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Acciones mediáticas y un discurso polarizador facilitaron su ascenso

Cómo Banzer logró ser cabecilla del golpe de 1971

Fuentes: Rebelión

El cuartelazo del 21 de agosto fue un secreto a voces y, en 8 meses, nadie hizo algo efectivo para detenerlo. En ese marco, la debilidad política de Torres, la sempiterna división de la izquierda y el poder de la prensa aportaron con lo suyo a los golpistas. Todo esto facilitó el posicionamiento discursivo del […]

El cuartelazo del 21 de agosto fue un secreto a voces y, en 8 meses, nadie hizo algo efectivo para detenerlo. En ese marco, la debilidad política de Torres, la sempiterna división de la izquierda y el poder de la prensa aportaron con lo suyo a los golpistas. Todo esto facilitó el posicionamiento discursivo del bloque banzerista, que luego derribó, de manera sangrienta, al gobierno.

En diciembre de 1970, a los dos meses que Juan José Torres asumiera la presidencia, el comandante del Colegio Militar, Hugo Banzer, pateó el tablero de la agitada coyuntura nacional. El entonces máximo dirigente de la Central Obrera Boliviana (COB), Juan Lechín, fue inducido a ser antagonista del militar para que éste pueda saltar a la palestra pública. Dentro de esa estrategia, la prensa lo catapultó como caudillo de la sedición castrense.

Tras descabezar un golpe de Estado «reaccionario», el general Torres, el 7 de octubre de 1970, tomó las riendas del poder, reivindicando ideas nacionalistas. En sus primeros meses de gestión, decretó la «reposición salarial» a favor de los mineros; participó en masivas concentraciones sindicales, donde los obreros le exigieron «armas para enfrentar a los fascistas»; estatizó el comercio del azúcar; y liberó a los marxistas Régis Debray, Ciro Bustos y otros guerrilleros de Ñancahuazú.

Esos actos fueron cuestionados por civiles, militares y empresarios opositores, que buscaban un nuevo liderazgo. En ese contexto, el comandante del Colegio Militar asumió el desafió y se presentó como rígido crítico de la «lucha armada», la «extrema izquierda» y los «apetitos ideológicos extra-nacionales».

El coronel Banzer, hasta ese momento, ya había hecho méritos para ser hombre de confianza de la Embajada de Estados Unidos: en agosto de 1970, participó en la clausura de Prensa (semanario de los periodistas) y, en octubre, apoyado por el general Rogelio Miranda y el coronel Luis Arce Gómez, dirigió el cerco militar a la sede de gobierno.

VISIBILIZACIÓN

El matutino católico Presencia, el jueves 10 de diciembre de 1970, en su nota de primera plana El gobierno reforzó ayer las medidas de seguridad, reveló que tras conocerse un «plan para eliminar físicamente al Presidente» el régimen dispuso, la noche del 8 de diciembre, el acuartelamiento de tropas, el refuerzo de la guardia de Palacio Quemado y la vigilancia de la carretera que conducía al Colegio Militar.

«Se trataba (…) de un francotirador o varios que se habrían dispuesto para disparar sobre el general Torres, cuando se hallará en el Colegio Militar», puntualizó Presencia. Por su parte, el periódico Hoy, en su crónica Conjura civil-militar no prosperó debido al viaje del Presidente, reveló que el cuartelazo fue confirmado con el «encendido discurso» que Banzer leyó en la graduación de 90 cadetes, en el Colegio Militar, la mañana del 9 de diciembre.

La maquinaria persuasiva banzerista ya estaba en marcha.

DISCURSO POLARIZADOR

En su libro De cara a la revolución del 21 de agosto de 1971, Fernando Kieffer destacó el anterior suceso, junto a la radical arenga del coronel: «Es hora de poner coto a esta vergüenza nacional, es hora de que nos demos cuenta que la patria resurgirá como fruto de la paz social, el trabajo fecundo y la comprensión ciudadana. Es hora de poner fin a la actitud de los traficantes de ideas ajenas, de demagogos que mil veces han engañado al hermano campesino, minero, trabajador, al hermano pueblo».

«(…) o con la Patria o contra ella, o respetando las leyes o atropellándolas, o con el orden o con el caos y la anarquía, con la sinceridad o con el fraude y el engaño, con la paz o con la guerra. Es pues la hora de la verdad y nosotros los militares debemos exigirla a quienes nos comandan y nos gobiernan», agregó, ante la mirada sorprendida de varios periodistas.

Esa interpelación polarizadora cayó como una bomba en la mente de quienes fabrican la opinión pública y fue suficiente para que Banzer ingrese con fuerza en la agenda de los medios nacionales.

POSICIONAMIENTO

La ofensiva mediática no concluyó ahí. Es más, en cuestión de horas, se amplió.

En la tarde, el militar rebelde -junto con el coronel Edmundo Valencia y apoyado por el periodista Samuel Mendoza, autor del libro Anarquía y caos– envió una «carta abierta» al secretario ejecutivo de la COB y también experimentado líder de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), Juan Lechín Oquendo.

