que fue la más solicitada de la noche, y luego Manu pasa a la sección de percusiones y le cede el micrófono a Garbancito, que dedica un bocadillo especial a los que han seguido ala Mano Negra desde el principio: Sidi H’bibi, canción del segundo disco de Mano, cantada en árabe. Luego, el guitarrista tiene también su canción, algo entre metal y hardcore que no es muy celebrado pero que a estas alturas del concierto es válido, con el público ya en la bolsa. Para el final, final (ahora sí) se quedan solo las dos guitarras y Manu repite Mr. Marley en versión acústica. Termina y despide, ya nadie pide más, ahora sí el público está agotado: valió la pena la espera de seis años.