1. La reforma en materia penal que el presidente Enrique Peña Nieto envió a la Comisión Permanente el pasado miércoles parece advertir a los legisladores que hay que considerar como actos terroristas las manifestaciones, plantones y otras formas de protesta social; en pocas palabras: que hay que aprobar la criminalización de la protesta social. Desde […]
1. La reforma en materia penal que el presidente Enrique Peña Nieto envió a la Comisión Permanente el pasado miércoles parece advertir a los legisladores que hay que considerar como actos terroristas las manifestaciones, plantones y otras formas de protesta social; en pocas palabras: que hay que aprobar la criminalización de la protesta social. Desde hace más de 30 años ha sido una exigencia de los grandes empresarios, de los gobiernos derechistas y de los medios de información -que no han dejado de gritar a los cuatro vientos- que necesitan la paz, el progreso, el libre tránsito y la seguridad para que puedan acumular dinero. Según ellos las leyes «protectoras» de derechos perjudican la producción y la acumulación capitalista.
2. Pero obviamente, contrario a ello, las organizaciones de obreros, campesinos, estudiantes, maestros, ciudadanos, no podemos permitir que en nombre del orden y la productividad nos impongan leyes restrictivas a los derechos de todos los trabajadores y ciudadanos. Se espera que ese funesto «Pacto por México» -firmado por el PRI, PAN, PRD y demás organismo oportunistas- dejen en algún momento de representar los intereses de los empresarios y el gobierno y defiendan una vez los intereses de los oprimidos. Las protestas ciudadanas en plazas y calles demuestran que aún existen algunas libertades humanas; prohibirlas demostraría la rigidez de una dictadura de las clases dominantes; y esto no podrá permitirse por los trabajadores.
3. Puede recordarse que fue el gobierno del presidente yanqui, George Bush, quien de manera reciente impuso leyes «antiterroristas» en EEUU por los avionazos (o auto avionazos) de las Torres Gemelas en 2001; desde entonces cundió el pánico con propaganda y amenazas, y extendió órdenes para que todos los países de «su patio trasero» hagan lo mismo. Por lo menos en los siguientes cinco años sólo se habló en México, Colombia, Centroamérica, de terrorismo y fue en su nombre que fueron invadidos por el ejército gringo, inglés, español, a los países del medio oriente: Afganistán e Irak. Muchas personas con rasgos asiáticos o cultura musulmana fueron detenidas, encarceladas y asesinadas con la acusación de ser terrorista o cómplice de ellos.
4. En todo el período llamado de la «guerra fría» (1945-70) fue muy raro el uso del término «terrorista» porque bastaba con la terrible acusación de «comunista»; si algunas persona o un grupo con toda dignidad o valentía se decía comunista era suficiente para vigilarlo, provocarlo y encarcelarlo. Debe recordarse que Edgar Hoover, el jefe de «inteligencia» (de la CIA) desde que se fundó en 1924 hasta 1972, y el llamado «Macartismo» o «cacería de brujas» (1950-56), promovieron las delaciones, las acusaciones, los asesinatos contra cualquier izquierdista, sin mayor fundamento que «estar al servicio del comunismo, de ser espía pagado por el Kremlin y de transportar documentos «secretos» para el enemigo». Muchos fueron declarados traidores y condenados a morir.
5. En México los ferrocarrileros, los electricistas, los estudiantes, la Coordinadora (CNTE) nos ha enseñado durante más de 50 años, a defender nuestros derechos de protesta, a luchar en las calles y a plantarnos en el Zócalo o la Plaza Tolsá a pesar de prohibiciones y rabietas de las autoridades. Nunca hemos dejado de ejercer nuestros derechos manifestándonos en Reforma, Juárez, Bucareli, Madero, el Zócalo y en cuantas calles sean necesarias. Antes eran las concentraciones convocadas por los gobierno del PRI y las procesiones del catolicismo las únicas que tenían permiso; pero los trabajadores y estudiantes comenzamos a ganar la calle y ahora no debe haber nadie que nos las arrebate. La calle es de nosotros no de los automóviles y policías.
6. Entonces hay que plantarse, hay que gritarles a los legisladores que no sean agachados o sumisos ante el gobierno y sus partidos. Que no se dejen manejar por las cúpulas de sus partidos y que no permitan la criminalización de la protesta social. Y, aunque todos sabemos que esos malditos legisladores tienen que obedecer a la cúpula que siempre les ordena por qué votar, no dejaremos de salir a la calle porque es un derecho histórico que ninguna ley puede prohibir. Sería una tontería, una ilusión confiar en las autoridades y los legisladores; lo importante es continuar movilizándonos junto a las masas para que aprendan a defenderse. Por encima de cualquier reforma reaccionaria está la defensa de nuestro derecho a movilizarnos como sea y donde sea.
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