Estamos cansados de sus «majaderías» y «demagogias» que, en 30 años, han «engañado» a la clase laboral, le espetó, para luego preguntarle cuándo realmente fue un verdadero obrero, por qué asaltó la Universidad de Cochabamba, por qué no aclaró su negociado de oro físico, cuál la razón de su tremendo odio a las Fuerzas armadas y cuál la intensión de desvirtuar la esencia del pacto militar-campesino.

«Le recordamos que parte de nuestra vocación es morir, y para el militar de honor no importa cuándo, ni dónde, ni cómo encuentre la muerte, si nuestra vida la vamos a ofrecer en defensa de la patria y sus sagrados intereses», añadió.

Al día siguiente, el periodista Samuel Mendoza apoyó a los sublevados con una extensa columna titulada La hora de la verdad, publicada en el matutino Hoy: «Sabemos bien cuáles son la posiciones hasta ahora. De un lado, Lechín ha sostenido que no hay otra vía para la ‘liberación nacional’ que la ‘lucha armada’ entre bolivianos dando lugar a mayores matanzas, odios, rencores, sangre, luto… Entretanto, los oficiales sostienen que para lograr el desarrollo nacional es preciso crear un ambiente de paz y trabajo. ¿Quién tiene la razón?».

RESPUESTA ESPERADA

Frente a la provocación, las organizaciones afiliadas a la COB reaccionaron de forma predecible: se declararon en «emergencia». En tan ardua coyuntura, esa respuesta ya no intimidaba mucho y, por tanto, la tajante réplica no se hizo esperar.

Los sublevados, el sábado 12 de diciembre, protegidos por las sombras de la noche, «ametrallaron» la puerta de la sede de la máxima organización de los trabajadores. No hubo muertos ni heridos, pero la incertidumbre quedó instalada en la mente de los trabajadores. El suceso, otra vez, fue condenado mediante un comunicado: «(…) el insólito atentado fue provocado por agentes del imperialismo que así tratan de violentar a la clase trabajadora».

A su turno, Lechín, el 10 de diciembre, desafió a los «sirvientes de la CIA y el Pentágono» a un debate público para que prueben sus acusaciones.

Ambos coroneles asistieron a la «Escuela Militar del Comando Superior de Estados Unidos», llamada «Lavenworth», denunció el dirigente obrero, para luego explicar que fue ahí donde, además de recibir «instrucciones tácticas y estrategias de guerra», les enseñaron a distinguir «contra quienes deben usarse esos conocimientos militares».

Al día siguiente, Banzer y Valencia, en medio de decenas de periodistas que hacían la cobertura noticiosa, aceptaron el reto e invitaron a Lechín a deliberar en la televisión del Estado, bajo la moderación del presidente de la Asociación Boliviana de Radiodifusoras (ASBORA).

Al final, el debate nunca se realizó. Empero, Banzer logró posicionarse como audaz jefe de la oposición.

RUMBO AL PODER

Para no echar más leña al fuego, Torres se concretó a denunciar los «aprestos golpistas», mientras los sindicatos y los universitarios le exigían acciones para «destruir de raíz» la estructura golpista.

El Presidente -de acuerdo a la obra de Torres a Banzer, escrito por su propio ministro del Interior, Jorge Gallardo- nunca quiso enfrentarse a los «militares fascistas» porque temía la destrucción de su institución, como sucedió en 1952. «Por eso no dio de baja a los sublevados y evitó, hasta su caída, la entrega de armas a la COB».

Los hechos de diciembre de 1970 también obligaron a las organizaciones de izquierda a reorganizarse. Sin embargo, sus discusiones ideológicas marcharon a paso de tortuga.

A seis meses de la primera asonada banzerista, el Comando Político de la Clase Obrera y del Pueblo, el 22 junio de 1971, recién puso en marcha la organización de la Asamblea Popular, que fue pensada como un «verdadero órgano de poder revolucionario». Pero la propuesta obrera llegó tarde. El tren de la historia corría raudamente por otro rumbo.

A partir de diciembre de 1970, Banzer se convirtió en el jefe declarado de la futura subversión; todos los representantes de la derecha contrarrevolucionaria se plegaron abiertamente al coronel que había tenido el «coraje» de enfrentarse con «valentía sin límites» al débil gobierno «comunista» de Torres, reconoció con cierto sarcasmo el entonces ministro del Interior, Jorge Gallardo.

Así, en la perspectiva de controlar el poder del Estado, el coronel Banzer intentó otra sublevación el 10 de enero de 1971, pero fracasó. Finalmente, con apoyo internacional y el respaldo del Movimiento Nacionalista Revolucionario y la Falange Socialista Boliviana, el 21 de agosto derrotó a sus enemigos, a sangre y fuego.

Miguel Pinto Parabá es periodista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.