En 2018 el pueblo mexicano salió a las calles a votar por un nuevo presidente de la república. El resultado sorprendió al mundo entero al ver un auténtico tsunami de votos que llevaron a la victoria a Andres Manuel López Obrador (AMLO), entonces candidato del partido político Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).
La victoria de entonces fue contundente y mostró un claro hartazgo de la mayor parte de la población hacia los partidos políticos tradicionales (PRI, PAN y PRD) ante la grave crisis orgánica del régimen neoliberal que entró en una etapa de agudización de sus contradicciones internas. Llevando a una creciente ola de violencia y corrupción en el país, mientras el mundo entero daba un giro hacia el proteccionismo con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, etc. Ante los principales cambios globales y la crisis nacional, los sectores neoliberales de México se quedaron sin discurso y sin proyecto político-nacional.
Desde entonces, el gobierno encabezado por AMLO ha iniciado una autodenominada Cuarta Transformación Nacional, que se plantea ni más ni menos la transición hacia un nuevo régimen socioinstitucional post-neoliberal. Y en ese contexto, el gobierno se ha centrado en múltiples tareas históricas que gradualmente han ido cortando inercias del pasado, para iniciar la transición hacia una nueva etapa. Y es que justamente hay que ver este periodo presidencial de AMLO como eso: una transición hacia una nueva etapa que, dependiendo de la correlación de fuerzas entre los diferentes sectores, puede ir hacia una dirección más progresista, una dirección más conservadora o hacia una restauración neoliberal.
Desde entonces el gobierno de AMLO ha impuesto límites a prácticas empresariales arrogantes por medio de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (lo cual supuso ponerse del lado de los campesinos de Atenco, defendiendo su propiedad de la tierra), se ha obligado a los altos empresarios a pagar impuestos, se han recortado gastos superfluos por medio de una austeridad republicana que se aplica a las élites recortando gastos innecesarios en gasto en comunicación (el llamado “chayote”), la reducción de los salarios estratosféricos de los altos funcionarios, así como la subida del salario mínimo real de los trabajadores, la promoción de la libertad sindical y la imposición de límites a la subcontratación (outsourcing). En plena pandemia de la Covid-19 también se evitó contraer deudas externas, considerando el riesgo y la incertidumbre globales, evitando así la práctica neoliberal de rescatar a los altos empresarios socializando las pérdidas y privatizando las ganancias. Todo ello, entre muchas otras acciones, le han valido al gobierno de AMLO el respaldo de poco más del 65% de la población según diferentes encuestas.
Estamos ante el presidente de México más popular y con la mayor legitimidad democrática en décadas. Sin embargo, los medios de comunicación, las élites empresariales y un sector de la llamada “clase media” dicen que AMLO “polariza”. Sus argumentos son basados en que AMLO en las mañaneras supuestamente descalifica a quien no piensa como él (cuando dice «yo tengo otros datos», o cuando exhibe periodistas mal intencionados o malas prácticas empresariales), que señala al «pueblo bueno» para distinguirlo de los corruptos (desde empresarios hasta políticos de otros partidos políticos), y así como su denuncia a la desigualdad cuando dice «no puede haber gobierno rico con pueblo pobre».
Decir que AMLO “polariza” sólo fijándose en su discurso es excesivamente simplista e infantil. Primero, porque no ven que la polarización y el resentimiento social que existe en México surgió, no por el discurso de AMLO, sino por un cúmulo de injusticias que han sufrido los de abajo desde hace décadas, y segundo, porque es realmente ingenuo pensar que AMLO debe ser un político y gobernante que esté al margen (o por encima) del conflicto social y de la acumulación de capital, esa si, polarizante pues genera dos polos: los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco.
En México, durante el neoliberalismo, se formó una élite compacta de empresarios y políticos que se benefició de una correlación de fuerzas que les fue favorable. Y saquearon al país, mientras el pueblo sufrió de empobrecimiento, violencia e injusticia, formando prácticamente dos mexicos: uno en el que viven las élites y otro donde viven los de abajo, cada uno con patrones de comportamiento social muy diferenciados.
En ese sentido, la gente que viene de abajo está resentida, porque viven un mundo social hostil que es totalmente ajeno a los de arriba. Y fue justamente la indignación de la gente ante su creciente precarización y su percepción de la corrupción de los poderosos que votó por el discurso-proyecto enarbolado por AMLO y que muy probablemente se va a refrendar en estas elecciones intermedias. Y se identificó con él, porque en él si vieron reflejadas sus demandas-reclamos sociales y sus anhelos. Esto para decir una cosa: la polarización ya estaba antes de que AMLO tomara el poder, y su causa no es un mero discurso, sino una situación social objetiva generada por el funcionamiento del capitalismo neoliberal. Y en ese sentido, su discurso simplemente conectó con una objetividad social real.
En cambio, otros discursos no lograron conectar con esa objetividad, lo cual generó (y sigue generando) aislamiento social de la llamada oposición. En ese sentido, AMLO es coherente con lo que la gente quiere: seguir atacando los privilegios de los de arriba, aplicándoles a ellos, los de arriba, la austeridad republicana y al hacerlos pagar impuestos. La gente siente que se hace justicia cuando se reducen los salarios de los altos funcionarios y cuando a ellos, a los de abajo, se les suben sus salarios, a la par de que se ataca la evasión fiscal y se evitan transferencias de recursos públicos a manos privadas (como era el caso del «chayote»).
La gente común siente que se hace justicia. Y esto difícilmente lo entienden los que se piensan a si mismos como «clase media», a quienes les parece preocuparles más la polarización discursiva que la polarización objetiva. Y claro, su condición social ambigua los hace ver puros epifenómenos que interpretan desde una ambigüedad ideológica. Los que se piensan así mismos «en medio», o “de centro” todo discurso antagonista les parece un exceso. Y por ello, al final, ni toman partido, ni cierran filas con nadie ni son capaces de levantar una posición política clara. La ambigüedad ideológica de la clase media se convierte así en mediocridad e impotencia política.
AMLO, pese a las fobias de las élites y los prejuicios de un sector de la clase media, es en realidad, un gobernante bastante moderado, muy conciliador porque está dispuesto al diálogo con personas de todas las clases sociales, todas las etnias, todas orientaciones sexuales, todos los credos, etc. No es el «dictador» que presenta la extrema derecha ni el «polarizador» que presentan los llamados “progres” de clase media. Simplemente es un gobernante que hace su trabajo: gobernar tomando en serio las condiciones sociales objetivas del país (y del mundo), atendiendo las principales demandas y reclamos sociales de los sectores mayoritarios de la población, y construyendo futuro que poco a poco, ha ido restituyendo la esperanza en millones de mexicanos que anhelan un México más próspero.
¿AMLO y su discurso es la causa de la polarización? No. Lo que si polariza es el sistema capitalista neoliberal.