El maestro vuelve. Después de dejarnos Patas arriba, después de demostrarnos que el mundo, tal como está, es una escuela que nos enseña las cosas al revés. Desde el 1998 no teníamos libro, hemos tenido mucho de usted pero no libros. Ha llovido. Desde un mundial de fútbol (a sol y sombra) hasta una guerra […]
El maestro vuelve. Después de dejarnos Patas arriba, después de demostrarnos que el mundo, tal como está, es una escuela que nos enseña las cosas al revés.
Desde el 1998 no teníamos libro, hemos tenido mucho de usted pero no libros. Ha llovido. Desde un mundial de fútbol (a sol y sombra) hasta una guerra futurista, humanitaria …..desde el derrumbe de las torres gemelas (con sus miles) al golpe cubano contra su terrorismo interno (con sus fusilamientos). Y el maestro pronunciándose, en Brecha y en la red. En tinta y papel y en la ciberescritura.
Sigo su camino todo lo que puedo, piso por donde pisa y examino las huellas. Es mucho lo recorrido juntos, muchas las alegrías y algún que otro desgaste. En el celebrado 92 lo eché de menos. Noté la ausencia de su palabra y de su persona frente al «encuentro de culturas». Fue mucho lo que se apostó desde el lado de los 500 años de expolio y de infamia, mucho lo que se jugó en la baraja del poder. Tanto que asustó. Lo eché de menos.
Después se van lavando las heridas. Salen las palabras andantes (1993), las cosas vuelven a su sitio y el maestro al suyo, al dardo en el centro de la diana, a decir bonito lo que remueve el ánimo, lo que empuja la esperanza. Sale el fútbol a sol y sombra (95) y patas arriba (98), y un reguero de crónicas magistrales. Anda el maestro empujando la vida. Ayudándonos a sufrirla.
Seguimos caminando y sucede esta vez Cuba. Y le duele Cuba al maestro. Habla de condenas como «goles en contra» de condenas que «convierten en mártires de la libertad de expresión» a grupos que operaban «abiertamente» (según usted, maestro) desde la misma casa de James Cason, el representante de la infamia, el representante del mayor enemigo que ningún Estado ha tenido jamás, ni por más tiempo, ni más cerca, ni más asesino, el representante de la batalla más desigual nunca vista, más injusta que impensable.
Con su permiso, maestro, suceden las condenas en malos tiempos. Sin el más mínimo ánimo de aplaudir, a nadie le congratula una larga condena ni mucho menos un ajusticiamiento, esta vez no lo echo de menos, lo echo de más, maestro. Me entristece que se haya sumado, a su estilo, por supuesto, con altura, a los que meten el dedo donde más duele, a los que trinan de puro purismo, a la izquierda «plural», «diversa», «de casa común», «moderna», «divina», a la izquierda de no sé que camino, de no sé que proyecto social.
Y lo echo de más, maestro, porque a pesar de que si comparta que «… no creo que la omnipotencia del Estado sea la respuesta a la omnipotencia del mercado.» También me tendrá que reconocer que le queda corazón a su Revolución, pregunte por Venezuela, por sus barrios pobres, pregunte a sus analfabetos, que le queda cerebro, que de pronto no se han vuelto locos ni malvados ni torpes, que todavía dicen las verdades en los foros, encuentros, cumbres y demás eventos donde les dejan decir, donde no les cierran las puertas, cobardes. Y lo echo de más, maestro, porque la lista de los que abandonan es tan larga y tan obscena, que no se merece tamaña compañía.
Con todos los respetos de este humilde que escribe sobre usted (¡qué temeridad!), con la pequeñísima autoridad que pueda darme el haberle leído muchas, pero muchas , muchas palabras (ideas que se hacen escritura) me atrevo a decirle que no le duela Cuba, que no le duela esa pequeña islita, insignificante trocito de tierras y de gentes, que ya le duele bastante al ogro, a la bestia que invade, bombardea y tortura a toda la gente, la buena gente que le produce dolor.
Me queda la esperanza de que el pueblo más solidario que conocemos usted y yo, ese que usted dice que «….. ha sobrevivido a la furia de 10 presidentes de Estados Unidos y 20 directores de la CIA» siga su camino superando errores, inventando mañanas y sobreviviendo a inmensos escritores como usted, maestro, y a bocazas metomeentodo como yo.
Todo con su permiso, maestro.
Y ahora, caminito adelante, nos da BOCAS DEL TIEMPO otra pequeña joyita. Ventanitas para asomarse, balcones sugerentes.
Tik
En el verano de 1972, Carlos Lenkersdof escuchó esta palabra por primera vez.
Había sido invitado a una asamblea de los indios tzeltales, en el pueblo de Bachajón, y no entendía nada. Él no conocía la lengua y la discusión, muy animada le sonaba como lluvia loca.
La palabra tik atravesaba esa lluvia. Todos la ecían y la repetían, tik, tik, tik, y su repiqueteo se imponía en el torrente de voces. Era una asamblea en clave tik.
Carlos había andado mucho mundo, y sabía que la palabra yo es la que más se usa en todos los idiomas. Tik, la palabra que brilla en el centro de los decires y los vivires de estas comunidades mayas, significa nosotros.
Empieza como los partidazos de fútbol que de seguro a él tanto le gustan. Calentando motores, de menos a más. A la mitad, las historias ya llevan temperatura de incendio, y al final rematan sin piedad, jugadas trenzadas en lenguaje Tik, pedazos de mundo que nos descubre como si sólo el fuera quien viviera. Como si las demás personas estuviéramos esperándole, como ciegas.
Ladrones de palabras
Según el diccionario de nuestro tiempo, las buenas acciones ya no son los nobles gestos del corazón, sino las acciones que cotizan en la Bolsa, y la Bolsa es el escenario donde ocurren las crisis de valores.
El mercadoya no es el entrañable lugar donde uno compra frutas y verduras en el barrio. Ahora se llama Mercado un temible señor sin rostro, que dice ser eterno y nos vigila y nos castiga. Sus intérpretes anuncian: El mercado está nervioso, y advierten: No hay que irritar al Mercado.
Comunidad Internacional es el nombre de los grandes banqueros y de los jefes guerreros. Sus planes de ayuda venden salvavidas de plomo a los países que ellos ahogan y sus misiones de paz pacifican a los muertos.
En los Estados Unidos, el Ministerio de Ataques se llama Secretaría de Defensa, y se llaman bombardeos humanitarios sus diluvios de misiles contra el mundo.
En una pared, escrito por alguien, escrito por todos, leo: «A mí me duele la voz».